¿Cómo enfrentar el desafío alimentario en Brasil? El hambre, una amenaza tan grande como el coronavirus
Mientras se libra la batalla contra el coronavirus se vaticina otra catástrofe humanitaria agravada por la crisis sanitaria y económica: el hambre. "Múltiples hambrunas de proporciones bíblicas" podrán asolar al planeta, según advirtió David Beasley, director general del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas el 21 de abril.
De acuerdo con el PMA, 135 millones de personas pasan hambre actualmente, una cifra que podría llegar hasta los 265 millones a final de año como resultado de la crítica situación mundial originada por el covid-19. Beasley advirtió de que la población planetaria está "al borde de una pandemia alimentaria". Incluso antes de la identificación del coronavirus, el PMA ya advertía de que en 2020 el mundo enfrentaría "la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial" debido a los conflictos en muchos países de Oriente Medio y África, a las previsiones de desastres naturales y a las estimaciones de crisis económicas que muchos Estados ya enfrentaban.
Una vez declarada la situación de pandemia, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) anunció la previsión de que 25 millones de personas puedan perder sus trabajos como resultado de la crisis actual. En Brasil, millares de personas se amontonan en las filas de los servicios públicos, arriesgándose al contagio, para poder reclamar sus subsidios de desempleo atrasados, víctimas de los despidos masivos que se repiten de forma generalizada tanto en Brasil como en todo el mundo.
"El aumento de la pobreza y el empeoramiento de los indicadores sociales están asociados a las medidas neoliberales adoptadas por el Estado brasileño"
Asimismo, el Fórum Brasileño de Soberanía Y Seguridad Alimentaría y Nutricional (FBSSAN) alerta de que la pobreza y el hambre son amenazas aun para quien consiga mantener su puesto de trabajo, muchos de ellos extremamente precarios. "Se estima que, en Brasil, entre 8,8 y 35 millones de personas puedan cruzar la línea de la pobreza", declara un informe publicado por la FBSSAN y ratificado por más de una centena de otras organizaciones brasileñas preocupadas con la crítica situación de hambruna en el país. Este aumento se sumaría a los 13,5 millones de personas en situación de extrema pobreza, según los datos de 2019 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
"El aumento de la pobreza y el empeoramiento de los indicadores sociales están asociados a las medidas neoliberales adoptadas por el Estado brasileño", apunta el informe. Asimismo añade que "como hambre y pobreza son fenómenos correlacionados, esto contribuye aún más para que Brasil se encuentre en una situación de profunda vulnerabilidad frente a la pandemia". Si bien el gobierno ha aprobado una renta de emergencia para los 41 millones de personas que se ganan la vida con empleos informales varados en momentos de cuarentena, la suma otorgada de 600 reales (114 dólares) se muestra insuficiente para muchos expertos, que además vaticinan la inflación de ciertos productos frente a la devaluación de la moneda brasileña.
Demandas al gobierno para que esté a la altura del desafío alimentario
"La agricultura familiar y la pesca artesanal son fundamentales para garantizar el abastecimiento de 'comida de verdad' a la población brasileña", subraya el FBSSAN, que enfatiza que "la producción y el abastecimiento de alimentos frescos y variados son servicios esenciales" tanto para los consumidores como para los productores cuya renta depende de la agricultura. Por este motivo, la organización solicita al gobierno brasileño que apoye estas actividades y fortalezca redes de distribución seguras y denuncia los programas aprobados para entrega de productos envasados. "Manifestamos nuestro desacuerdo con el anuncio de 'soluciones de emergencia' que consisten en la distribución de productos industrializados que atienden más a los intereses de las corporaciones que a los requisitos de una alimentación adecuada y saludable", expone el comunicado.
