Al igual que en varios países, muchos argentinos se asoman a sus ventanas y balcones por las noches para aplaudir a los trabajadores de salud, quienes arriesgan su integridad física atendiendo la pandemia global del coronavirus. Médicos, enfermeros, auxiliares y empleados sanitarios en general le hacen frente a la emergencia que ya sacudió al sistema de atención en muchas naciones, y lentamente avanza en el país sudamericano. Pero, más allá del agradecimiento vecinal, ¿a alguien le importa las condiciones en las cuales ejercen su labor? ¿Cuál es su reconocimiento?
Así, dialogamos con varios de ellos y todos coincidieron en el contexto difícil: salarios que no alcanzan, mala organización y muchas cosas que corregir para mejorar el desempeño de los especialistas, además de su calidad de vida.
Gastón S. es licenciado en Enfermería y trabaja hace 20 años en el Hospital Bernardino Rivadavia de la Ciudad de Buenos Aires, un establecimiento público que es administrado por las autoridades porteñas. Dice que los salarios son tan bajos, que "es muy normal tener un segundo o tercer trabajo" para llegar a fin de mes. "Si trabajás en más nosocomios, tenés más chances de contagio", advierte, mientras aparecen los primeros casos de empleados sanitarios afectados.
En promedio, el sueldo mensual de un recién ingresado ronda los 36.000 pesos (564 dólares), por jornadas de entre seis y siete horas diarias. Por eso, casi todos los colegas se quedan tiempo extra, que tampoco se paga bien: "84 pesos (1,32 dólares) la hora". Al respecto, desde algunos gremios repudian que las autoridades de la capital dejaron de reconocer a esos expertos como "profesionales de la salud" para ser denominados como "empleados administrativos".
En ese tono, aquel vocal de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) alerta que "faltan barbijos [mascarillas protectoras], equipos de bioseguridad y en la guardia de pediatría se necesita una unidad coronaria de cuidados intensivos". Según el entrevistado, también hay falencias en "infraestructura de terapia intensiva" y falta de personal, aunque recientemente el Gobierno de la Ciudad anunció la incorporación de enfermeros y auxiliares por la pandemia, pero ya cerró la búsqueda. Su colega Ana I.O., del Sindicato de Trabajadores de Enfermería (SITRE), calcula que el país tiene "un déficit de 100.000 personas" en el rubro, y advierte: "Si el sistema colapsa, no vamos a poder sostenerlo".
En Argentina, el acceso a la salud pública y gratuita es un derecho universal consagrado en la Constitución Nacional. Con la asunción de Alberto Fernández a la Presidencia en diciembre, la cartera sanitaria, devenida en Secretaría durante el mandato de Mauricio Macri, recuperó el rango de Ministerio. Sin embargo, hay temores ante una posible saturación del sistema de atención frente al brote del covid-19, considerando las malas experiencias de Italia y España.
De momento, la representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Buenos Aires, Maureen Birmingham, celebró las medidas restrictivas tomadas por el Ejecutivo para reducir los contagios, como el cierre de fronteras o el aislamiento social obligatorio. Más allá de esto, el detrás de escena muestra que muchos profesionales se desempeñan en condiciones laborales críticas, algo inherente a los distintos gobiernos.
Enfermeros rozando la línea de pobreza
Darío A. es enfermero en una clínica privada de la capital argentina hace nueve años. Afirma que, por ahora, cuenta con todos los insumos necesarios, aunque los picos del brote aún no llegaron. Sobre la remuneración, el panorama también es desolador: "Es baja", resume.
Según su recibo de sueldo, el último mes tuvo un salario básico de 35.296 pesos (554 dólares), cifra que se eleva a 57.560 por sus años de antigüedad, diez horas extra —759 pesos (12 dólares) cada una—, un "Incremento Solidario" de 4.000 pesos dispuesto por un decreto presidencial y otros conceptos acumulativos. A ese monto, se les descuentan los aportes sindicales, la futura jubilación, su cobertura médica y también un adelanto de 10.000 pesos que días atrás se vio obligado a pedir.
Así, el denominado 'salario neto' de este enfermero, es decir, todo el dinero que puede disponer, fue de 38.147 pesos (600 dólares). En otras palabras, su hogar compuesto por una compañera desempleada y un hijo de diez años, superó por apenas 6.000 pesos (unos 100 dólares) el umbral de pobreza en febrero, según el Índice Nacional de Estadística y Censos (INDEC).
Por ello, durante ocho años se desempeñó en dos clínicas diferentes, de modo simultáneo: "Trabajaba 14 horas consecutivas, de lunes a viernes", repasa. Aquella circunstancia no es un caso aislado. De hecho, este 24 de marzo, feriado por ser el Día de la Memoria, realizó otras diez horas extra por la noche, sumadas a su jornada habitual de siete horas matutinas. "Es durísimo. Cualquier trabajo que aparece lo tenés que agarrar, sí o sí", describe.
