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Resistir entre el campo y los fogones: Cómo una cocina se convirtió en la trinchera de mujeres mexicanas contra la violencia de género

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El proyecto 'Mujeres de la tierra' nació en la alcaldía Milpa Alta de Ciudad de México para dar autonomía a víctimas de agresiones por parte de sus parejas.
Resistir entre el campo y los fogones: Cómo una cocina se convirtió en la trinchera de mujeres mexicanas contra la violencia de género

Una tarde nublada de septiembre, Chío, Gris, Alma, Mary y Magos se reúnen en casa de Lety para cocinar y para abrazarse en los momentos más difíciles. Ellas son integrantes de 'Mujeres de la tierra', un proyecto que nació para conseguir autonomía económica y que se ha convertido en un alivio en medio de la violencia que viven en sus hogares.

Chío, una psicóloga especializada en educación, inició este proyecto cuando veía todos los días los testimonios de violencia en el entorno de personas que habitan en la alcaldía Milpa Alta, al extremo sur de Ciudad de México. Una compañera que llegaba con el ojo morado. Otra mujer que tenía marcas en el cuello porque su agresor la intentó ahorcar en casa. Una 'compa' más que contaba que había sido víctima de violencia sexual por parte de su pareja. 

Estas dolorosas historias hicieron que Chío se preguntara si había una forma de organizarse para intentar cambiar las realidades de cada una, que del dinero obtenido de estas ventas de comida tradicional mexicana pudieran permitirles pagar un arriendo para ellas y sus hijos y así poder dejar a sus agresores.

"Nosotras no estamos haciendo esto para hacernos ricas, estamos haciendo esto para ayudarnos entre nosotras porque lo tomamos como una ruta para poder salir de círculos de violencia muy fuertes",  aclara Chío.

Aunque ella se permite soñar en grande, sabe que cada una de sus compañeras tiene un proceso distinto en medio de la violencia física, psicológica y sexual que viven en casa. 

La convocatoria del amor

En una cocina habilitada en el último piso de una casa de Milpa Alta, estas mujeres resisten codo a codo, mientras preparan mole, tamales de frijol y nopal y flan de elote, cuando la temporada de maíz dulce lo permite. 

"Todas las mujeres que formamos parte de esta colectiva, si bien nos convoca la violencia, también nos convocan los saberes y el amor que nos heredaron nuestras abuelas y nuestras madres a la tierra, al cultivo y a la cocina", dice Chío, hermana de Lety, Alma y Gris.

En una estufa casera que se alimenta de leña, descansan dos grandes ollas en donde se terminan de cocer los elotes (mazorcas) recién cosechados. En una mesa rectangular hay docenas de tortillas, tlacoyos de frijol y gorditas de chicharrón, que serán organizados en cinco pedidos que entregarán al otro día. 

Este es un espacio en donde las mujeres ríen, lloran, se desahogan, se abrazan y, de vez en cuando, también bailan cumbia. Es un refugio seguro en medio de la violencia de un país que se atreve a cuestionarlas y llamarles "locas" cuando alguna se carcajea en la calle. Pero ellas se aferran a los instantes de felicidad en este oasis, porque como refiere Magos, "hay que ser alegres en esta vida, porque solo se vive una vez". 

Por estos momentos de alegría, y porque se mantienen unidas, las 'Mujeres de la tierra' esta tarde dicen "salud" y brindan con un rico café de olla. 

Un proceso difícil

Algunas de las integrantes del grupo decidieron salir de sus lugares de trabajo —en puestos de tacos de barbacoa o haciendo tlacoyos en fiestas— y sumarse al proyecto para tener la posibilidad de dejar a sus agresores. En ese difícil proceso, encontraron en sus hijos su "principal motivación" para seguir adelante, según explica Magos, una persona que lleva más de 35 años en Milpa Alta y que acostumbra llevar a sus pequeños al campo para enseñarles el proceso de trabajar la tierra. 

El tránsito de las 'Mujeres de la tierra' no ha sido sencillo, porque no siempre hay los pedidos que les permitan solventarse, a veces las cuentas no salen y poco a poco han tenido que utilizar sus ganancias para comprar algunos insumos necesarios, como un comal o un tanque pequeño de gas. Además, el proceso de siembra del maíz, cosecha y almacenamiento les puede tomar hasta seis meses. 

Pero han ido aprendiendo a organizarse mejor y, así como abunda el nopal en esta región de México, también sobra la fortaleza que las mantiene de pie. "Se debería de llamar mujeres luchonas", dice Lety sobre el otro nombre que podría adoptar el colectivo. 

La propuesta de Lety no es descabellada. Estas mujeres ven en el cultivo de alimentos de la gastronomía prehispánica —como el maíz, el frijol y el nopal— una forma de lucha, de unión colectiva y de revindicación del papel de las mujeres que viven en las periferias de la capital mexicana. 

Entre todas van al monte, desgranan el maíz, deshierban y limpian el nopal, cocinan y entregan los productos. Alrededor del fogón, estas mujeres sueñan con mundos nuevos, con el deseo de que más se sumen al proyecto para vivir en un lugar libre de violencia machista y, claro, para hallar el calor de la solidaridad que se cuece entre tortillas y tlacoyos.

José Beltrán

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