La mayoría de organizaciones que velan por la seguridad y soberanía alimentaria y nutricional en Brasil han exigido que se reactiven, con las necesarias medidas de seguridad, las redes solidarias de distribución de alimentos que funcionaban hasta la llegada del pandemia para garantizar que las personas en situación de necesidad pudiesen alimentarse. En estas redes figuran 107 bancos de alimentos, 152 restaurantes populares, 139 cocinas solidarias y 642 unidades de distribución de productos provenientes de la agricultura familiar, la mayoría de ellas bloqueadas por la cuarentena. De acuerdo con el FBSSAN muchos de estos servicios podrían estar funcionando siempre y cuando adopten estrategias de protección, como medidas de desinfección, distancia de seguridad, entregas a domicilio o fiambreras desechables para personas que están en la calle. De lo contrario, las medidas para evitar la muerte por coronavirus podrían traducirse en muertes por hambruna.
Entre las poblaciones vulnerables destacan también muchos niños y niñas que recibían su principal plato de comida en las escuelas ahora cerradas. El Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE) que suministraba productos provenientes de la agricultura familiar a pequeña escala para los comedores escolares está en cese temporal. No obstante, y según reclaman las organizaciones del Fórum Brasileño para la Alimentación, la reactivación del PNAE es urgente para alimentar a los más jóvenes y para garantizar la renta de los productores. Tras mucha insistencia, a principios de abril se aprobó un nuevo proyecto de ley que prevé "la autorización, en carácter excepcional, (…) de la distribución de alimentos adquiridos con recursos del PNAE a los padres y responsables de los estudiantes de escuelas públicas de educación primaria". No obstante, muchos de los agricultores y agricultoras alegan que sus producciones continúan estancadas y que no han recibido contacto hasta el momento de los gestores del programa.
Este es, no obstante, un problema a escala mundial que amenaza el futuro de 370 millones de niños y niñas que han dejado de recibir su fuente principal de sustento alimenticio debido al cierre de las escuelas, tal y como advirtió UNICEF y el PMA este 29 de abril, exigiendo que los gobiernos apliquen medidas para continuar garantizando la comida de estas personas durante la pandemia.
Respuestas campesinas a la amenaza del hambre provocada por el coronavirus
Las redes de distribución de los pequeños productores, principalmente las que dependen de programas públicos del gobierno como el PNAE o de la venta en mercados, están en cese temporal. No obstante, las plantas continúan dando sus frutos y las personas siguen con necesidad de alimentarse. Una paradoja frente a la cual la organización italiana Slow Food, que defiende la alimentación saludable y la producción sostenible, llama la atención.
Actualmente, existen personas en el mundo pasando hambre y pequeños productores temiendo la putrefacción de sus cosechas. Entre ellos figura la comunidad indígena Juruna del estado de Pará, productora de maíz, mandioca y otros vegetales orgánicos que hasta antes de la pandemia vendía el 80% de su producción al PNAE. "En medio de este caos causado por la covid-19 decidimos donar toda nuestra producción agrícola de este año en forma de cestas básicas con productos justos y limpios", declara Amaury Juruna. En una primera etapa, la comunidad entregó 50 cestas completas de alimentos orgánicos, y la comunidad ya se está organizando para comenzar la segunda fase de las entregas en otras aldeas indígenas o poblaciones rurales del municipio Vitoria do Xingú con necesidades. "No tenemos comercios para poder vender los productos y la crisis alimentaría en el municipio está fuerte", explica Amaury.
Casi todos los mercados de Brasil llevan en torno de un mes y medio cerrados como resultado de las medidas para evitar el contagio de coronavirus. No obstante, el mercado agroecológico de la sureña ciudad de Porto Alegre, que es el mayor mercado de productos ecológicos de América Latina, consiguió resistir. "Colocaron marcas en el suelo para respetar las distancias de seguridad, trabajadores encargados de evitar la aglomeración de personas y otras medidas que, al final, hacen que ir a este mercado callejero sea mucho más seguro que ir a un supermercado. El riesgo de contaminación es mayor en los lugares cerrados", explica Caio Bonamigo Dorigon, uno de los coordinadores del área América Latina y el Caribe para Slow Food e investigador especializado en gastronomía y desarrollo rural.