Por otro lado, comenta que la alta carga horaria del rubro genera problemas con los afectos, e incluso rupturas matrimoniales: "Nos absorbe tanto tiempo, que no nos da lugar para la familia". En efecto, el martes salió de su casa a las 19, y regresa a las 15 del día siguiente, "roto", sin ganas de nada. "No quiero ser millonario, solo quiero llegar a fin de mes. El nivel de aceptación y la empatía que se está teniendo hoy, es lo que tendríamos que tener siempre", dice. "Recién hoy nos están valorando", opina.
Y aunque haya mascarillas, guantes y vestimenta apropiada, a veces no se puede repeler el temor por los impactos del coronavirus: "Trato de llevarles tranquilidad a mis compañeros, porque el miedo te paraliza". Sobre ello, Darío remarca que hoy deben estar "más atentos, despiertos y activos que nunca". Sucede que "la mala desinfección de un material, o su mala utilización", podría generar daños graves. ¿No se le exige mucho a gente que hace malabares para pagar las cuentas y trabaja sin dormir en el afán de sumar un dinero extra?
Con ese panorama, frente a un futuro cercano de extenuantes horas de trabajo ante la pandemia, él y sus compañeros están buscando un departamento en alquiler cerca de la clínica, para no arriesgar a sus seres queridos por eventuales contagios: "Somos un peligro potencial para nuestras familias", advierte. Y señala: "Nos está costando conseguir". Aclarar que es por falta de dinero, ya sería redundante.
"El aplauso es un 'gracias' de la gente, pero no saben todo lo que pasamos"
Patricia R. es médica suplente de guardia en el Hospital Vélez Sarfield, público, de la misma ciudad, pero también trabaja en otros centros. Si bien es cierto que los médicos ganan más que los enfermeros, no tiene un ingreso fijo: percibe 9.400 pesos (149 dólares) por cada guardia de 24 horas, cifra que crece a 10.500 los fines de semana o feriados. Así, ella suele realizar al menos nueve, para tener una suma acorde, mientras que el tope permitido es de hasta diez por mes. Es común que después de la séptima varios doctores no hagan más guardias, describe, porque ya se verían incluidos en el Impuesto a las Ganancias. Esta situación disminuye la cantidad de médicos atendiendo.
Como máximo, cada jornada puede ser de 48 horas corridas: "Lo hice un montón de veces", comenta. Y aunque no sea lo más habitual, la entrevistada indica que otros colegas también optan por esas atenciones maratónicas de dos días enteros. Así, las actividades se dividen en tramos de tres horas. El circuito comienza con tareas de consultorio, después traslado de pacientes a otras dependencias, luego la atención de posibles casos de covid-19 y finalmente el merecido descanso, y así sucesivamente.
La principal crítica de Patricia está en el mecanismo de recepción de pacientes, en el punto de ingreso: "No son personas vinculadas al sistema de salud. Atienden chicos jóvenes, administrativos, sin capacitación", cuestiona. "Casi siempre generan un estado de alerta por cosas que no son, y desgasta". Es que, así como nadie llamaría a un verdulero para hacer arreglos eléctricos en el hogar, aquella médica se pregunta por qué personas sin conocimientos en medicina realizan el diagnóstico preliminar de los pacientes. Y mientras avanza la pandemia más alarmante del último tiempo, será necesario optimizar los recursos, para evitar el colapso.
Por otro lado, en los últimos días recibió dos casos que podrían coincidir con los síntomas del covid-19, principalmente falencias respiratorias. Sin embargo, el servicio de infectología señaló que, al no estar contemplado en el protocolo, no había que hacer estudios ni ordenar la internación. "El protocolo es muy inespecífico para separar casos sospechosos de coronavirus", manifiesta la médica. "El criterio epidemiológico pide un contacto cercano con una persona enferma, un caso sospechoso o un vínculo con alguien que haya vuelto recientemente de un viaje, por ejemplo, de Italia", detalla.
Sobre los insumos otorgados por el Estado, expresa que todavía no hay carencias, porque aún no se desarrollaron grandes picos del brote. Sin embargo, dice que tras los fines de semana se registran faltantes por robos, principalmente de alcohol en gel y alcohol común. "En abril se va a sentir seguro. No tenemos cámaras, nadie sabe nada y no hay quien se haga cargo", alerta.
En cuanto a los aplausos de la gente, que se hicieron costumbre en las últimas noches, cuenta que le genera sensaciones encontradas: "Siento que se toma como que estoy obligada a exponer a mi familia por vocación". Y sigue: "El aplauso es muy lindo, pero nos exponemos sin ningún tipo de gratificación". En esa línea, insiste en todos los obstáculos que atraviesan de modo cotidiano, como la falta de personal: "El aplauso es un 'gracias' de la gente, pero creo que no saben todo lo que pasamos. Funciona todo a pulmón".
Por su parte, el presidente se sumó a la iniciativa popular y agradeció la labor de los trabajadores sanitarios, publicando un video con los aplausos de la ciudadanía. Asimismo, se baraja la posibilidad de garantizarles un bono extraordinario de 30.000 pesos (471 dólares) para 750.000 empleados, a pagarse en cuotas, aunque todavía no se realizó ningún anuncio.
Leandro Lutzky
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