Los 'chatbots' ya pueden resucitar a los muertos y plantean las primeras dudas sobre nuestra huella digital

Cuando una persona fallece pero aparece alguien que quiere hacer uso de los datos digitales que el difunto había acumulado durante su vida, surgen preguntas tanto éticas como legales.

Hace poco Microsoft presentó la patente para crear un 'chatbot' que puede imitar la personalidad específica de cualquier individuo, ya sea vivo o muerto, usando sus datos personales como imágenes, grabaciones de voz, publicaciones en las redes sociales, correos electrónicos y cartas escritas a mano.

La compañía de inteligencia artificial Eternime directamente pregunta: "¿Quién quiere vivir para siempre?", y ofrece crear "un avatar digital que vive eternamente". El 'chatbot' de la empresa recopila información personal valiéndose de los datos de geolocalización, actividades, fotos o lo que haya en el perfil de Facebook del interesado.

Con los algoritmos de inteligencia artificial y las tecnologías ya existentes, parece ser solo cuestión de tiempo para que los 'chatbots' u hologramas perfectos, que por ahora solo abundan en las películas de ciencia ficción, lleguen a formar parte de nuestra vida cotidiana y que la resurrección digital de familiares y seres queridos sea una práctica común.

Sin embargo, la posibilidad de que un 'chatbot' simule con exactitud la manera de responder los mensajes de una persona o incluso su voz, creando un interlocutor virtual idéntico al individuo real con el que sus familiares o amigos podrían hablar con total naturalidad, plantea serias dudas tanto éticas, como legales.

Ante las dudas de si es admisible hacer uso de los datos personales y la huella digital de un difunto para resucitarlo de tal forma, un equipo de investigadoras británicas indagó al respecto y ha llegado a la conclusión de que hacen falta nuevas medidas legislativas para defender la privacidad de la gente después de la muerte y regular este tipo de prácticas.

En su artículo para The Conversation, las especialistas en Derecho recuerdan que, por ejemplo, en la Unión Europea la ley sobre los datos personales solo se aplica a los ciudadanos vivos, mientras que las leyes nacionales son inconsistentes sobre el destino de la información de un individuo ya fallecido.

Asimismo, algunos países, como Francia, Italia o Estonia, tienen ciertas disposiciones sobre los datos personales de los difuntos, mientras que en otras naciones, como el Reino Unido, la legislación no aborda los intereses de los muertos.

Las condiciones de uso de las plataformas privadas como Facebook y Google, por otro lado, suelen proteger la privacidad de los usuarios tras su deceso, e incluso permiten a cada uno decidir por su propia cuenta qué va a pasar con su información personal cuando mueran para así evitar posibles batallas legales en la corte en torno al uso 'post mortem' de su huella digital.

No obstante, las investigadoras insisten en que no es suficiente, porque incluso este tipo de acuerdos no sustituyen las leyes. Como una de las posibles soluciones, proponen aplicar a los datos personales la legislación británica existente en materia de donación de órganos, que estipula que los órganos de los fallecidos pueden ser donados a menos que la persona especifique lo contrario durante su vida.