América Latina a tres meses de la llegada del coronavirus: qué ha cambiado y qué podría pasar en los próximos meses
El 26 de febrero se conoció en América Latina el primer caso positivo de covid-19. Tres meses después, el impacto de la pandemia todavía no puede ser comprendido del todo, y mucho menos comparado con sus efectos en Europa o China. Aunque el virus se ha mostrado aquí mucho menos mortal, su trayectoria y el tiempo de influencia tiende a prolongarse de manera más indefinida que en el resto del mundo, lo que genera dudas en la forma de confrontarlo.
La situación, que en ese momento generaba pánico, no ha hecho sino complejizarse en el campo sanitario, político y de gobierno. La aplicación de enfoques diseñados en China o Europa pueden verse debilitados ante las características propias de la región, donde hay menos herramientas económicas y sanitarias para enfrentarlo y tampoco experiencia en la materia viral como sí la tiene África.
En el subcontinente se superan los 500.000 contagios y los 30.000 fallecidos, cifras que aún están lejos de las de Estados Unidos, que con casi la mitad de población está próximo a llegar a los 100.000 muertos. Sin embargo, se esperan meses atribulados por varias razones.
La economía informal y las medidas frente al coronavirus
Quizá el principal desafío de los gobiernos de la región es el de poder mantener por mucho tiempo las medidas de confinamiento, cuarentena y distanciamiento social que desde un primer momento recomendó la Organización Mundial de la Salud (OMS). La especificidad económica de América Latina la hace muy dependiente del trabajo diario e informal y las largas 8 o 10 semanas de aplicación del confinamiento están generando una fatiga económica crónica en medio de procesos de pauperización social.
En una entrevista a la DW, Francisco González, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Johns Hopkins, compara la región con China recordando que allá "hay una tradición de obedecer al Estado (…) En general, las culturas orientales tienen una gran diferencia con la autoridad. En Latinoamérica somos lo opuesto. Los Estados no son tan eficaces para sancionar. En Brasil, México, Colombia o en países del Caribe, aunque el Estado mande el mensaje correcto, no existe tanta capacidad para poder implementarlo. En México, por ejemplo, en el día de la madre se olvidaron de la pandemia y la gente no solo no hizo caso de no ir a otras casas, sino que hicieron fiestas públicas".
Pero no es solo una cuestión cultural, sino también económica. La pandemia corroe estructuralmente a América Latina y el remedio signado por la inmovilidad y recogimiento produce efectos dramáticos. En el informe de la Cepal sobre Covid-19, publicado el 12 de mayo, se comienzan a perfilar las formas en las que se presentará el incremento de la pobreza estructural en América Latina: aumento considerable de niños trabajando, repunte de la economía informal (que ya en el informe de 2016 era de 53,1 %), desnutrición en alza causada por la situación laboral, pero también por la suspensión de clases, y expansión de bolsones de población excluida que tuvieron poca o ninguna experiencia de clase a distancia. La disparidad en los accesos de nuevas tecnologías implica una acentuación de la brecha educativa entre clases sociales. De hecho, ya se cuentan 1,5 millones de pobres más de los que había antes del comienzo de la pandemia.
Todas ello, como consecuencia de las medidas contra el coronavirus y no por él mismo.
Mientras el remedio hace estragos, el tiempo de impacto se alarga en la región ya que no se evidencia que vaya a sufrir un ciclo corto, como podríamos haberlovistoen los otroras epicentros de ciudades de Italia, España o China. En estos países el virus sorprendió, pero pasadas unas 8 semanas ya sentían que podían ir controlando la pandemia, lo que en efecto parecen estar logrando.
En Latinoamérica, en cambio, pasadas 8 o 10 semanas de cuarentena, el reclamo general es el de apertura y flexibilización de las medidas, aun cuando no hay claridad ni información científica sobre si ya pasamos el pico o todavía falta mucho por llegar a él.
Así las cosas, comenzará la flexibilización no por razones sanitarias, sino políticas, sociales o económicas, en medio de un extravío sobre las formas de salir de la pandemia.
América Latina se enfila hacia un largo periplo sin la misma capacidad de marzo y abril de seguir imponiendo medidas radicales de confinamiento
Un buen ejemplo de la incomprensión del momento podemos observarlo en Ecuador y específicamente en Guayaquil. Esta ciudad se convirtió a comienzos de abril en el primer epicentro latinoamericano. Allí pudimos ver imágenes que parecían apocalípticas de gente abandonando cadáveres, quemándolos en la vía y otras escenas dramáticas. Unos 30 días después, el ministro de Salud, Juan Carlos Zevallos, dijo que la ciudad estaba llegando al pico, que ya comenzaba la meseta de contagios, y que la curva empezaría a estabilizarse y estaría por descender. Pero a la semana, el viceministro de Salud, Xavier Solórzano, expresó que la "pandemia no ha terminado, está comenzando". En definitiva, estas contradicciones muestran que las acciones tácticas para apagar el fuego privan sobre el manejo científico-técnico. El mismo presidente Lenín Moreno ha tenido que reconocer que "las cifras oficiales se quedan cortas".
Ecuador es un ejemplo que refleja a América Latina, que se enfila hacia un largo periplo sin la misma capacidad de marzo y abril de seguir imponiendo medidas radicales de confinamiento.
Por razones culturales o económicas, ubicamos el desafío político de los gobiernos no en la dureza de la aplicación de medidas de distanciamiento social, sino en la delimitación de los epicentros y las respuestas inteligentes para abrir bocanadas de oxígeno laboral y económico en mayorías que no estén en alto riesgo en determinados momentos y, no obstante, hayan tenido que someterse rígidamente a las medidas de confinamiento. Seguramente medidas similares deban tomarse para el regreso a clases si la situación aún no está controlada hacia los meses de septiembre y octubre.
