¿'Estatuafobia' o poscolonialismo? Cómo explicar el derribo de las estatuas en el mundo
La ola de protestas de las últimas semanas ha tenido sus características propias, que la diferencian de otros estallidos sociales. El efecto George Floyd está sacudiendo las formas de pensar el conflicto: no estamos solo en presencia de una reacción a un vil asesinato racista, sino que el choque se parece más a una guerra cultural donde lo simbólico sale a relucir como modo de reivindicar una situación histórica, más allá de la rabia de un momento reactivo después de una injusticia.
Quizá por eso el derribo de estatuas que hacían reverencia a antiguos esclavistas o colonizadores se ha disparado por Estados Unidos y Europa, aunque también podría recordarse que ocurrió lo mismo durante las intensas movilizaciones en Chile a finales del año pasado.
Revueltas antirracistas ha habido muchas, pero esta en particular ha dirigido un foco importante de atención a lo simbólico, representado en figuras que confirman la hegemonía blanca y racista, en tanto guardan tributo a la opresión ilimitada hacia negros e indígenas.
Las acciones de derribo de estatuas otorgan un origen histórico al conflicto y hacen notar que el comienzo de la diatriba no se debe a un error policial o a un exceso de autoridad. La movilización actual no ha sido solo, como en ocasiones anteriores, una protesta callejera con saqueos que se salen de las manos debido a la ira popular, sino que por el contrario, ha tocado la medula espinal de la tensión histórico-cultural. Y la destrucción de esculturas que legitiman el orden premoderno viene a plantearlo.
¿Estatuafobia?
Las estatuas de Cristóbal Colón han sido el principal símbolo atacado. Durante estos días, hemos visto sus representaciones decapitadas, vandalizadas, pintadas, quemadas, golpeadas a mandarriazos y lanzadas al agua. Incluso rituales indígenas se han visto alrededor de las estatuas derribadas. Pero no solo ha sido Colón. También generales de la confederación, personajes esclavistas y, en Londres, un par de vendedores de negros cuyas efigies lucían flamantes en pleno espacio público. En Bélgica le tocó el turno a la del rey Leopoldo II, responsable del genocidio negrero en el Congo.
La pelea simbólica está produciendo lo que algunos medios y políticos ya llaman "estatuafobia", como forma de ubicar estas acciones fuera del marco de racionalidad política. Pero lo cierto es que todas ellas se han dirigido contra figuras racistas y coloniales. No han expresado vandalismo contra cualquier monumento.
Los actos en los que se han tumbado esculturas se han repetido en los estados de Virginia, Boston, Mineápolis y Miami, entre otras ciudades en Estados Unidos, así como posteriormente en Reino Unido y Bélgica. Estas acciones han producido consecuencias en consejos locales, alcaldías y grupos de congresistas, que han pedido o declarado la necesidad de retirar efigies de personajes. La alcaldía de Londres, por ejemplo, decidió crear una comisión para estudiar el tema de las estatuas, con el fin de retirar las de personajes con pasados racistas. El ayuntamiento de Poole removió también esta semana la estatua del fundador de los boy scouts, Robert Baden-Powell, por haber colaborado con Hitler y el nazismo.
Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., también quiso entrar en el juego simbólico pidiendo al Congreso el retiro de 11 estatuas de generales confederados que lucharon del lado esclavista durante la guerra de secesión, entre 1861 y 1865.
El presidente Trump, por el contrario, ha renegado de esos intentos de reforma y ha preferido relacionar a estos generales confederados con el Ejército y la historia de EE.UU. Muchos fuertes militares llevan el nombre de esos uniformados defensores de la esclavitud, y la Casa Blanca ha sido reiterativa en que no se plantea un posible cambio de nombre en esas instalaciones.
El derribo de las estatuas es un acción insumisa, puesto que muchas de ellas se levantaron no cuando vivía su apogeo el supremacismo blanco, sino cuando se producían levantamientos antirracistas o de emancipación de los negros
Y si de simbolismos se trata, la carrera de Joe Biden, la competencia de Trump en las próximas presidenciales, está cargado de ellos. Viene de ser el vicepresidente del primer mandatario negro de la historia de EE.UU. Y, aunque los ocho años de Obama en la Casa Blanca no parecen haber cambiado mucho la situación racial en el país, las primarias demócratas suponen confirmar, con su triunfo en los estados del sur –especialmente en Carolina del Sur, donde logró una alianza con el líder afrodescendiente James Clyburn–, que la población negra prefirió al 'blanco' de Obama que al 'blanco' antisistema de Sanders. Privilegia la crítica a la sociedad feudal sobre la crítica al sistema capitalista.
Trump, un político que sabe barajar los efectos simbólicos, diseñó su reinicio de campaña apelando a dos hitos que juntó en una única convocatoria: la fecha sería el 19 de junio, día en el que se celebra el final de la esclavitud en EE.UU., y como lugar escogió la localidad de Tulsa, en Oklahoma, recordada por haber ocurrido allí, a comienzos del siglo pasado, los peores brotes racistas, que contaron con centenares de afroamericanos asesinados y la destrucción de barrios enteros por parte de supremacistas blancos.
Semejante coincidencia con la situación actual prendió las alarmas en diversos sectores, que esperaron un enaltecimiento presidencial del discurso supremacista, sobre todo porque ya Ronald Reagan había utilizado la metáfora de Tulsa para levantar el voto blanco. Opinadores como Michel Norris, del Washington Post, tildaron de "ironía diabólica" la forma en que el mandatario regresará a la campaña después de la pandemia.
No obstante, un Trump más cauteloso dijo por Twitter haber atendido el llamado de "amigos y partidarios afroamericanos" y pospuso la fecha de la convocatoria.
