Cómo el error de un antropólogo estuvo a punto de provocar el genocidio cultural de "un pueblo sin amor"

Tras pasar tres años entre los ik, al noroeste de Uganda, el británico Colin Turnbull los calificó como "un pueblo sin amor" ni amistad, al que solo se podía salvar físicamente destruyendo por completo su cultura. Medio siglo más tarde, un grupo de científicos comprobó que no es así y que el investigador observó aquella sociedad en una situación de extraordinaria hambruna, capaz de cambiar el comportamiento de quien fuere.

En 1972, el antropólogo británico Colin Turnbull publicó el libro 'El pueblo de las montañas' ('The Mountain People'). El trabajo, que pronto fue reseñado por medios de prensa tan influyentes como The New York Times y Time, se convirtió en un éxito. Lo hizo desafortunadamente para el pueblo africano ik, que ocupó en el imaginario social la posición poco agradable de 'la sociedad más egoísta y privada de cualquier signo de cooperación'.

El investigador pasó entre los ik, una muy pequeña etnia del nordeste montañoso de Uganda, tres años, de 1964 a 1967. Aparentemente, no quedó satisfecho con lo que vio. En su monografía, Turnbull los describe como "un pueblo sin amor", "poco amistoso" y "poco caritativo", que "ha cultivado el individualismo hasta el ápice" y solo ha sido capaz de producir una amistad "frágil y temporal". Ilustró estas afirmaciones con varias evidencias de una hostilidad endémica y fenómenos tales como el frecuente abandono de niños.

Colin Turnbull, antropólogo
Había que vivir entre los ik y verlos día tras día, verlos defecar unos en las puertas de otros, sacarse la comida de la boca los unos a los otros y comerse la de los hambrientos aunque la acabaran vomitando

"No veía otra solución"

En cuanto a las condiciones que generaron una cultura tan disfuncional, Turnbull opinaba que surgió con la colonización y el estado de continua escasez en el que empezó a vivir este pueblo, que previamente se dedicaba a la caza y la recolección. Consideró que había sido dañada tan profundamente que lo único que podía salvar a los ik, físicamente, sería un verdadero genocidio cultural. Así describe su conversación con funcionarios ugandeses:

Mi sugerencia fue bastante simple. [...] Tendrían que ser detenidos en algo parecido a una operación militar. […] Una operación bien organizada podría haberlos encerrado y atrapado en un foso antes de que pudieran huir. Luego tendrían que ser llevados a partes de Uganda lo suficientemente remotas como para que no pudieran regresar. […] Los hombres, las mujeres y los niños podrían ser acorralados al azar y deberían dispersarse por todo el país. […] La edad, el sexo o el parentesco eran irrelevantes. […] No veía otra solución.

Felizmente, las autoridades rechazaron ese plan. Por lo tanto, Turnbull expresó su esperanza que los ik —que eran entonces cerca de 2.000— "se extinguieran por completo". "Solo lamento que tantas personas tengan que morir, lenta y dolorosamente, hasta que el final les llegue a todos", señaló en su monografía el antropólogo, que calificó a ese pueblo como gente "sin vida, sin pasión, al margen de la humanidad".

Una imagen popularizada

Aunque sus propuestas de destrucción completa de la cultura ik no se concretaron, el libro de Turnbull ha tenido una influencia duradera no solo en la imagen que se tiene de esa etnia, sino también en la visión de nuestras sociedades en general.

Así, ya en 1973 el poeta y periodista científico Lewis Thomas publicó un ensayo en el que comparó el comportamiento de cada uno de los ik, por separado, con el de las naciones y otros grandes grupos de la sociedad civilizada. En 1975, los escritores Colin Higgins y Dennis Cannan popularizaron la concepción de Turnbull en una obra de teatro titulada 'Los ik' ('The Ik'). Y un año más tarde, el biólogo Richard Dawkins la utilizó en su éxito comercial 'El gen egoísta' ('The Selfish Gene').

La imagen de los ik como una sociedad basada en la rivalidad y el egoísmo se ha conservado hasta el tiempo presente. Por ejemplo, en 2016 el sociólogo Nicholas A. John la usó en su libro 'El siglo del intercambio' ('The Age of Sharing').

Durante varias décadas, la imagen de la cultura de los ik que presentó Turnbull fue utilizada para fundamentar el viejo mito de Hobbes sobre una "guerra de todos contra todos", que supuestamente habría reinado antes de la civilización.

Pese a tal popularidad del concepto, hasta los últimos años casi nadie cuestionó la veracidad de las observaciones de Turnbull.

Reconsideración

Entre 2016 y 2018, un grupo de antropólogos visitó varias veces el territorio de los ik y comprobó una vez más que ni la cultura ni la etnia se habían extinguido, como pronosticaba el investigador británico. Más aún, descubrieron que el comportamiento socialmente aceptable en ese pueblo africano difiere poco del de las demás culturas del mundo. En un artículo publicado en mayo en la revista Evolutionary Human Sciences, escriben:

Contrariamente al relato de Turnbull, encontramos que la cultura ik tiene muchas normas que mejoran la cooperación y fomentan la generosidad. […] La comida, la bebida, la tierra, la ropa, las herramientas, el trabajo, las noticias, el compañerismo, los descubrimientos y el amor, son todas cosas que el pueblo ik dice que es apropiado compartir. Según los ik entrevistados, los aspectos menos agradables de la vida, como los problemas y el duelo por los muertos (y los costos materiales asociados), también deben compartirse.

La inclinación hacia la generosidad y la cooperación también se deja ver en los refranes de la etnia —por ejemplo, circula en el área un proverbio que significa "es bueno compartir"— y en su religión. Así, los estudiosos pudieron ver que los ik creen en espíritus llamados kijawika, que traen mala suerte a los egoístas y favorecen a los generosos. Más aún, documentaron un caso de aceptación de una mujer y su hija, de una etnia frecuentemente hostil a los ik, que llegaron como refugiadas a su territorio tras la muerte de su familia.

El comportamiento que Turnbull atribuyó a los ik, "aunque probablemente haya sido al menos parcialmente real, no era su forma de vida normal, sino el resultado de un evento extraordinario": la hambruna de 1966, afirma Cathryn Townsend, quien encabeza el grupo de antropólogos, en una publicación popular en el portal Aeon. "La cooperación disminuida es un hecho trágico de la vida que ocurre en todas las sociedades duramente afectadas por una hambruna prolongada", indica.

Cathryn Townsend, antropóloga
El mito hobbesiano del egoísmo se basa en última instancia en la interpretación racista de sociedades que no se ajustan a su noción idealizada de civilización ilustrada. Pero si podemos aprender algo de los ik sobre la cultura y la civilización, es que incluso cuando las convenciones de generosidad colapsan debido a condiciones extremas de estrés, como ocurrió, es posible que resurjan por completo en 50 años.

"Debemos tener cuidado con el mito del egoísmo. […] La aceptación acrítica de la idea de que la competencia feroz es la respuesta inevitable a las crueldades de la naturaleza, está impulsada por una historia mítica que no resiste las pruebas empíricas. En su peor forma, este mito sustenta el darwinismo social, la eugenesia y la política delirante de derecha", advierte Townsend.