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Postales desde la calle Nueva York, el kilómetro 0 del peronismo en Argentina

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El 17 de octubre de 1945, la política de Argentina cambió para siempre: una multitudinaria marcha obrera dio inicio a una fuerza social que hoy retorna al poder y cuya corriente reivindicó a la clase trabajadora.
Postales desde la calle Nueva York, el kilómetro 0 del peronismo en Argentina

El 10 de diciembre, el peronista Alberto Fernández asumió formalmente la conducción política de Argentina por el Frente de Todos, luego de derrotar a Mauricio Macri en primera vuelta. El Gobierno saliente, de corte neoliberal, había llegado a la Casa Rosada en 2015, tras 12 años (2003-2015) de peronismo al frente del Ejecutivo. Sin embargo, el líder de Cambiemos pagó el costo de sus políticas de ajuste y endeudamiento externo que derivaron en un crecimiento de la pobreza, el desempleo y una recesión económica que aún se mantiene. El escenario actual lo alejó de un segundo mandato y, sobre todo, allanó el terreno para la llegada de Fernández y el retorno de una de las principales fuerzas políticas del país sudamericano.

Pero ¿cómo puede explicarse el regreso de un movimiento social de tal magnitud? ¿Dónde pueden hallarse retazos que ilustren los inicios de su corriente? ¿Qué es el peronismo?

¡Alerta! Usted está ingresando en zona obrera

Olor a puerto y fierros hirviendo. Así se percibe el ambiente hoy en la calle Nueva York de la ciudad de Berisso, ─provincia de Buenos Aires─, a pocos días de la vuelta del peronismo al poder y en medio de un verano agobiante. Los carteles de Alberto Fernández y el Frente de Todos aún cuelgan de algunos árboles que custodian la particular calle. En estos 600 metros de tierra mullida e imponentes estructuras fabriles, convergen dos capítulos fundamentales de la historia del país sudamericano: la epopeya de un movimiento obrero que cambiaría las reglas del juego social y la política, y la desolación de un territorio arrasado por la crisis económica actual.

'Nueva York, kilómetro 0 del peronismo', reza un cartel emplazado en una esquina, con pequeñas imágenes fundacionales del partido que ilustran una época: su líder, el expresidente Juan Domingo Perón; su musa y exprimera dama, Eva Duarte de Perón, y una fecha concreta: 17 de octubre de 1945.  "Esto antes estaba plagado de personas, era como la Avenida. Corrientes (histórica calle comercial de Buenos Aires)", compara Susana Simoncini, integrante de la junta vecinal Amigos de la calle Nueva York, dedicada a preservar este lugar declarado como de interés nacional por el Estado en 2015. "Después, en los años 80, con el cierre de las fábricas, empezó la decadencia", completa.

17 de octubre de 1945. 10.000 trabajadores provenientes de distintas fábricas de Berisso se congregan en esta misma calle: la de Nueva York. Exigen liberar a su líder, Juan Domingo Perón, quien desde su puesto en la Secretaría de Trabajo impulsó diferentes medidas sociales a favor de los obreros y fue detenido por propios funcionarios militares del Gobierno que veían en su figura una amenaza para la conducción del país.

─ "Compañeros, ¡es hora de marchar! ¡Por Perón! Sin miedo, compañeros, sin miedo", apuraba Cipriano Reyes, líder sindical que encabezó a las columnas obreras y que tiempo después se adjudicaría aquella gresca como propia, escribiendo el libro 'Yo hice el 17 de octubre'.

Ese día, la mayoría a pie, otros en bicicleta, llegaron hasta una Plaza de Mayo colmada, al frente de la Casa Rosada. Fue una epopeya política sin precedentes: peregrinaron más de 65 kilómetros. "Por eso se lavaban los pies en la fuente de agua, a medida que llegaban. Estaban extenuados", retoma Simoncini. Aquella escena, criticada por los sectores más conservadores de la sociedad de entonces, tras considerarla de "mala educación", volvió a repetirse durante los festejos por la asunción de Fernández el 10 de diciembre. La jornada alcanzó los 32 grados de térmica y llevó a algunos simpatizantes a zambullirse en aguas frescas de una fuente que hoy también forma parte de la historia argentina.

Casi 75 años después de aquel episodio, las fábricas que sirvieron de punto de encuentro entre los trabajadores parecen no haber cambiado demasiado. Sus fachadas desvencijadas son monumentos que resisten a la embestida inexorable del tiempo. Si bien algunos pequeños emprendimientos industriales mantienen vivo su espíritu de producción, todo el complejo se encuentra hundido en el abandono. Apenas el ruido opaco de una amoladora llega desde algunas ventanas, aunque es desplazado por el sonido de los caños de escapes de motos en la calle. Parece difícil creer que la zona logró albergar más de 120 comercios en los años 30, cuando las dos principales compañías frigoríficas extranjeras (Swift y Armour) funcionaban como los pulmones de Berisso.

