Cómo una aterradora imagen de una mujer y dos niños frente a una fosa común ayudó a reconstruir una masacre de hace 80 años

El 13 de octubre de 1941, los voluntarios alemanes y colaboracionistas locales exterminaron a la población judía del pueblo ucraniano de Mirópol. A excepción de dos ucranianos, ninguno de ellos rindió cuentas.


Una mujer, con un vestido de lunares, está inclinada frente a una enorme fosa en un bosque. Agarra la mano de un chico arrodillado, de unos cinco años, y sostiene a un niño en su otro brazo. En un instante, caerán dentro del hoyo. Están en una nube de pólvora: acaban de ser tiroteados por un grupo de uniformados apenas a un metro de distancia.

Esa aterradora imagen, que muestra solo un pequeño fragmento de lo que pasaba en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial, conmovió a la historiadora estadounidense Wendy Lower. La científica decidió investigar a fondo las circunstancias de la masacre ocurrida en Mirópol, en la parte occidental de Ucrania, el 13 de octubre de 1941. Tras años de trabajo en archivos de países de Europa Oriental, Israel y EE.UU., reconstruyó tanto la antesala como el transcurso del acto genocida.

Poco después de la invasión en la URSS, las tropas alemanas iniciaron el exterminio de comunistas, judíos, discapacitados y otros segmentos de la población considerados inferiores. Mirópol, un pueblo de unos 4.000 habitantes, muchos de ellos judíos, fue ocupado a inicios de julio de 1941.

La 'Aktion'

El 12 de octubre, cuando el frente estaba ya lejos de la zona y en Mirópol estaba acantonada una unidad de guardias de aduanas de fronteras, llegaron en la localidad tres oficiales de las SS. Al día siguiente se empezó la 'Aktion', como los nazis llamaban a las masacres.

Miembros de la Policía, formada de colaboracionistas ucranianos, rodearon la ciudad y empezaron a registrar las casas de los judíos. A los residentes los sacaban a una plaza diciéndoles que iban a enviarlos a realizar labores en ciudades vecinas. Al mismo tiempo, un grupo de adolescentes fueron forzadas a cavar una fosa en un barranco a las afueras de Mirópol.

Al formar la columna de judíos, los alemanes y sus colaboradores los escoltaron al lugar de la ejecución. Mientras caminaban por las calles, las víctimas veían cómo los vecinos robaban sus casas, llevándose todo lo que podían. Pronto entendieron qué les esperaba, pero no podían hacer nada: a los que trataban de defender a sus seres queridos los mataban a golpes de culata o a tiros.

En el barranco, empezó la matanza. El pelotón de fusilamiento consistía de miembros de la policía colaboracionista y una media docena de guardias de aduanas voluntarios. A las víctimas les ordenaban arrodillarse frente a la fosa, o las empujaban dentro, y luego les disparaban. Para no gastar balas, a los pequeños simplemente los tiraban en la fosa para que se ahogaran bajo el peso de los cadáveres o eran enterrados vivos.

De hecho, los alemanes se equivocaron con el número de judíos. Cuando la primera fosa estuvo llena, pararon el fusilamiento, forzaron a los 'condenados' a muerte a cavar otra y luego continuaron.

El ruido alertó a una unidad del Servicio de Seguridad de Eslovaquia, entonces un país títere del Tercer Reich, que envío a la URSS una fuerza bastante pequeña. El comandante eslovaco desplazó al lugar varios soldados, uno de los cuales, Lubomir Skrovina, pudo tomar una serie de fotografías de las atrocidades nazis. Siendo un oponente encubierto de la dictadura de Hitler —al volver a su país, se unió a la Resistencia—, de este modo el eslovaco quiso documentar los crímenes del Reich.

Milagrosamente, no todos los fusilados murieron. En la noche, Ludmila Blekhman, de 13 años, recuperó la conciencia y escapó del lugar. Fue acogida por una familia local, logró sobrevivir a la guerra y murió en el 2015, en Israel.

"No les interesaba desenterrar el pasado"

Casi todos los que cometieron las atrocidades en Mirópol y no murieron en combates posteriores lograron evitar rendir cuentas. La excepción fueron dos miembros de la policía, Nikolái Rybak y Dmitri Gnatiuk. En 1985, la fotografía de Skrovina ayudó a un fiscal soviético a identificarlos. Fueron condenados a muerte y ejecutados en enero de 1987.

En cuanto a los alemanes, ninguno de ellos fue castigado por la masacre. Después de la guerra, negaron su participación directa en la 'Aktion' y afirmaron que los gatillos los apretaban las SS y los ucranianos.

Lower pudo hallar a la familia de uno de los voluntarios, Erich Kuska, del que se conoce que se jactaba de los asesinatos de vuelta a su cuartel. No obstante, los familiares del verdugo colgaron sin decir una palabra. "No les interesaba desenterrar el pasado", dijo a Daily Mail la historiadora.

El libro de Lower'The Ravine: A family, a photograph, a Holocaust massacre revealed' ('El barranco: una familia, una fotografía, una masacre del Holocausto reveladas'), saldrá a la venta el próximo mes de febrero.