En el estado de Amazonas, los pequeños productores que vendían en los mercados callejeros actualmente cerrados, intentan organizarse para continuar comercializando sus productos con alternativas de entrega. La Red Maniva de Agroecología (REMA) anunció esta semana una acción en cadena entre productores y ONGs para garantizar la continuidad de las ventas. "Los alimentos orgánicos serán transportados a una sede central para comercializarlos o donarlos con medidas sanitarias de bioseguridad, via 'delivery' y sin la presencia de los agricultores para que no necesiten salir de sus campos y así evitar que puedan contagiarse", declaró la REMA en el anuncio del proyecto este 23 de abril. Asimismo, la Red abrió una campaña de demanda de donativos para garantizar el transporte de estos alimentos desde el lugar de producción hasta los centros urbanos, así como la compra de materiales sanitarios de protección, guantes, máscaras y alcohol en gel, para la seguridad de quien está actuando en el reparto de estos alimentos.
La elección del consumidor también cuenta
Para poder garantizar la renta de los pequeños agricultores, ahora más afectados que nunca por la dificultad para vender sus productos en mercados generalmente captados por grandes multinacionales de la alimentación, también es necesaria la participación consciente del consumidor a la hora de elegir dónde y el qué comprar, según defiende Bonamigo desde la oficina central de Slow Food en Italia. "El 70% de los pequeños agricultores en Italia afirman que su renta se ha reducido a la mitad debido al coronavirus", explica este investigador.
Frente a este desafío, Slow Food Brasil lanzó hace tres semanas un mapa de alimentación local frente al coronavirus para ubicar iniciativas de producción y alimentación local. El objetivo es que la persona consumidora pueda localizar con mayor facilidad las opciones de compra de productos directamente a los agricultores o de restaurantes con entregas que respeten la filosofía de la organización. Hasta el momento, el mapa cuenta con 450 agricultores y más de 150 restaurantes en todo el país.
Slow Food defiende desde la década de los 80 la prioridad para cadenas cortas de distribución de los alimentos, es decir, disminuir la distancia entre el productor y el consumidor, así como la valorización de los pequeños productores, de la agricultura saludable y de productos y saberes autóctonos, muchos de ellos en peligro de extinción. "Tenemos un sistema alimenticio fallido. Cierta fruta de América Latina se puede vender más barata que la cultivada en Europa porque la cadena de producción latinoamericana es más precaria", explica Bonamigo.
Unos 2.000 millones de adultos del mundo presentan sobrepeso, 650 de entre ellos con obesidad, según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2016, que además reflejan que desde 1975 el número de personas obesas se ha triplicado. Mientras tanto, 821 millones de personas pasan hambre y más de 150 millones de niños presentan retrasos del crecimiento como resultado de la desnutrición, según las cifras de 2018 de la OMS. "Necesitamos cambiar el modo generalizado de alimentarnos. No es eficiente ni saludable y la crisis del coronavirus ha mostrado una vez más su fragilidad", relata este representante de Slow Food. "Esta no es una tragedia que nos ha llovido del cielo, esto es el resultado del sistema globalizado que tenemos", añade él.
Bonamigo parafrasea una frase que leyó escrita en un grafiti en Chile: "No deberemos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema", y enfatiza sobre la oportunidad que el planeta tiene hoy en sus manos para cambiar el sistema económico y alimenticio mundial. Por su parte, Carlo Petrini, presidente de Slow Food, afirmó en una entrevista reciente: "Creo que los temas de sustentabilidad y soberanía alimenticia encabezarán las agendas de aquí en adelante. Ya no podemos pensar que la comida producida por una empresa llegará a todas las personas. Le han robado espacio al campo y tenemos que recuperarlo para poner en marcha una economía primordialmente al servicio de las comunidades locales".
Luna Gámez
@LunaGamp