Algunos humanos portan genes de un homínido "súper arcaico" desconocido, cuyo genoma nunca ha sido secuenciado a partir de ningunos restos. Esta es la conclusión a la que ha llegado un equipo de genetistas e informáticos estadounidenses que ha estudiado el flujo de genes entre distintas poblaciones del hombre moderno y sus ancestros.
Un nuevo algoritmo, que los investigadores describen en la revista PLOS Genetics, ha confirmado varias migraciones de genes y, supuestamente, de poblaciones, que eran conocidas para los antropólogos. Así, hace aproximadamente 50.000 años, el ADN de los neandertales y de otra rama emparentada de la evolución humana, los denisovanos, se cruzaron con el hombre moderno, proveniente de África: algo de lo que ya había constancia.
Sin embargo, ahora se ha descubierto que al menos 150.000 años antes de aquellas migraciones se produjo otro intercambio génico. El linaje del Homo sapiens se mezcló con los neandertales y también con los denisovanos; de tal forma que en un denisovano tardío, cuyo ADN analizaron con el nuevo algoritmo, están presentes algunos genes de nuestros antepasados más directos.
Se ha calculado que el 3 % del genoma neandertal (el equipo examinó dos ejemplares) provenía de los humanos antiguos. Así, el 1 % del genoma denisovano parece provenir de otra especie homínida, posiblemente el Homo erectus. Las tres ramas de la evolución humana experimentaron el aflujo génico de aquellos enigmáticos seres "súper arcaicos" en el mismo lapso, hace entre 200.000 y 300.000 años.
A juzgar por los datos genéticos, la rama desconocida se habría separado del principal tronco evolutivo del género humano hace millones de años, pero después que los ancestros del chimpancé (hace unos 13 millones de años). Hasta el 15 % de las regiones del ADN de esa rama encontradas en el denisovano posiblemente se transmitieron también a los humanos modernos, estableció el equipo.
Los hallazgos del grupo apuntan a varios casos previamente desconocidos de cruzamiento y dejan aún más enramado el árbol de la evolución humana. Los autores estiman que este mismo enfoque nos podría ayudar a comprender mejor la transformación del lobo en perro, entre otros casos complejos.
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