Las protestas sociales que se ha producido la última semana en decenas de ciudades de EE.UU., a raíz de la muerte de George Floyd en Minesota, no son un estallido más. No solo por la viralidad con que irrumpió, sino sobre todo por la complicada situación interna que hoy vive ese país.
Las 100.000 muertes por el coronavirus, así como la nula capacidad de respuesta para neutralizar una pandemia que venía desplazándose con conocimiento público mundial, es un indicio de debilidad que puede explicar parte de la contundencia de la protesta: el Estado está débil y las instituciones no controlan la situación del país. Esta explosión no se produce ante un país fortalecido, como en las anteriores revueltas de 1968, 1992 o 2014, sino en uno decaído, con casi dos millones de contagiados de Covid-19, fosas comunes y problemas sanitarios graves. Todo ello en las últimas semanas.
En una reunión telefónica publicada por varios medios, entre ellos CNN, Trump dijo a los gobernadores: "No entiendo que pasó en Minesota (…) En Minesota fueron el hazmerreír del mundo, se tomaron el departamento de Policía, la policía estaba corriendo por las calles (…) nunca he visto algo así (…) el mundo entero se estaba riendo. Lo que pasó en los Angeles, Filadelfia, Nueva York, fue un desastre. No entiendo lo que le pasó a los más finos en Nueva York (…) Si no les domináis, se van a hacer con vosotros, vais a parecer una panda de idiotas".
Si Trump no entiende, el mundo tampoco. ¿Qué pudo haber pasado en la principal potencia mundial para que sus conflictos internos se profundicen de manera tan radical?
La mencionada conferencia telefónica es representativa de la situación actual. En ella, el presidente llama "débiles" e "imbéciles" a los gobernadores. Sin embargo, al final, está llamando débil también a las instituciones, a los gobiernos de las principales ciudades y a su propio país. Esta reunión resume la situación de Trump en una palabra: impotencia, porque la forma que demanda para apagar el fuego es con más gasolina y la estructura oficial luce fisurada para acatarle.
El pasado miércoles, 3 de abril, el propio secretario de Defensa, Mark Esper, rechazó la amenaza de Trump de usar la Ley de Insurrección, con la que pueden usarse fuerzas militares para enfrentar las protestas sociales. Un nuevo obstáculo a sus deseos de movilizar al Ejército para apaciguar los ánimos.
Aunque ya ha militarizado Minesota (el epicentro), la aplicación de la ley en el resto del país está en veremos.
Con la declaración del secretario de defensa, la grieta llega al propio gabinete presidencial. Pero no queda allí. Con el distanciamiento y dura crítica de James Mattis, el famoso 'Perro Loco', un líder militar y exsecretario de Defensa venerado por Trump, la grieta ya afecta las instancias militares. En un artículo de opinión publicado en The Atlantic, Mattis ha afirmado: "Militarizar nuestra respuesta, como vimos en Washington DC, crea un conflicto, un falso conflicto entre la sociedad militar y la civil (…) Erosiona la base moral que garantiza un vínculo de confianza entre hombres y mujeres en uniforme y la sociedad a la que han jurado proteger, y de la cual ellos mismos son parte".
Mientras avanza la diatriba política, el país se va desgastando. En paralelo, medios y redes publican un video más apocalíptico que el anterior: centros policiales ardiendo sin bomberos que puedan apagar las llamas, toques de queda que los manifestantes no cumplen, medios y empresas digitales como Twitter condenando alocuciones presidenciales, gobernadores en abierta pelea con el presidente a pesar de la situación, fosas comunes por el virus, saqueos imparables y, lo último, un malestar en el área de defensa con su principal funcionario.
Todo un cóctel diabólico al que no se ven salidas posibles, especialmente si al que le toca tranquilizar termina siendo el más belicoso y busca más bien avivar el activismo supremacista, las confrontaciones civiles y la legitimación de las acciones represivas e, incluso, militares, sin ningún indicio de querer utilizar su mano izquierda.
Trump dirige toda la atención geopolítica hacia lo interno de su propio país: el enemigo es interno, tiene ciudadanía estadounidense y, por lo tanto, la "lucha contra el terrorismo" no depende de la movilización de contingentes y armas militares hacia el exterior
La delicada situación, que requiere de un estadista, un político con capacidad de dialogar o negociar en situación de debilidad, tiene como protagonista a un empresario acostumbrado a mandar y a que le obedezcan. Pero eso no está ocurriendo, ni en el estado ni en el país. Así las cosas, se generan dudas sobre la capacidad de su liderazgo para atravesar la tempestad.
Una vez declaradas las protestas como "terrorismo nacional", Trump dirige toda la atención geopolítica hacia lo interno de su propio país y ya no hacia países y culturas enemigas. El antagonista ya no está en Irán o Afganistán, el riesgo de muerte ya no viene de Colombia en forma de droga, ni se presenta en forma de misil atómico coreano. El enemigo es interno, tiene ciudadanía estadounidense y, por lo tanto, la "lucha contra el terrorismo" no depende de la movilización de contingentes y armas militares hacia el exterior, sino hacia el interior del país.
Ya no hay "choque de civilizaciones", como tanto se citó a Huntington después del 11 de septiembre, sino una especie de choque endógeno que cambia el sentido de EE.UU. como potencia militar mundial.
En conclusión, el policía del mundo está ocupado por ahora en mantener el orden dentro de su casa. Mientras vemos si lo logra, el mundo ha quedado sin policía y eso puede traer consecuencias.
