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¿Una Venezuela pospetrolera? De la llegada de los buques iraníes a la dolarización de la gasolina

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El precio de la gasolina en el mercado negro y la dificultad para conseguirla se ha venido imponiendo en todo el territorio nacional desde hace varios años, pero fue hace tres meses, apenas comenzaba la pandemia, cuando la capital fue sumida en esta situación.
¿Una Venezuela pospetrolera? De la llegada de los buques iraníes a la dolarización de la gasolina

En una Venezuela signada por la escasez de gasolina comenzó a ocurrir lo que se eludió durante muchos años. Luego de la llegada de los buques petroleros iraníes y los anuncios de Maduro del sábado, el país ha iniciado un tránsito hacia el aumento y la dolarización definitiva de este combustible.

La medida puede parecer irrisoria debido a que oficialmente el litro de gasolina se venderá en 5.000 bolívares, es decir, mucho menos de un centavo de dólar (la divisa oficial se cotiza en torno los 200.000 bolívares), y se podrán consumir hasta 120 litros al mes por vehículo. Este precio conserva un fuerte subsidio que todavía recuerda a 'la Venezuela saudita', de la que solo queda el precio del combustible. El presidente ha aclarado que es un monto transitorio.

Hay una segunda modalidad, anunciada en paralelo, que se supone que terminará imponiéndose de facto y quedará como el norte de la política de distribución y precio de la gasolina: se permite a 200 estaciones de servicio privadas, a escala nacional, la venta del litro de gasolina a 0,5 dólares.

Lo que en cualquier país es una decisión ordinaria, en Venezuela marca un hito. Hasta ahora, a todos los presidentes les ha temblado el pulso a la hora de realizar un aumento de gasolina, puesto que quedó grabado en el imaginario colectivo lo ocurrido en el año 1989, cuando el entonces presidente Carlos Andrés Pérez intentó internacionalizar los precios y se produjo la oleada de protestas más grandes en la historia del país, recordadas como el Caracazo o 'sacudón', el gran acontecimiento desde donde emergió Hugo Chávez y el chavismo, aún en el poder. Ahora, en 2020, no solo es un aumento, sino la dolarización del precio, asumida por primera vez de manera pública por el presidente.

En estos momentos la gasolina es virtualmente gratis, puesto que cuesta tan poco que ningún billete tiene la denominación mínima para poder pagarla: el billete más pequeño es de 500 bolívares y llenar un tanque vale menos de un bolívar. Una camioneta, cuyo valor oscile, por ejemplo, en unos 15.000 dólares, no llega a gastar un dólar al año llenando su tanque semanalmente. Un verdadero absurdo.

Todavía no se conoce con claridad cuál será el impacto de la medida en los precios de los alimentos y el comercio en general, pero por ahora el Estado asume el grueso de los costos. Primero porque continúa la maxisubvención del diesel, que queda a precios irrisorios y es el combustible usado por el transporte público y buena parte del de alimentos. Además, utiliza un mecanismo de tránsito que comienza distribuyendo la gasolina a los bajos precios mencionados, pero abre la posibilidad de que vaya aumentando la venta privada. Es decir, es probablemente una transición controlada hacia la definitiva dolarización de la venta de la gasolina, pero puede suponer un pistoletazo para la dolarización y aumento considerable del resto de servicios públicos.

La novedad del modelo subvencionado no tiene que ver con el precio, sino con el establecimiento de un límite mensual. Un tipo de subsidio que genera peligrosos diferenciales con la modalidad privada porque acarrea a la venta clandestina, la corrupción y el contrabando.

El hito de la medida es que Maduro, en un ya avanzado proceso de pragmatismo económico, pone precio en dólares al expendio de la gasolina y lo hace él directamente, no cualquier otro funcionario

Y es que vale repetir el nuevo precio: 120 litros mensuales por vehículo costarán 3 dólares, al menos en el discurso oficial. Con la modalidadprivada, su valor será de 60 dólares, y en Colombia, lugar preferido para fugar gasolina de contrabando, costarán 78 dólares.

Habrá que esperar a ver si puede garantizarse la disponibilidad de la distribución y la capacidad del gobierno o los privados de seguir burlando las sanciones. Y qué pasará con la reactivación de las refinerías, lo que no ha sido develado en el discurso oficial. La asesoría de Irán es clave para esto último y también para la importación, se supone que incluso la privada.

Realmente, el hito de la medida es que Maduro, en un ya avanzado proceso de pragmatismo económico, pone precio en dólares al expendio de la gasolina y lo hace él directamente, no cualquier otro funcionario.

Es obvio que el esquema planteado aguantará si –y solo si– Maduro resuelve la llegada o producción constante de combustible. Si no puede lograrlo, la distribución dependerá de los privados a un precio que seguramente impactará a las familias y el comercio (0,5 dólares). Si por el contrario, el Gobierno activa las refinerías y mantiene el esquema, la presión se ejercerá sobre la distribución subsidiada. Si no hay gasolina subvencionada, el problema de la escasez pesará sobre el nuevo actor emergente: los privados, que tendrán que importar en medio de las salvajes sanciones de EE.UU.

En definitivo, de mantenerse el esquema propuesto por Maduro el sábado y hacerse efectivo, la política de precios del combustible seguiría siendo saudita. Pero si falla, podría tener graves consecuencias.

¿Puede este aumento provocar protestas o estallidos?

