Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo que cumple 90 años convertida en un símbolo de los derechos humanos

El secuestro y asesinato de su hija y la desaparición de su nieto cambiaron su vida, pero logró transformar el dolor en una lucha colectiva.

Laura Carlotto estaba esposada a una camilla, con el rostro cubierto con una capucha y en una maternidad clandestina, cuando parió a su hijo Guido, al que sólo pudo abrazar durante sus primeras cinco horas de vida porque después los militares argentinos se lo llevaron para entregarlo, de manera ilegal, a otra familia.

Era 26 de junio de 1978, y tuvieron que pasar más de 36 años para que ese niño, bautizado como Ignacio Hurban por su familia adoptiva, recuperara su verdadera identidad y supiera, además, que es el nieto de Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, una de las defensoras de derechos humanos más reconocidas a nivel mundial.

Hoy, Estela, como suele ser llamada en Argentina, cumple 90 años. Y lo hace en plena actividad, buscando a los cientos de bebés y niños que, al igual que su nieto, fueron apropiados por los represores durante la última dictadura militar (1976-1983).

Hasta ahora, Abuelas ha recuperado a 130 de esos argentinos a quienes les robaron su identidad. Pero ella siempre advierte: "vamos por más", porque todavía hay familias que están buscando, que están esperando. Y hombres y mujeres que ya superan los 40 años y que siguen sin conocer a sus verdaderas familias.

Muchos argentinos recordarán siempre el 5 de agosto de 2014 como una fecha histórica, como "el día en que Estela encontró a su nieto". La noticia la colmó de muestras de respeto, admiración y amor que este jueves se repitieron desde temprano para felicitarla por sus nueve décadas de vida.

Y no es para menos, porque desde fines de los años 70, De Carlotto y otro grupo de mujeres que buscaban a sus nietos comenzaron, sin saber, una lucha que dio la vuelta al mundo, cambió leyes, impulsó investigaciones genéticas, ayudó a condenar a los culpables y que, con el hallazgo de cada nieto o nieta, ayuda a sanar las heridas que la dictadura dejó en Argentina.

La historia  

Además de torturar, asesinar y desaparecer a decenas de miles de víctimas, el último gobierno de facto de Argentina asumió como uno de sus rasgos macabros el robo de recién nacidos en las cárceles clandestinas a donde habían sido llevadas sus madres, quienes, luego de parir, eran asesinadas, acusadas de subversión sin juicio de por medio. También se llevaban a bebés que eran encontrados en operativos en los que sus padres y madres eran secuestrados por los militares.

Los represores se apropiaron de los recién nacidos, ya fuera adoptándolos ellos mismos o entregándolos de manera ilegal a otras familias, con el propósito de evitar que se convirtieran en "revolucionarios", "terroristas" o "enemigos del régimen". Otros menores fueron llevados a hospicios o, de plano, vendidos.

En 1977, varias madres que buscaban a sus hijas secuestradas a pesar de estar embarazadas, comenzaron a luchar por la aparición de ellas y de sus nietos, pese al clima de represión y de terror que predominaba en la época.

Se bautizaron a sí mismas como Abuelas de Plaza de Mayo. Poco después se les unió Estela de Carlotto, una maestra de escuela primaria que hasta entonces no había tenido ningún tipo de activismo político, pero que tuvo que dejar la placidez de su vida de clase media en la ciudad de La Plata cuando Laura, su hija mayor y militante peronista, fue secuestrada y llevada a una cárcel clandestina.

Más tarde, De Carlotto supo que su hija estaba embarazada y que había parido en cautiverio. El padre era Walmir Oscar Montoya, otro militante peronista también desaparecido.

En agosto de 1978, la maestra logró recuperar su cadáver de su hija, pero comenzó la infatigable búsqueda de su nieto Guido. Ése había sido el nombre elegido por Claudia para su hijo.