Con la llegada de las empresas europeas en 1915, las calles de Nueva York se vieron obligadas a cambiar su fisionomía urbana. Las casas se transformaron en conventillos (viviendas con números cuartos en conjunto) para albergar al aluvión de trabajadores y trabajadoras que arribaban a la ciudad desde distintas provincias, con la única esperanza de emplearse en alguno de los 15.000 puestos que llegó a tener cada fábrica. Sin embargo, las condiciones laborales a las cuales se sometían eran inhumanas: turnos de 17 horas, falta de protección para tareas peligrosas y, sobre todo, despedidos sin justificación. "Si reclamabas algo, afuera había más personas deseosas de hacer tu trabajo. La mayoría inmigrantes de España e Italia", explica Susana.

En 1920, ante el crecimiento de la población, el municipio bericense construyó la Mansión de los obreros, para albergar trabajadores con una modalidad particular: la de la 'cama caliente'. Dado la imposibilidad de alquilar cuartos individuales debido al número de personas, se ofrecían camas por turnos, es decir, por tiempo de trabajo en las fábricas. Cuando un obrero llegaba, extenuado, de su empleo matutino, esperaba a que otro compañero de un turno diferente abandonase la cama para poder desplomarse en ella. Hoy, aquella Mansión mantiene el arco de piedra que da la bienvenida y el complejo de casas idénticas, algunas todavía con láminas de acero que simulan puertas y ventanas, y pasillos extensos donde funcionan diversos centros comunitarios. Aunque esas camas fustigadas ya no están, el diminuto tamaño de los hogares da cuenta del hacinamiento de aquellos años y que no se diferencian de algunas viviendas actuales, ancladas en asentamientos informales donde el Estado todavía se declara ausente.

El camino de Nueva York, pese a la desolación industrial, mantiene algunas tradiciones suprimidas en muchos barrios en el país: hay niños jugando a la pelota en las esquinas levantando cortinas de polvo y familias enteras que conversan en las veredas, con las puertas abiertas de par en par, como cuando el barrio mantenía su pulsión obrera. Las calles están cubiertas por capas y capas de historia, pero el presente también se impone: "La mayoría de los jóvenes ahora acá están desocupados. Los últimos cuatro años fueron los peores en mucho tiempo. Muchos se fueron a otros lugares para probar suerte. Como hicieron los trabajadores cuando cerraron las fábricas", rememora la referente de la junta vecinal.

Un trago en el bar de la desigualdad

Un punto en donde puede entenderse cómo funcionaba la vida social de Argentina en los años 30, y su periodo posterior durante el peronismo, se da en el único bar que tienen las cuadras de la icónica calle: Dawson, fundado por Tomás Guillermo Dawson, de familia irlandesa, en 1918. "Acá solo tenían permitido entrar los ingleses, que dirigían los frigoríficos. El argentino podía pasar, pero a limpiar botas", detalla Santiago Rodríguez, dueño de la mítica cantina desde 2011.

La condición de obrero y capataz dentro del establecimiento, retoma Rodríguez, era marcada ante las tradiciones europeas que no coincidían con las criollas: "A las 5 de la tarde, se bebía el té y se tocaba el piano. La apariencia de cómo vestían también importaba mucho para los ingleses". Pero aquella construcción social se demolió en los años 40 con el ascenso del movimiento peronista y la conquista de diversos derechos sociales. Recién ahí fue que "el obrero podía disfrutar de un trago", al salir de jornada laboral. Sin embargo, la cantina también se vio afectada con el cierre de los frigoríficos en los 80. "Muchos se fueron del barrio en busca de trabajo. La ciudad vivió tiempos difíciles. Pensar que hubo trabajo hasta para 30.000 personas y hoy nos ponemos contentos si vemos a 50 empleados entrando a la fábrica", confiesa el dueño del bar Dawson.

Aunque Santiago, de 56 años, no fue testigo del apogeo del barrio, sí afirma que sufrió en carne propia su "destrucción" con la gestión de Cambiemos al frente del Gobierno. "Todavía tenemos una deuda de luz por 1.400 dólares. De 14 empleados, pasamos a cinco en 2018. Dejamos de abrir en la semana. Todo se hizo cuesta arriba. Para el barrio fue un golpe directo al bolsillo", asegura.

Son las seis de la tarde y algunos trabajadores parecen salir de las instalaciones de la vieja Swift y dirigirse al bar, mientras Santiago continúa hablando. Pero siguen de largo. "Si lo de afuera se activa (dice y señala a la imponente fábrica), las luces de Nueva York se encienden nuevamente". Y remata: "Este barrio necesita volver a brillar".

Facundo Lo Duca

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