El restaurante iba a estar cerrado solo para ellos, la confidencialidad del encuentro sería total. La artista Victoria Ferreyra procuró que la noche transcurriera en un ambiente privado, tenue, aunque también ameno. Su pareja, cocinero y dueño del local en Buenos Aires, había preparado una cena que incluía una sutil cata de vinos. Los padres de Fernando Báez Sosa, el joven de 19 años asesinado a golpes por diez rugbiers tras una emboscada a la salida de un boliche en Villa Gesell ─ciudad de la costa argentina─, llegarían pronto.
Habían pasado solo tres meses del fatídico 18 de enero del 2020 y, antes del arribo la pandemia, en el país no se hablaba de otra cosa: las cámaras de seguridad habían captado el momento exacto en que los jugadores de rugby, como una jauría rabiosa, rodea a Fernando, lo tira al suelo y lo ataca con piñas y patadas hasta matarlo. Otra cámara, además, grabó el momento de su retirada: caminaban y se reían entre sí, mientras un grupo de personas socorría a su víctima. El pedido se justicia, luego de la inmediata encarcelación de los culpables, se había vuelto una causa nacional.
Victoria Ferreyra vacacionaba con su pareja a pocos kilómetros de Villa Gesell cuando mataron a Fernando. Tras la noticia, entró en una depresión absoluta. No entendía cómo un grupo de adolescentes de apenas 20 años podía causar tanta calamidad. Por eso, la noche de abril en la que espera ansiosa a que el timbre suene y el matrimonio Báez Sosa entre, en la que hablarán de crear un posible mural en una plaza para su hijo, que será donado por la artista y que ilustrará los momentos de vida que le robaron al joven: el 'Fer' abogado, el 'Fer' novio, el 'Fer' solidario, esa misma noche les explicará que ella no pinta muertos.
Les dirá, en cambio, que piensa en un retrato que rebose de vitalidad, que antes tendrá que entrevistarlos para conocer mejor a su hijo y que ellos, los padres, podrán acercarse al lugar para supervisar la obra, como lo hicieron los de Martina Miranda, de 16 años, atropellada con vehemencia en 2016 por un conductor que se dio a la fuga o como los padres de Lola Chomnalez, de 15 años, asesinada en Uruguay en 2014 y cuyo crimen aún sigue impune. Entonces, esa noche, como si fuese cualquier otra, el timbre del restaurante suena.
El camino de la artista
Aprendió a tocar el piano antes que leer. Tenía cuatro años cuando se sentaba en el portentoso instrumento de la casa de sus padres y jugaba con las teclas. De hundir con los dedos las piezas blancas y negras pasó a estudiarlas. Sus padres, tiempo después, contrataron a una exigente profesora que vigilaba cuidadosamente que no fuera más deprisa que la melodía. "Era bastante dispersa", recuerda Victoria Ferreyra, de 42 años. "Cuando me daban el primer pentagrama, ya estaba leyendo el último".
Su avidez por aprender rápido, sin embargo, estaría relacionada con un trastorno de hiperactividad diagnosticado durante la escuela. "No me quedaba quieta en ningún momento. Me acostumbré desde muy chica a hacer muchas cosas a la vez". La premisa, "hacer muchas cosas a la vez", se verá plasmada a lo largo de su vida. A sus 24 años, ya trabajaba como productora televisiva, colaboraba con talleres de piano para chicos con discapacidad, salía a correr todos los días y, además, abrió un bar con una amiga.
"Nunca tuve una ambición económica que me moviera. Siempre canalicé la energía en cosas que me sumaran", explica. La premisa, "canalizar la energía", marcará varias etapas de su vida. En 2014, a sus 35 años, luego de sufrir la desfinanciación de un proyecto televisivo que había impulsado, decide no volver a invertir más tiempo en otros y va tras una idea que venía rodeándole en la cabeza desde hacía tiempo: crear su propia fundación para ayudar a los demás a través del arte.
La iniciativa no fue casual. Su hermana menor, María de los Ángeles, es una experimentada artista plástica con síndrome de Down. "Ella fue la primera en enseñarme el arte como un elemento de igualdad", cuenta Victoria. "Con el tiempo entendí que era un lenguaje para trabajar desde la resiliencia. Mi hermana, con 35 años, sigue pintando en medio de una sociedad que discrimina cada vez más".
