"Yo, un periodista de 44 años que reside desde hace 20 en El Salvador, voy a ser vacunado antes que mi madre, una pensionada europea de 70 años"
En unos minutos me inyectarán la primera dosis contra la covid-19. Cientos de millones de personas han pasado ya por lo mismo, y si me atrevo a contar mi caso es porque escribo desde San Salvador, en la empobrecida Centroamérica. Mi madre, Alejandra, con quien hablé largo ayer, aún no ha sido vacunada aunque ella vive en Vitoria-Gasteiz, en la capital de Euskadi, en la próspera Europa.
Mi madre, pensión mínima, quiere vacunarse sí o sí. Miguel Bosé y sus teorías le resbalan. Ella espera desde hace meses la llamada que le diga que tal día llegue a tal lugar a vacunarse. Y le da igual que la vacuna sea europea, gringa, china o rusa. "En la tele dicen que llegan millones de dosis, pero no sé qué hacen con ellas, porque a mí no me han llamado", me dijo ayer.
Sobre el que se vacunará en unos minutos en San Salvador –yo–, lo haré cumpliendo a rajatabla el orden establecido por el gobierno: después del personal sanitario, de los policías, los militares, las personas con enfermedades crónicas, los profesores de escuelas públicas y colegios privados, los salvadoreños y salvadoreñas mayores de 80 años, los bomberos, los mayores de 70, los mayores de 60...
Algo raro está pasando en el mundo. O quizá pasaba desde antes y la pandemia no está sino sacándolo a flote. Yo, un periodista de 44 años que reside desde hace 20 en El Salvador, va a ser vacunado antes que mi madre, una pensionada europea que en diciembre cumplirá 70 años.
"Ahora aquí en Vitoria estamos muy mal, muy mal –me dijo mi madre cuando platicamos ayer–; a la Araceli –mi hermana menor, 38 años– la han obligado a cerrar el bar... otra vez".
Estrategia de vacunación 100 % Bukele
La cita la tengo a las 3 de la tarde de este 21 de abril en la Fase III del nuevo Hospital El Salvador, que el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, anunció en cadena nacional el 12 de abril que sería el "megacentro de vacunación", el estandarte de la campaña con la que quiere que el mundo gire sus ojos hacia el pequeño país centroamericano, de menos de 7 millones de habitantes.
Desde que se intensificó la campaña de vacunación, iniciada el 17 de febrero, "hemos pasado de poner 2.000 vacunas diarias a estar en un rango de entre 40.000 y 50.000 dosis diarias", dice Francisco Alabí, ministro de Salud.
"El Salvador quiere ser uno de los primeros países de la región en alcanzar la inmunidad de rebaño", agrega el ministro Alabí.
Es probable que suceda. El gobierno calcula en 9 millones las dosis necesarias. Ya han llegado al país 1,3 millones –la inmensa mayoría compradas en China– y el discurso oficial señala que se han adquirido y hay fechas comprometidas de entrega para 7 de esos 9 millones.
Hace una hora, justo antes de salir de casa para ir a vacunarme, conversé con Iván Solano, uno de los médicos infectólogos más respetados del país, habitual de tertulias de televisión. Alguien crítico con la Administración Bukele.
El doctor Solano desconfía de las cifras oficiales sobre fallecidos y contagiados por la covid-19, cree que el Ejecutivo ha cometido serios errores en el manejo de la pandemia y adversa la idea de que haya un "megacentro de vacunación", pero admite que el país, hoy por hoy, tiene vacunas suficientes y que el ritmo de vacunación es bueno. "Mi valoración del proceso de vacunación es, en términos generales, positiva", me ha dicho.
Después, la crítica: "El presidente nuestro tiene la característica de que le gusta que haya muchos reflectores, todo lo magnifica, y lo que hace a veces es saltarse criterios técnicos".
En el mero "megacentro de vacunación"
Me han citado a las 3 de la tarde en la Fase III del Hospital El Salvador, pero llego 40 minutos antes, caminando. Los alrededores del "megacentro de vacunación" son un vaivén de policías, de gestores de tráfico, de soldados, de voluntarios enfundados en camisolas azules… muchos más que los necesarios.
"Tenemos el mejor hospital de Latinoamérica, tenemos uno de los mejores manejos de la pandemia en el mundo, y ahora tenemos uno de los mejores centros de vacunación del mundo", magnificó el presidente Bukele su gestión en la cadena nacional del 12 de abril.
Ahora que ingreso, es un espacio recién construido, amplio y bonito. Me toca subir al tercer nivel. Quizá sea por la hora que me asignaron, pero no hay colas, y todo fluye. Hay exceso de personal asignado a este "megacentro de vacunación", que atiende, eso sí, con amabilidad extrema.
En la puerta principal, por ejemplo, una veintena de soldados esperaban con una veintena de sillas de ruedas la llegada de personas que las necesiten, pero la oferta era muy superior a la demanda.
Toma diez minutos, quizá menos, desde que ingreso en el futuro hospital hasta que la licenciada Polanco, en el tercer nivel, se dispone a inyectarme.
Ahí ocurre el momento ingrato de tener a un fotógrafo y a un camarógrafo de la Secretaría de Comunicaciones gubernamental grabándome mientras me ponen la vacuna. Han llegado y me han grabado, sin siquiera un saludo. Les digo que de mi parte no hay problema en que me graben, pero les sugiero que pidan permiso siempre a las personas que van a grabar. Siempre.
La licenciada Polanco –con amabilidad extrema, plática interesante a pesar de los paparazzi– me inyecta la dosis de CoronaVac, la vacuna de la empresa china Sinovac Biotech. Apenas siento el puyón en mi brazo izquierdo, pero sí un calambre fuerte en el codo. Nada anormal, me dice ella.
Después, un cuarto de hora en un espacio amplio bautizado como área de Observación, para monitorear que no haya reacciones adversas. Hay más sillas vacías que ocupadas.
Mi vacunación en el Hospital El Salvador ha tomado menos de media hora. Ha sido rápido, ordenado, sencillo y gratuito. Aparte del incidente con la maquinaria propagandística del gobierno, los mayores peros que me llevo anotados en la libreta son el frío excesivo en el área de Observación –aires acondicionados sobregirados, El Salvador está en el trópico– y el exceso de personal, señal de que esperaban una mayor afluencia.
Justo antes de sentarme a escribir esta crónica, tomo con el celular una fotografía a la cartilla de vacunación que me han entregado, y la comparto en el grupo de WhatsApp de la parte de mi familia que vive en Euskadi. A mi madre, lo sé, le reconfortará saber que uno de sus hijos ya ha sido vacunado. Paradójicamente, el que hace dos décadas se le fue de la próspera Europa, a El Salvador.