Fortaleza

En las décadas siguientes, las Abuelas lograron denunciar ante el mundo los crímenes cometidos por los dictadores, comenzaron a encontrar a los primeros nietos y hasta lograron que se desarrollara el "índice de abuelidad", un estudio genético que permite confirmar la identidad a partir de estudios de ADN entre nietos y abuelos, y que se creara el Banco Nacional de Datos Genéticos, el cual alberga muestras de las familias que siguen buscando a esos niños que, hoy, ya son hombres y mujeres adultos.

Ya durante la democracia, gracias al trabajo de Abuelas, la apropiación de niños y niñas fue considerado un delito imprescriptible, es decir, que no importaba cuánto tiempo pasara, los culpables tenían que ser enjuiciados, a diferencia de otros delitos cometidos por los represores que, gracias a leyes aprobadas en los primeros años post dictadura, quedaron impunes durante algún tiempo.

Ese panorama cambió en los últimos años, en los que cientos de represores, ahora sí, han sido condenados por delitos de lesa humanidad, entre ellos la apropiación de menores. Los testimonios de las Abuelas en los juicios han sido fundamentales.

Mientras demostraban que el robo de bebés había sido un plan sistemático y realizaban campañas en medios de comunicación, en recitales e iban recuperando poco a poco a algunos nietos, la lucha de Abuelas tenía impacto internacional.

Tanto, que incluso en la Convención sobre los Derechos del Niño se incorporó el derecho a la identidad. En Argentina, además, el 22 de octubre, fecha del nacimiento de Abuelas, se declaró como el Día Nacional del Derecho a la Identidad.

Con el paso de los años, De Carlotto se fue convirtiendo en uno de los rostros más visibles de Abuelas hasta que, en 1989, fue elegida como su presidenta. Con su ya inconfundible cabello blanco y su hablar sereno, siempre pidió  justicia, no venganza, e insistió en que formaba parte de una lucha colectiva al lado de todas sus compañeras y de las y los nietos recuperados que crecían y se iban sumando a la militancia por los derechos humanos. Hoy, varios de ellos son legisladores o funcionarios.

El día más esperado

A mediados de 2014, un joven de 36 años les escribió a las Abuelas porque, como tantos argentinos nacidos durante la dictadura, tenía dudas sobre su verdadera identidad.

Después de los estudios realizados en el Banco Nacional de Datos Genéticos, el 5 de agosto ese joven supo que era el nieto de De Carlotto. Y la presidenta de Abuelas supo que, por fin, había encontrado a su nieto.

Al día siguiente ambos se presentaron ante la prensa, juntos, sonrientes, todavía en shock. "Me parece maravilloso y mágico lo que está pasando", dijo Ignacio Hurban, quien advirtió que seguiría usando el nombre que le habían puesto sus padres adoptivos, pero que no le importaba que la familia de su madre lo llamara, también, Guido. Hoy, su identidad es Ignacio Montoya Carlotto.

"Me siento cómodo con la verdad que me toca y esencialmente estoy feliz, muy feliz y agradecido", afirmó quien desde entonces es conocido como "el nieto 114". Después de él, Abuelas ha encontrado a 16 más.

De Carlotto, por su parte, contó que en su nieto había encontrado "a un ser humano maravilloso, una persona pura, simple, sencilla e integrada". Confesó que en su primer encuentro tuvo emociones contenidas porque no sabía bien cómo tratar a un hombre al que había buscado desde que era un bebé.

El reencuentro no ha sido fácil. Ignacio/Guido se ha incorporado a su verdadera familia, pero también está preocupado por sus padres adoptivos, una humilde pareja de campo a la que sus patrones le regalaron el bebé, y le duele que vayan a ser juzgados por delitos de lesa humanidad. La presidenta de Abuelas, por su parte, quiere que se haga justicia.

Pero más allá de las controversias, ambos se quieren y celebrarán los 90 años de una maestra de escuela que se transformó en un símbolo de una historia colectiva de esperanza.

Cecilia González