¿Hasta qué punto esta reacción del derribo de estatuas es una respuesta a la acciones supremacistas blancas que han tenido a Trump de mentor? ¿O es que estamos en presencia de un movimiento más intelectual y maduro que uno de tipo tumultuario que prefiere el pillaje a los hechos figurativos?
Algo está ocurriendo con el 'efecto Floyd' que afecta también el orden simbólico. Una protesta basada también en los signos culturales.
Derribo de monumentos: más allá de Floyd
Al comienzo no fueron solo los negros. El 9 de junio, en medio del levantamiento contra el asesinato de George Floyd, la Asociación indígena de Richmond, en Virginia, convocó una movilización en la que se podía prever, por la forma y el lugar del llamado, que el objetivo era derrumbar la estatua de Colón, lo que efectivamente se hizo.
El derribo de las estatuas es un acción insumisa, puesto que muchas de ellas se levantaron no cuando vivía su apogeo el supremacismo blanco, sino cuando se producían levantamientos antirracistas o de emancipación de los negros, como los ocurridos a inicios y mediados del siglo pasado. Erigir esas esculturas era la manera de imponer el miedo y mostrar el poder.
Es muy interesante que acciones simbólicas de este tipo se hayan trasladado a otros lugares como, por ejemplo, Reino Unido. En ese país se vivieron intensos conflictos en el año 2011, cuando la muerte del joven afrodescendiente Mark Duggan a manos de la policía generó intensas jornadas de lucha callejera y saqueos. Sin embargo, no se recuerda el derribo de ninguna estatua.
Este 2020, las movilizaciones antirracistas en Reino Unido han ido acompañadas del desmantelamiento de la efigie de Edward Colston, un comerciante de esclavos del siglo XVII. También el movimiento Stop Trump ha diseñado un mapa interactivo de unos 60 monumentos en territorio británico para promover su retirada, algo que ya se ha venido adelantando en varios consejos locales y alcaldías, que están estudiando eliminar reverencias institucionales a figuras esclavistas. El propio alcalde de Londres, Sadiq Khan, optó por quitar de las calles la estatua de Robert Milligan, otro traficante de esclavos.
El ataque a monumentos puede verse como la 'guinda intelectual' de los estallidos raciales, que ya no solo apelan al disturbio y la venganza, sino también a la reivindicación de lecturas históricas sobre lo que está ocurriendo en la actualidad
Como parte del efecto Floyd, el 10 de junio la tranquila Bélgica presenció el derrumbe de la estatua del rey Leopoldo II, quien cometió genocidio contra los negros en lo que hoy se llama la República del Congo, a finales de 1800.
En este impulso contra estatuas racistas y colonizadoras puede recordarse lo ocurrido hace pocos meses en Chile. Durante las protestas de finales de 2019, que sacudieron durante varios meses a ese país, fueron tumbadas históricas efigies de conquistadores españoles, como Pedro de Valdivia, en varias ciudades.
También se recuerda el año 2004, cuando en una revolucionaria Venezuela, gobernada por Hugo Chávez, grupos de jóvenes tumbaron la estatua de Colón, lo que fue criticado en un primer momento por el entonces presidente debido al tipo de acción tumultuaria que le precedió. Sin embargo, el monumento no fue repuesto; en su lugar, la alcaldía de Caracas erigió la figura de Guicaipuro, el líder tribal que se enfrentó durante años a los españoles. En aquel momento, Chávez había logrado que el 12 de octubre dejara de llamarse el 'Día de la Raza' y se conmemorara el de la Resistencia Indígena, algo que hoy están exigiendo muchos movimientos y políticos en todo el continente americano, y que se ha logrado en varios lugares.
Ya para 2019, 130 ciudades de Estados Unidos y ocho estados, incluido el distrito de Columbia, donde se encuentra la Casa Blanca, conmemoraban el día de los pueblos indígenas y habían suprimido el 'Columbus day' o día de Cristóbal Colón. Sin embargo, Trump nunca lo reconoció: "Será siempre el día de Colón", declaró.
El tema simbólico-racial no se ubica exclusivamente en la revuelta callejera. La empresa de comunicaciones HBO sacó de su archivo la histórica película 'Lo que el viento se llevó', por considerarla promotora del racismo. Y los estudios Paramount dejaron de emitir la famosa serie 'Cops', donde policías blancos aparecen siempre como héroes mientras se criminalizan a otras razas.
El ataque a monumentos puede verse como la 'guinda intelectual' de los estallidos raciales, que ya no solo apelan al disturbio y la venganza, sino también a la reivindicación de lecturas históricas sobre lo que está ocurriendo en la actualidad. La ebullición recuerda los estudios postcoloniales que tuvieron una fuerte emergencia en los 80 y 90 en las universidades de Birmingham y muchos círculos de EE.UU, donde se debatía, con un enfoque postmarxista, que la división central del conflicto social no era propiamente la clase, ricos contra pobres, sino la procedencia cultural y el tema étnico. Algo que revive de diferentes maneras en esta era Trump, en la que grupos subalternos de obreros y trabajadores están prefiriendo los discursos de recuperación de la 'grandeza nacional' a las reivindicaciones laborales. También se vive en muchos lugares de Europa, donde crece el orgullo europeísta defendido por las extremas derechas, que le roban a la izquierda su influencia sobre el movimiento obrero.
La diatriba actual goza de complejidad porque se multiplican las esferas en las que se emprenden luchas contra el metarrelato blanco. Lo simbólico es crucial porque ha sido una arena bastante trabajada por el fenómeno Trump y es posible que muchas acciones, tanto en la campaña como en la política general, le tengan como espacio privilegiado de actuación.
Tendremos que estar pendientes.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.