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Rituales funerarios en pandemia: Por qué es importante para las comunidades ancestrales de Latinoamérica despedir a sus muertos

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Las comunidades con raíces africanas o indígenas se oponen a la cremación de los cuerpos de sus seres queridos. ¿Qué ocurre cuando se consideran sagradas las ceremonias mortuorias?
Rituales funerarios en pandemia: Por qué es importante para las comunidades ancestrales de Latinoamérica despedir a sus muertos

Las ruedas de una camilla de acero rechinan al rodar velozmente sobre el asfalto, en una calle atiborrada de curiosos vecinos. En el barrio El Jardín, como en todo el municipio colombiano de Quibdó, departamento del Chocó, la población es predominantemente afrodescendiente. Entre la multitud que invade la cuadra en plena cuarentena, sobresalen cinco hombres y dos mujeres. En su accionar atolondrado está toda la atención: como si se tratara de un juego de relevos, ellos corren empujando el ruidoso carro, que no lleva otra cosa que un ataúd

Dentro del cajón viaja el cuerpo de un joven de 25 años que acaba de morir en el Hospital Ismael Roldán Valencia, con síntomas compatibles con covid-19. De allí se lo llevaron a la fuerza sus familiares, para evitar que las autoridades procedieran con el protocolo de bioseguridad, que implica la cremación o inmediata sepultura del cadáver, sin contacto con sus allegados. Quieren velarlo como sea. Y están dispuestos a asumir los riesgos. 

A unos 50 metros del grupo y su féretro, dos policías persiguen y observan cada movimiento, pero prefieren no acercarse. El muerto y todos los que lo rodean podrían ser un foco de contagio prácticamente infalible de coronavirus. Pero no lo son: el resultado de la prueba que la familia prefirió no esperar, por las dudas, señaló más tarde que el joven había fallecido por el cuadro de diabetes con el que lidiaba. 

La curiosa situación, solo una de cientas que podrían contarse en una multicultural y desbordada Latinoamérica, hoy epicentro de la pandemia, fue relatada por los medios casi como una historia de terror: 'Recorrieron las calles con un muerto', 'Paseo de la muerte', y otras frases como esas dieron título a crónicas que remarcaron el nivel de "imprudencia" e "irresponsabilidad" de los enlutados, que finalmente lograron llevar el cuerpo a su casa para realizar el funeral, tal como marcan sus tradiciones.

El trayecto, largo e insólito, tuvo hasta una escena de película cómica, cuando, al tropezar los fugitivos con un escalón en la vereda, por poco el ataúd casi da un vuelco y cae al piso.  

Las medidas que restringen sepelios y entierros tal como los conocemos, rigen en todo el mundo desde la crisis sanitaria por la pandemia, aunque algunos países son más permisivos. Colombia está siguiendo un protocolo sugerido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y adoptado por las autoridades sanitarias locales. Los cuerpos de toda persona que muere por covid-19 o que es sospechosa de contagio, no están siendo entregados a sus allegados para evitar que se cumplan los rituales funerarios. Justamente eso quisieron eludir los protagonistas de esta historia de Chocó. Pero no se trata de un mero capricho. Para ciertas culturas, las ceremonias mortuorias son sagradas e insoslayables.

En Colombia ya hay casos cuyas familias presentaron denuncias por vía judicial. Porque, aún entendiendo el grave contexto y las medidas necesarias para evitar la propagación del virus, consideran que se está vulnerando el derecho a la interculturalidad, a la práctica de los rituales fúnebres, que en este caso provienen de una comunidad que le da una trascendencia celestial al pasaje al 'más allá'. 

"Tenía que cumplirse el ritual que practican ellos, que es el Lumbalú. De lo contrario, si lo incineraban, iba a quedar suspendido ese tránsito de la vida hacia la muerte de su familiar", explica a RT el antropólogo colombiano Nilson Pinto Saravia. El Lumbalú es una religión y tradición ritual funeraria de origen afrocolombiano, característico de la cultura palenquera. Contiene cantos, danzas y otras expresiones artísticas consideradas Patrimonio inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Nilson Pinto Saravia, antropólogo colombiano
Nilson Pinto Saravia, antropólogo colombiano
Para ciertas comunidades, la incineración no está concebida en ninguna situación. Quemar un cuerpo sería un agravio a su cultura, a los espíritus y a sus ancestros.

Fuego a las tradiciones

En la comunidad Wayuu, que se ubica en el departamento La Guajira, en el norte colombiano, se registró el fallecimiento de una joven mujer, que se sospechaba había contraído la enfermedad covid-19. Su cuerpo fue incinerado por disposición de las autoridades, pero las pruebas realizadas sobre la persona fallecida, que llegaron un día después, dieron negativo

La familia reclamó por el cuerpo de su ser querido para realizar el funeral tal como marcan sus tradiciones, pero no tuvo respuesta. Lo cierto es que estas comunidades cuentan con el amparo de la Constitución, ya que ésta consagra el derecho a la libertad de culto a las diferentes etnias que habitan el territorio. Además, por ley, las comunidades originarias de Colombia cuentan con un marco normativo propio.