La consumidora de gasolina más importante en Venezuela es la clase media, bastante disminuida por la crisis. Las grandes mayorías consumen diesel de manera indirecta, por medio de los sistemas de transporte público y de distribución de alimentos. Un aumento como el planteado en la modalidad privada, que seguramente terminará imponiéndose, sí afectará varias capas sociales, pero no colapsará los presupuestos familiares de esos sectores medios, acostumbrados a la divisa gracias a las remesas y el trabajo dolarizado, que se ha posicionado en todas las capas sociales.

Así que el problema no está allí. Las clases medias-altas y altas, las que más consumen gasolina, consideran moralmente concebible que se pague con dólares y tienen disponibilidad para ello. Visto así, para ellas, lo importante no es el precio, sino que se acabe la escasez y pueda conseguirse gasolina a 0,5 dólares en los expendios tradicionales.

Si este precio "privado" se generaliza, las capas populares que mantienen vehículos propios tendrán que depender menos de estos, y algunossectores, como la pesca artesanal y motorizados, se verán duramente afectados. Aunque también hay que contemplar que muchos venían comprando gasolina en el mercado negro, donde cuesta de 2 a 3 dólares el litro. Y todos han sincerado su presupuesto para atender repuestos y lubricantes, que se venden en dólares hace varios años.

El precio de la gasolina en el mercado negro y la dificultad para conseguirla se ha venido imponiendo en todo el territorio nacional desde hace varios años, especialmente en la frontera con Colombia. Largas colas de vehículos que pueden durar hasta dos o tres días para surtir. Pero fue hace tres meses, apenas comenzaba la pandemia, cuando la capital fue sumida en esta situación.

Así que, para los consumidores de la gasolina, la novedad sucederá cuando se estabilice su distribución.

Seguramente el aumento de la gasolina va a tener un impacto en el comercio y en los precios, pero no debería tenerlo en los principales rubros, que ya han venido estando impactados desde hace varios años, sobre todo en los estados productores.

Más que la gasolina, propiamente, es el suministro de diésel y gas doméstico el verdadero reto del gobierno.

Si los consumidores de gasolina pueden, con holgura o a duras penas, aguantar la presión de su aumento, los consumidores del diesel y el gas sí necesitan un subsidio importante. Además, la escasez de este producto no solo paraliza el transporte público, sino la distribución de alimentos. Es allí donde puede complicarse, aún más, la grave situación social, lo que puede desencadenar protestas o estallidos, que mientras sean parciales o locales pueden ser controlados.

El debate se ubicará en las distintas corrientes chavistas y de izquierda, donde la dolarización y los precios internacionales de la gasolina representan un verdadero tabú

Más que el esquema de venta anunciado, lo que va a dispersar cualquier malestar es la distribución de combustible derivada, o bien de las refinerías nacionales o bien de la importación por medios privados, que deben eludir el bloqueo de EE.UU.

La debilidad opositora no permite pensar que esta medida, por más que afecte a sectores determinados, pueda provocar un conjunto de protestas coordinadas con alguna capacidad de movilización importante. Además, las mayorías del antichavismo estarán pendientes más de abastecerse de gasolina que de salir a la calle a protestar.

Los nuevos precios de la gasolina van a ser rápidamente tolerados y naturalizados por los consumidores, quienes esperan abastecerse para comenzar a reactivarse económicamente. El debate, en cambio, se ubicará en las distintas corrientes de izquierda, donde la dolarización y los precios internacionales de la gasolina representan un verdadero tabú, una línea amarilla que no debe ser pasada y que pone en cuestión los resultados del período chavista.

Pero se quiera o no, es claro que estamos en un nuevo momento para el país: una Venezuela pospetrolera. Es lógico que esto tenga un fuerte impacto en el modelo de país que se demandó desde el chavismo, un proyecto básicamente antineoliberal, defensor acérrimo de la moneda nacional y la independencia económica, banderas que quedaron agazapadas por el auge de la dolarización y la retirada cada vez más evidente del Estado de toda la esfera económica.

La certeza de ser un país petrolero permitía a toda la ciudadanía demandar precios mínimos para la gasolina. Con el anuncio, Maduro sincera el estatus de la industria petrolera venezolana: ya el Estado no hace gasolina y debe comprarla en dólares. Y un claro metamensaje: ya no somos un país petrolero. 

La crisis interna de PDVSA, el bloqueo financiero de Estados Unidos, la baja de los precios del petróleo, la presión sobre empresas aliadas como Rosneft y Repsol, todo parece atentar contra la estatal venezolana, que durante la historia reciente del país fue la gallina de los huevos de oro y que ahora depende de la importación de gasolina. ¿Podría volver a producir o en pocas semanas estaremos esperando otro auxilio de combustible? He allí la clave.

A todas estas, el tema del coronavirus queda solapado por el conflicto de la gasolina, que ha sido el verdadero drama de las últimas semanas. Con tres muertos por el virus en casi dos meses, Maduro también sincera su agenda, que había estado privilegiando el ataque a la pandemia, a pesar del poco impacto en el país caribeño. Situación que aún puede cambiar debido a la entrada masiva de migrantes venezolanos que vuelven al país desde epicentros virales como Brasil, Perú, Ecuador y Colombia.

El lunes comenzó la flexibilización de la cuarentena con la etapa llamada 'Nueva normalidad relativa', que parece indicar no tanto que ya no hay peligro de infectarse por el virus, como que ya llegó la gasolina.

Ociel Alí López

Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.

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