Así, en 2014, nace 'Pinta Argentina', una fundación dedicaba a elaborar proyectos educativos vinculados al arte para diferentes organismos e instituciones. "A veces digo que tengo una 'fundición' porque hacemos todo muy a pulmón", dice su creadora, entre risas. Hasta el día de hoy, 'Pinta Argentina' realizó más de 800 trabajos con la colaboración de diferentes artistas y en diferentes escuelas del país: desde murales hasta clases didácticas. Sin embargo, aquellos no serían sus únicos logros.
Del dolor al arte urbano
El 30 de diciembre del 2014, Victoria se encontraba en la casa de su madre viendo la televisión cuando una noticia la dejó fría. Lola Chomnalez, una argentina de 15 años que había viajado a Uruguay a pasar sus vacaciones familiares aparecía muerta en localidad de Rocha. El femicidio de la adolescente no le fue indiferente. Desde su casa, la artista sintió el dolor de esa familia que aún hoy exige justicia. "Me cuesta mirar para otro lado en esas situaciones. El egoísmo me aburre". Fue así como contactó a los padres de la joven a través de las redes sociales para ofrecerles su ayuda desde el arte, pero nunca obtuvo respuesta. La imagen de Lola quedaría grabada en su memoria.
En 2019, al cumplirse cinco años del asesinato, Victoria empezó una relación con Darío, su actual pareja, quien a su vez conocía a la familia Chomnalez. Esa insólita coincidencia hizo que la artista llegara hasta ellos y les confesara su anhelo: "Quiero pintar un mural de Lola". Adriana Belmonte, mamá de Lola, recuerda ese episodio: "La propuesta nos encantó y el proceso del mural fue muy movilizador. Hasta las amigas de mi hija participaron". La fundadora de 'Pinta Argentina' se encargó de la organización y realización del mural: Christian Pugliese, un empresario, donó la pintura y diferentes artistas colaboraron con el diseño.
En los días previos a comenzar a pintar, Lola se apareció en los sueños de Victoria. "La veo en frente de mi cama, sonriendo y rodeada de mariposas y margaritas", cuenta Ferreyra. Esa imagen, finalmente, es la que quedaría eternizada en una plaza del barrio porteño de Recoleta. La madre de la adolescente, casi resignada a que los culpables por el crimen estén tras las rejas, hoy pasa en bicicleta por el sitio y sonríe. "Es un pequeño rincón de la ciudad donde puedo ir charlar con mi hija", agrega Belmonte.
Meses después de terminar el mural de Lola, en abril del 2020, a Victoria le llegó un mensaje por las redes sociales: unos amigos de los padres de Fernando Báez Sosa querían un homenaje para el joven de 19 años, brutalmente asesinado por una patota de rugbiers. La artista no dudó y convocó a los padres a una reunión en un restaurante de su pareja. La obra se haría, pero primero debía entrevistarlos para conocer mejor a su hijo y, además, ellos tendrían que venir a supervisar el trabajo.
"Es un mural sobre un asesinato. Esa persona está muerta y el dolor es irreparable. Hacer esto simplemente es sentirse menos egoísta. Yo no estoy de pasada en esta vida, siento tristeza y alegría y eso es lo que plasmo", explica Ferreyra. Si bien la pandemia pospuso la realización de la obra, se llevó adelante un proyecto audiovisual y colaborativo en el que 36 artistas retrataron a Fernando en pequeños cuadros desde sus casas.
A la espera de que el mural comience a pintarse en una plaza de Recoleta, el mismo barrio donde está la imagen de Lola, Graciela Sosa, madre de Fernando, explica que la iniciativa debe ser un recordatorio para que este tipo de matanzas no vuelvan a ocurrir: "Quiero que las personas vean en la imagen de mi hijo todo el cariño y amor que tenía. Nadie merece morir así. Espero que la Justicia pueda ayudarnos".
A mediados de febrero, Victoria terminó su última obra en una plaza de Palermo: 'Flores para Martina', un homenaje a Martina Miranda, una joven de 16 años atropellada en 2015 por un conductor que luego se dio a la fuga. "Siento que todos hacemos muy poco por el otro. Molesta ser empático", finaliza Victoria.