Un turista con coronavirus que se subió a un barco con 400 personas para llegar a Buenos Aires. Otro que escondió los síntomas y abordó un avión. Un joven que escapó en su auto para irse a la playa. El conductor más importante de la televisión se fue a pasar la cuarentena a su casa en la Patagonia. Miles de personas viajaron al extranjero en plena pandemia, se burlaron del virus en sus redes sociales y luego pidieron que el gobierno los repatriara.
Los extremos a los que han llegado algunos ciudadanos para evadir los controles impuestos por el presidente Alberto Fernández, con el objetivo de contener la expansión del coronavirus rayan en lo insólito pero, sobre todo, han desatado una oleada de indignación marcado en gran parte por el clasismo, ya que en muchos casos se trata de personas con alto poder adquisitivo que hacen gala de sus privilegios y de su resistencia a obedecer normas en medio de la emergencia. En Argentina son conocidos como "chetos".
La irritación en su contra es tanta que incluso el presidente se ha referido con insultos a algunos casos particulares.
"Vemos a un idiota que se escapó de su casa y apareció en [la playa] Ostende. Esas personas van a tener que explicar mucho", dijo Fernández en referencia a Federico Llamas, un joven de 27 años que fue demorado en un acceso a Buenos Aires y que venía desde Brasil. Arriba de su camioneta presumía sus tablas de surf. Después de pelearse en vivo con policías y periodistas, de mentir sobre su procedencia y de responder con prepotencia, fue escoltado a su casa, ya que por venir del extranjero debía cumplir con el aislamiento, pero en cuanto se quedó solo se fugó hacia la costa argentina, en donde ya fue detenido por poner en riesgo a la población.
Antes, el presidente ya había repudiado a Miguel Ángel Paz, un preparador físico que golpeó al guardia de su edificio cuando este le reclamó por violar así la cuarentena que debía cumplir porque había viajado a Estados Unidos. El video de seguridad que mostraba el ataque se viralizó y provocó el enojo de Fernández.
"Estoy buscando dónde vive ese señor para encerrarlo yo personalmente, para que todos entiendan que no se puede jugar de ese modo, no se puede ser tan estúpido y no darse cuenta del riesgo en el que ponen a la gente (…) ese señor va a pagar las consecuencias de lo que ha hecho. Más allá de las lesiones, es un verdadero irresponsable ", advirtió el presidente, quien luego se comunicó con el guardia para agradecerle su intervención. Paz, por su parte, publicó un video para disculparse y tuvo que cumplir con prisión domiciliaria por lesiones y amenazas.
Otro caso que enfadó a la opinión pública fue el de Marcelo Tinelli, el millonario empresario televisivo y presidente de la Superliga Argentina de Fútbol que, además, es afín al gobierno. Cuando ya se sabía que el presidente dictaría en cuestión de horas la cuarentena obligatoria, el famoso conductor tomó un avión privado junto a su familia y se fue a refugiar a Esquel, una ciudad ubicada en la patagónica provincia de Chubut, en donde tiene una lujosa casa de 850 metros cuadrados rodeada de paisajes naturales. Aunque en ese momento el aislamiento no era forzoso, ya regían las recomendaciones para no viajar y desplazarse lo menos posible. Tinelli argumentó que hace 22 años tiene residencia legal en la provincia, pero el pretexto no aminoró las críticas en su contra, ya que es evidente que vive y vota en Buenos Aires.
La molestia por el sinfín de actitudes irresponsables frente a la pandemia también estalló cuando Luca Singerman, un estudiante argentino de 21 años que viajó hace poco a Europa y que estaba en Punta del Este, en donde se le hizo un estudio para saber si estaba contagiado. Luego partió a la ciudad de Colonia y desde ahí abordó el barco que atraviesa el Río de la Plata para llegar a Buenos Aires. Según él, en pleno viaje le llegó a su mail la notificación positiva de coronavirus y se lo informó a la tripulación, pero las autoridades investigan si ya lo sabía de antemano y aun así abordó el barco, ya que ello implicó que los 400 pasajeros restantes quedaran aislados a su llegada al puerto.
Una historia similar es la de un hombre de 70 años que, a pesar de que había tenido síntomas, los negó para poder subirse en Madrid a un vuelo con destino a Buenos Aires junto a su familia, pero tuvo que ser atendido de emergencia por problemas respiratorios cuando la nave ya había despegado, lo que puso en riesgo de contagio al resto de los pasajeros.
Por este y otros casos, el presidente decidió suspender la repatriación de decenas de miles de argentinos que quedaron varados en el resto del mundo, ante el paulatino cierre de fronteras y cancelación de vuelos. Fernández advirtió, molesto, que más de 30.000 personas habían salido del país a pesar de que ya se había declarado una pandemia mundial. A ellas se les suman otras que partieron antes, pero que querían adelantar su regreso por estar en zonas de riesgo de contagio. En los últimos días, alrededor de 25.000 argentinos lograron volver en vuelos especiales, pero se estima que otros 10.000 permanecen en el exterior.
En las redes sociales se replicaron los cuestionamientos a varios de esos pasajeros que en sus publicaciones habían presumido que se iban a las playas de Brasil, a Miami o a Europa, a pesar de la pandemia, porque no iban a renunciar a sus vacaciones. Días más tarde, mostraban fotos y videos en los que exigían la ayuda del gobierno para poder volver ya que estaban atrapados en los aeropuertos.
Aunque esta no era la situación de todas las personas que necesitaban ser repatriadas, ya que muchas viajaron por cuestiones de trabajo, de salud o familiares, las críticas se generalizaron y los pasajeros fueron señalados de manera recurrente como "chetos" a los que se les debía dejar en el extranjero.
Esa fue la posición, por ejemplo, del ministro de Seguridad de la provincia de Santa Fe, Marcelo Sain, quien se quejó por la atención a los repatriados.
Los dichos del funcionario fueron repudiados en algunos medios de comunicación y por usuarios de redes, que advirtieron sobre los riesgos de analizar con tintes clasistas la pandemia, ya que ello provoca estigmatizaciones y fortalece polarizaciones sociales, que no sirven para prevenir contagios ni muertes.
Cecilia González