El arriba citado profesor González considera erróneo comparar el impacto con Europa, en tanto habría que ver "las cifras en términos porcentuales o los análisis de mortalidad, como las muertes por cada 100.000 habitantes. Ese dato nos sigue diciendo que Europa Occidental es la más afectada".
En referencia a Estados Unidos, que cuenta con 325 millones de habitantes y ya roza los 100.000 muertos, América Latina tiene 629 millones y más de 40 países sin ningún tipo de coordinación central. En muchos de estos países, un peso importante en la decisión lo tienen los gobiernos regionales, lo que complica mucho más establecer políticas comunes.
Latinoamérica tiene a su favor la pirámide poblacional, que en la región es ancha en la población no vulnerable y más angosta en los sectores que por razones de edad son vulnerables. Pero tiene otras carencias.
Una región marcada por la debilidad político-institucional
Brasil, Perú y México son los países más afectados por el coronavirus. Cada uno forjó sus propias políticas. Si Brasil y México fueron laxos en la toma de medidas (a pesar de sus contrarios enfoques políticos), Perú fue, al menos oficialmente, uno de los primeros que tomó medidas duras de confinamiento y cuarentena, pero igualmente se ha visto sobrepasado por el virus. Así que, a falta de un análisis más riguroso, la cuestión ideológica y de enfoque de cómo confrontar este tipo de epidemia puede quedar momentáneamente relegada a un segundo plano.
Si hay algo en común para el subcontinente se refiere a su debilidad institucional en la coyuntura y el momento de desestabilización social y política que viven la mayoría de los países de América Latina. El continente más desigual venía de sufrir desde el segundo semestre del año pasado una inédita oleada de protestas que manifestaban malestar por continuadas crisis económicas y políticas. Y también de un descalabro institucional en varios países.
Es allí donde Perú y Brasil pueden compararse. En el primer país, no hay presidente electo. Martín Vizcarra, en funciones desde abril de 2018, ha gobernado incluso suspendiendo al Congreso (que ya se ha instalado después de las elecciones en enero de este año). En Brasil la institucionalidad estaba comprometida antes del coronavirus debido a los altercados de Bolsonaro con el Congreso. Comenzada la pandemia, esta confrontación fue avivada por el presidente brasilero, quien llamó a manifestaciones públicas para apoyar su clausura, desconociendo las medidas de distanciamiento de su propio gobierno. Además, su gabinete se ha visto debilitado por las dimisiones de dos de sus ministros de Salud y de su 'superministro' Sergio Moro, famoso por haber llevado a prisión al expresidente Lula da Silva. Chile, otro país en ascenso de casos, tuvo que suspender, debido a la cuarentena, el proceso constituyente en el cual se centraba su intento de legitimación después de las explosiones sociales de 2019.
Quizá el coronavirus ha sido el principal factor de atenuación de las manifestaciones, pero una vez se regrese a la normalidad las protestas pueden volver, solo que ahora en contextos de una mayor precarización de la institucionalidad y aumento de la exclusión
Puerto Rico, Haití, Colombia, Chile y Ecuador fueron países que se vieron eclipsados por las fuertes protestas de calle que ocurrieron en esos países en el segundo semestre del 2019. Quizá el coronavirus ha sido el principal factor de atenuación de las manifestaciones. Pero una vez se regrese a la normalidad las protestas pueden volver, solo que ahora en contextos de una mayor precarización de la institucionalidad y aumento de la exclusión, que fueron algunas de las razones que impulsaron las protestas.
Puede parecer extraño, más bien, que durante las semanas de la epidemia no se hayan tambaleado gobiernos de la región y ninguno haya caído todavía. Es probable que el daño sea más efectivo en la esfera política-institucional que en el liderazgo o en gestiones concretas. Aunque no deba descartarse que en escenarios descontrolados, la ciudadanía prefiera legitimar las estructuras políticas con el fin de no caotizar la sociedad.
Muchos analistas sienten preocupación por la democracia en la región. Las medidas de cuarentena favorecen el Estado fuerte y represivo y, además, aumentan la discrecionalidad de la autoridad.
Pero el impacto del Covid 19 se verá amplificado sobre todo en los problemas sociales, que ya eran graves y ahora abren una profunda brecha que va a impactar en la estructura social del continente y probablemente en la gobernabilidad.
Esta situación ocurre cuando hay un proceso de deslegitimación radical de las instituciones regionales. La agenda política de la Organización de Estados Americanos (OEA) le ha impedido tomar la batuta en la dirección o coordinación regional de la pandemia. Mientras que la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac) y la Unión de países de Suramérica (Unasur) confrontan al momento su mayor grado de debilidad. Tanto, que la coyuntura los hace verse en estado terminal debido a su incapacidad de generar políticas y quedarse inmovilizados. En momentos de pandemia, el grupo de Lima y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) demostraron ser instancias declarativas sin poder real de ejecución, en comparación con su hiperactividad cuando se trataba el caso de Venezuela.
Finalmente, el tema del levantamiento de la data es algo sumamente importante para evaluar la gestión y los efectos del coronavirus en América Latina. La región no tiene instituciones legítimas que puedan dar cifras generales. No hay una Universidad o centro de investigación, como la Johns Hopkins, que permita generar confianza de que no hay un Trump maquillando cifras. Esa es una debilidad regional que puede llegar a ser clave si se quieren generar respuestas desde las especificidades de América Latina. Por lo pronto, sin institucionales regionales fuertes ni levantamiento confiable de información, la región puede parecer ciega y acéfala. Esperemos que la experiencia latinoamericana de enfrentarse a lo nuevo prive sobre la deriva institucional actual.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.