Un mundo sin policía
Específicamente este 2020, año de presidenciales, ha sido catastrófico. Como dijimos, las 100.000 muertes del coronavirus tienen una especial connotación. Este país, acostumbrado a ganar guerras, ha sido el peor del mundo en la gestión del virus. Responsabilizar a China intenta insuflar nacionalismo para amortiguar la tragedia. Pero también, eleva al adversario a una escala superlativa, a un nivel destructivo incluso superior al propio. Quien crea el relato de la culpabilidad de China en la propagación del Covid 19, deberá preguntarse cómo será el siguiente ataque y si el responsable de contenerle será tan ingenuo como el actual presidente, que le restó importancia incluso cuando ya había arropado Norteamérica. EE.UU. no ha respondido a la tragedia como país privilegiado y es posible que ya sea tarde para hacerlo: el conflicto se trasladó a la calle y el virus pasó a segundo nivel de importancia.
El ministro chino de relaciones exteriores, Wang Yi, ha advertido que las relaciones entre ambos países están al borde de una guerra fría. La competencia por la productividad entre ambos colosos pueda estar desequilibrada en la actualidad debido al daño causado por el coronavirus en Norteamérica, a diferencia de China, que pudo controlarlo mucho más rápidamente.
Para más señas, un viejo aliado, Europa, parece alejarse cada vez más de su tutela. Merkel acaba de negar su participación en la cumbre presencial del G7 que está convocando Trump, según analistas, como parte de su campaña electoral. Además, dentro de pocos días, en julio, Israel tiene programado anexarse Cisjordania, lo que va a implicar la apertura de un nuevo frente en medio oriente, en el que se va evaluar si la correlación de fuerzas está variando o se mantiene a favor de Israel. Pero seguro, Europa defenderá sus intereses que, en este caso, son contrarios.
El conflicto con Irán también alza vuelo y aumenta las respuestas retadoras. En mayo, el país persa trasladó cinco barcos petroleros a Venezuela, adentrándose en el caribe americano y burlando todo el andamiaje de sanciones diseñado por la actual gestión contra ambos países. Atrás quedó el consenso en el Consejo de Seguridad, tutelado por Bush en 2006 para aplicar sanciones a Irán. En este tema, EE.UU. ha quedado solo.
Después del descontrol interno, los adversarios de esta zona podrían leer que la potencia está debilitada e intentar aprovecharse. Pero pueden estar equivocados.
La fortaleza militar está intacta
EE.UU. sigue siendo el país de mayor fuerza militar y usará todo su poder para mantener su posición privilegiada. Pero lo curioso es que, cuando debe mostrar el músculo en el plano geopolítico para mantener preponderancia, entonces deberá primero controlar su situación interna y abatir, si se quiere, al enemigo, que posee pasaporte estadounidense y es ciudadano de ese país.
A pesar de ello, Trump tiene hasta noviembre, mes de las presidenciales, para mostrar contundencia ante su electorado más conservador y dispone de muchas herramientas bélicas para ello. Hay un sector de electores que esperan ver un presidente victorioso en alguna parte del mundo, y en una campaña electoral cerrada se requiere cederles el pedimento.
Pero Trump no está muerto políticamente: el supremacismo blanco, pero también la alianza que ha hecho con la clase trabajadora, puede volver con fuerza avasallante teniendo como objetivo reprimir duramente las manifestaciones
Pero antes debe controlar las manifestaciones y, de usar las armas contra ellas, puede terminar abriendo una zanja que recrudecerá el conflicto histórico y eso puede dividir al sector militar, que ya está crujiendo, según las declaraciones de Esper y Mattis.
Por ahora se requiere mejorar la imagen. Hoy, EE.UU. parece más un país de América latina que el país más rico del mundo. Lo que ocurre parece una prolongación de las protestas que ocurrieron a finales del año pasado en Ecuador, Chile, Colombia, Puerto Rico y Haití. Pues ahora le tocó al país del norte, e igual que los presidentes de las naciones latinoamericanas, la continuidad de Trump está en riesgo.
Hacia dónde va Estados Unidos
Es probable que el estado profundo retome el relato del país liberal y democrático. Que haga de los próximos meses un tiempo de transición hasta la llegada a la Presidencia de Joe Biden, que va a volver al discurso afrodescendiente de Obama y acercarse al subversivo Sanders. Este tipo de gobiernos demócratas, históricamente, han sido llamados para apagar el fuego.
Otra opción es que ninguna fuerza pueda vencer a la otra y se genere un agónico conflicto que se alargue en el tiempo, sumiendo a la nación en una severa lucha interna, rozando la guerra civil y la mutación en un estado fallido
Pero Trump no está muerto políticamente. El supremacismo blanco, pero también la alianza que ha hecho con la clase trabajadora, puede volver con fuerza avasallante teniendo como objetivo reprimir duramente las manifestaciones. Seguramente sectores de ultraderecha también preparan movilizaciones armadas como las realizadas en Michigan. En todo caso, no hay datos que den cuenta de que la derrota de Trump sea inminente y, por el contrario, muchas gestiones aprovechan este tipo de situación caótica para fortalecerse. Según este escenario, el grado de profundidad en el conflicto puede reproducir el lado más salvaje de los norteamericanos.
Otra opción es que ninguna fuerza pueda vencer a la otra y se genere un agónico conflicto que se alargue en el tiempo y haga sumir a la nación en una severa lucha interna, rozando la guerra civil y la mutación en un estado fallido.
Lo que ocurra en EE.UU. va a impactar en el mundo. Cada escenario producirá reacomodos geopolíticos que muchas veces ocurren por la fuerza. Por los momentos, todos los ojos se dirigen hacia ese país y el resto del mundo mira con cautela pero toma sus previsiones.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.