"Ellos tienen una concepción particular de la muerte, del espíritu —describe Saravia—. Al morir un ser querido hacen una serie de rituales que necesitan de la presencia del cuerpo. Por eso la incineración, para ellos, no está concebida en ninguna situación. Quemar un cuerpo sería un agravio a su cultura, a los espíritus y a sus ancestros".   

El sistema de creencias de la cultura Wayuu considera que los familiares muertos siguen viviendo, en forma de espíritu, en el mundo de los sueños. En ese estado intangible de las fantasías nocturnas, vienen a estar pendientes de sus familiares. Se conectan con ellos a través de los sueños y les dicen qué hay que hacer para mantener el orden social de la etnia, así como también se ocupan de asuntos unipersonales, por ejemplo, indicando a determinada persona que se aleje o se abstenga de cierta situación que podría perjudicarlo. 

"Espiritualmente, ante la no práctica de ciertos rituales, se ve imposibilitado ese pasaje hacia el status que le permite al muerto ser veedor, guía y protector de su comunidad, a través del hilo conductor, que son los sueños", dice el especialista. 

Un "banquete funerario"

Pero, ¿en qué consisten esos rituales trascendentales? ¿Por qué es imprescindible, para estas culturas, que se lleven a cabo con un cuerpo presente?

"Lo que se hace es un banquete funerario, hay juegos de dominó, hay comida, hay trago, pero no con la intención de bailar y embriagarse, sino de comer de las provisiones o del trabajo al que contribuyó la persona fallecida, se habla de sus usos y costumbres, de sus gustos y proyectos de vida", explica el antropólogo, que trabaja para el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. 

Y aclara: "Algunos dicen que es una celebración, pero no lo es como sinónimo de fiesta. Sería un ritual de atención, del paso de la vida a la muerte, pero que no es una muerte definitiva si no el tránsito a otra dimensión. Si no se cumple el ritual de impureza, que es el de limpiar el cuerpo cuando fallece, si no se cumple el ritual de estar en vela con los familiares, que lo lloren, que le canten, ese paso trascendental queda truncado". 

Una forma diferente de pensar la muerte

Bárbara Martínez es antropóloga e investigadora del CONICET. Además, coordina el Núcleo de Estudios sobre la muerte y el morir de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Desde el año 2003 estudia ritos e interpretaciones del mundo de los muertos en la comunidad de El Cajón, provincia de Catamarca. 

"En el área geográfica andina, cuando muere una persona, hay una especie de celebración en la que se intenta ayudar al fallecido a llegar al más allá, porque esa persona, una vez alcanzado ese destino, colabora en la vida de los vivos", explica Martínez.

"Se les ofrece alimentos, bebidas, una especie de fiesta. Y se espera que el muerto interceda ante Dios y también haga lo propio para que los vivos vean incrementada
la fertilidad de los rebaños y la siembra, obtengan mejoras en su salud, etcétera", describe. Y hace la misma aclaración que su colega colombiano: "No se trata de una fiesta de alegría, sino que es una forma diferente de pensar la relación con el muerto".  

En las zonas estudiadas por Martínez, así como en toda Catamarca, no hay casos de coronavirus, pero las restricciones siguen vigentes. A pesar de ello, en El Cajón, donde no hay una presencia fuerte del Estado, se está siguiendo con el comportamiento habitual. "Existe una negociación entre la norma y el comportamiento de las personas, que dificulta el distanciamiento social", señala. 

Según la antropóloga, en otras zonas de la provincia, apenas yendo hacia el sur, donde la presencia institucional hace que se cumplan de manera más rígida los protocolos de entierros, este tipo de rituales no se están llevando a cabo. Es allí donde los altares familiares, toman una relevancia mayor.  

"Es el lugar más sagrado del hogar, y suele tener objetos como podría ser una piedra especial que funciona para ciertos rituales, o algún tipo de elemento material vinculado con la persona que falleció, porque ellos no siempre tienen fotos. En ese lugar se juntan a rezar la novena, y funciona como un canal de comunicación con el cielo", añade Martínez.

Bárbara Martínez, antropóloga argentina
Bárbara Martínez, antropóloga argentina
Los rituales funerarios se rearticulan de acuerdo a las nuevas condiciones sanitarias. Pero a los muertos se los despide, ya que si ellos no arriban al más allá, eso repercute de manera directa en la vida cotidiana de los deudos.

Por su diversidad cultural, que puede diferir radicalmente incluso dentro de una misma localidad, es difícil hablar en términos generales de la liturgia que rodea a la muerte en la región. Sin embargo, en todos los casos, debido al contexto actual, podemos encontrar cierta "rearticulación", sostiene Martínez. 

Pinto Saravia sostiene que, de a poco, las comunidades están entendiendo que los rituales que no se han podido realizar "no es porque no se ha querido". Es una situación que se da a nivel mundial, en la que la seguridad y la salud prima por sobre las costumbres.

"Los rituales funerarios se rearticulan de acuerdo a las nuevas condiciones sanitarias. Las modalidades cambian, se implementan otras nuevas a través del uso de dispositivos tecnológicos o de modificaciones en la liturgia tradicional. Pero a los muertos se los despide, ya que si ellos no arriban al más allá, eso repercute de manera directa en la vida cotidiana de los deudos", concluye Martínez.  

Emmanuel Gentile

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