Cuando saltó la noticia de que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, iba a sustituir a su ministro de Salud, Eduardo Pazuello, muchos vieron en ello el inicio de un cambio de rumbo en la caótica gestión de la pandemia. Pero en sus primeras declaraciones tras ser nombrado, el cardiólogo Marcelo Queiroga rebajó este martes las expectativas y dijo: "El ministro de Salud ejecuta la política del Gobierno".
Queiroga es el cuarto ministro de Salud que tiene Brasil desde que comenzó hace algo más de un año la pandemia. Y llega en el peor de los momentos: con casi 280.000 muertos en el país, la amenaza del colapso hospitalario, la lenta campaña de vacunación y la preocupación por las nuevas cepas que se propagan en todo el territorio.
Presidente de la Sociedad brasileña de Cardiología, Queiroga mantiene una relación muy próxima con la familia Bolsonaro, especialmente con Flávio, el primogénito del mandatario. Formó parte del equipo de transición del actual gobierno, a finales de 2018, y fue elegido para ser uno de los directores de la Agencia Nacional de Salud Complementaria (ANS).
Natural de Joao Pessoa, en el nordestino estado de Paraíba, el cardiólogo ha participado en diversos programas televisivos donde siempre ha defendido al mandatario ultraderechista. En Twitter calificó a Bolsonaro como "un gran brasileño".
A pesar de ser próximo al presidente, durante estos meses de pandemia mostró una postura divergente. Se posicionó en contra de la cloroquina, a favor del uso de mascarilla y del aislamiento social. Cuestiones que empujaron al exministro de Salud Luiz Henrique Mandetta y a su sucesor Nelson Teich a abandonar el barco antes las irreconciliables diferencias con el presidente.
"Queiroga tiene una reputación como médico y tendrá que encontrar un equilibrio. Mantendrá sus posiciones, pero como ministro tiene que obedecer al presidente", explica el analista Creomar de Souza, fundador de Dharma Political Risk and Strategy.
El gobierno pierde fuerza
De Souza recuerda que la fortaleza del gobierno está muy desgastada. "En las encuestas ha perdido mucha fuerza e intenta aparentar que está haciendo algo para cambiar. Pero no puede reinventarse, no puede cambiar su narrativa sobre la pandemia, porque este posicionamiento le ha garantizado una parte del electorado y cree que será suficiente para ganar las presidenciales de 2022", comenta.
La elección de Queiroga no fue bien recibida por el "centrao" (gran centro), un influyente grupo de partidos conservadores del Congreso, conocido por negociar su apoyo al gobierno de turno a cambio de cargos.
Esos partidos presionaron al presidente para cambiar al ministro de Salud, el general Eduardo Pazuello, sin experiencia en el ámbito sanitario y muy criticado por su gestión de la crisis, pero extremamente fiel a la postura del presidente.
El "centrao" propuso dos candidatos en lugar de Pazuello, entre ellos a la también cardióloga Ludhmila Hajjar, quien declinó la invitación tras reunirse con Bolsonaro. Hajjar declaró haber sido amenazada por grupos bolsonaristas por su decidido apoyo a las medidas de cuarentena que tanto ha criticado el mandatario.
"Bolsonaro ha querido elegir solo. No hay problema. Pero tendrá que acertar en la elección de su cuarto ministro de Salud porque si fuese necesario un nuevo cambio, el país se va a parar a discutir quién será el quinto ministro, pero sí quién será el próximo presidente de la República", explicó un miembro de "centrao" a O Estadao.
Presión sobre Bolsonaro
La presión sobre Bolsonaro creció repentinamente la semana pasada, cuando el expresidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, la figura política más importante del último medio siglo en Brasil, vio anuladas sus condenas por la Lava Jato, la mayor operación anticorrupción de la historia de país, y volvió con fuerza al ruedo político.
El fundador del Partido de los Trabajadores (PT) recuperó sus derechos políticos y podría ser candidato a las presidenciales, lo cual le pondría las cosas mucho más difíciles al mandatario.
El principal reto de Queiroga ahora será agilizar la campaña de vacunación, que arrancó hace dos meses, más tarde que Chile y Argentina, en parte por el desdén de Bolsonaro hacia los inmunizantes. Una postura que el mandatario tuvo que modificar ante el repunte de muertos y contagios en el segundo país más golpeado por el coronavirus, por detrás de EE.UU.
La campaña de vacunación avanza lentamente en Brasil, un país famoso por su capacidad de producir vacunas e inmunizar a millones de personas en muy poco tiempo. Por ahora, diez de los 212 millones de brasileños, un 4,7% de la población, han recibido la primera dosis de la vacuna china Coronavac o de la del laboratorio británico AstraZeneca, las dos únicas que hasta la fecha se administran en la nación suramericana.
El lunes, Pazuello anunció la compra de 100 millones de Pfizer/BioNTech y 38 millones de la biofarmacéutica belga Janssen. El gobierno espera tener disponibles de aquí a fin de año 562 millones de dosis, entre ellas la rusa Sputnik V, lo que de cumplirse podría aliviar la situación del país.