Los policías apostados en las puertas de la estación de tren de Constitución, en la ciudad de Buenos Aires, revisan uno a uno los permisos de tránsito que, a través de su celular, muestran los pasajeros.
Todos portan el obligatorio cubrebocas. Las filas avanzan a distintas velocidades.
Quienes aspiran a viajar deben ser trabajadores esenciales: empleados públicos, de limpia, de seguridad, de servicios de salud y de alimentación, supermercados o repartidores. O personas que requieren permisos especiales para llevarles alimentos a familiares mayores, o padres y madres separados que alternan la custodia de sus hijos. Es la única manera de que la aplicación creada exprofeso por el gobierno autorice las salidas de casa.
Una vez que los policías cotejan que el permiso electrónico coincida con el documento nacional de identidad, el pasajero puede entrar o salir de Constitución, una de las principales terminales que conectan a la provincia de Buenos Aires y a la capital, la zona que es el foco rojo de la pandemia de coronavirus en Argentina que hasta este jueves reportaba 67.197 casos confirmados y 1.363 fallecimientos.
En ambos distritos, durante las últimas semanas se registró más de 90 % de los contagios y muertes por covid-19. Por eso, después de duras negociaciones, el presidente Alberto Fernández; el jefe de gobierno de la ciudad, Horacio Rodríguez Larreta; y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, anunciaron marcha atrás en la apertura gradual de actividades.
Se arriesgaron a un costo político. Y no es para menos. Ya pasaron 105 días desde aquel 20 de marzo en el que Fernández ordenó el cierre de fronteras y el inicio de una cuarentena obligatoria en todo el país, y el agotamiento y el fastidio ciudadano con el encierro es evidente, en particular en el Área Metropolitana de Buenos Aires, que concentra el 37 % de la población del país, y en donde ahora rigen las medidas de aislamiento más estrictas.
En la evaluación de esta nueva cuarentena, el gobierno de la ciudad informó que solo se renovaron 2,3 millones de permisos de salidas. Esto implica que circula un 50 % menos de personas que la semana pasada. En el transporte público, el número de pasajeros bajó de 958.000 a 685.000.
Y se nota. Plazas vacías, calles y avenidas con tránsito escaso y menos pasajeros en el de por sí limitado transporte público es el panorama que luce la capital. Así permanecerá por lo menos hasta el 17 de julio, plazo que pusieron las autoridades para esta nueva etapa, aunque ninguno de los gobernantes se comprometió a que será la última.
Mientras tanto, la presencia policial se reforzó en Constitución, Once y Retiro, las tres estaciones de trenes de Buenos Aires, para checar que no viajen pasajeros no autorizados. Las permanentes aglomeraciones de la antigua normalidad en estas terminales se evaporaron. Si acaso, a ratos se forman largas filas de personas que esperan a que los efectivos revisen sus documentos.
Las bancas públicas de las estaciones están cubiertas con sellos de plástico para evitar que los pasajeros se sienten. En el piso pintaron huellas que marcan el distanciamiento social requerido para evitar contagios. Las escaleras mecánicas están selladas. A cada rato, trabajadores cubiertos de trajes blancos especiales desinfectan los torniquetes.
Los mensajes de alerta se propagan por doquier, ya sea en las pizarras de arribos y partidas de los trenes, en cartelerías fijas o en pantallas electrónicas distribuidas en las estaciones: "Quédate en casa", "Cuidarte es cuidarnos", "No nos descuidemos ahora", "Cuarentena responsable".
En las paradas de autobuses, las bancas lucen vacías. Los negocios considerados no esenciales, como las librerías, mercerías y tiendas de ropa y calzado, que ya habían comenzado a reabrir, tuvieron que volver a cerrar. Los corredores también vieron interrumpidos los permisos que tenían para salir a ejercitarse por las noches.
Las únicas flexibilizaciones que permanecieron fueron la apertura de bancos que atienen con turnos que se tramitan con anticipación, y las salidas recreativas que los menores de edadpueden realizar los fines de semana, acompañados por su padre o madre.
Las polémicas de Berni
El inicio de la nueva cuarentena fue protagonizado por el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, quien aprovechó para desatar una nueva polémica.
Como los cambios reforzaron los operativos de control, por la mañana hubo largas filas de vehículos en los accesos de provincia a capital, lo que demoró el ingreso mientras los automovilistas se impacientaban.
De manera sorpresiva, el ministro llegó a los gritos a uno de esos accesos. A sabiendas de que había cámaras de televisión, comenzó a gritar y a regañar a los efectivos de la Policía Federal que coordinaban el operativo. Después de pelearse, incluso ofreció entrevistas en vivo desde el lugar, lo que es habitual porque es uno de los funcionarios más mediáticos del país.
"El show de Berni", como ya lo bautizó la prensa local, continuó durante toda la jornada en varios programas televisivos en los que justificó el escándalo que armó. Está acostumbrado. El mes pasado apareció portando un arma de largo alcance durante un operativo. Otras veces ha hecho presencia volando en helicópteros y cubierto con chalecos antibalas. Y ahora mantiene un confrontación pública con la ministra de Seguridad de la Nación, Sabina Frederic.
Por eso, mientras millones de ciudadanos trataban de acomodarse a la nueva cuarentena, crecían los rumores sobre el malestar que genera Berni, ya que lo que menos quiere el gobierno son controversias que refuercen todavía más el tenso clima social provocado la pandemia.
Cecilia González
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