"Yo no sé si es un punto de inflexión, pero sí creo que es un hito", dice la socióloga e investigadora feminista Indhira Libertad Rodríguez cuando le preguntan si había visto una reacción similar a la que hubo a finales de abril en su país, fecha en la que cientos de mujeres empezaron a hablar en redes sociales sobre los abusos sexuales que habían padecido a lo largo de su vida.
Los testimonios, públicos aunque la mayoría anónimos, abrieron un boquete que se hizo más amplio cuando las denuncias involucraron a hombres conocidos de los ámbitos artísticos, académicos, culturales y políticos. El de mayor impacto fue el caso del escritor venezolano Willy McKey, quien después de admitir la veracidad de los señalamientos en su contra, se quitó la vida saltando de un piso 9 en Buenos Aires, Argentina.
El suicidio de McKey causó conmoción en la sociedad venezolana y las reacciones de ciertos sectores, que trataron de culpar a la sobreviviente que denunció de la decisión personal del escritor, parecieron relegar al silencio la oleada de testimonios. Sin embargo, la resaca de la 'ola' que inició en las redes sociales ha dejado un espacio abierto que el feminismo no está dispuesto a ceder.
¿Fracaso de la institucionalidad?
Lo más llamativo es que la inusual avalancha de denuncias no empezó en las calles ni tampoco en las instituciones, sino en las redes sociales. Cientos de venezolanas usaron plataformas como Instagram y Twitter para compartir sus experiencias, verbalizar los abusos y visibilizar las miles de veces en que se sintieron violentadas.
En ese primer aluvión de denuncias emergieron los nombres de músicos como Alejandro Sojo, vocalista de la banda 'Los Colores'; Tony Maestracci, baterista de la banda 'Tomates Fritos'; así como del escritor Willy McKey. Ante el impacto en la opinión pública, la Fiscalía anunció que emprendería una investigación penal contra los señalados, un gesto que fue interpretado por sectores de la oposición como una supuesta "persecución política", ya que los implicados son personas abiertamente contrarias al Gobierno.
Sin embargo, el hecho de que las denuncias hayan sido mayormente en redes sociales tiene varias lecturas. "Yo creo que es necesario que la institucionalidad revise. No puede pasar que sea más meritorio que yo te ponga una denuncia en Twitter, a que yo vaya a la Fiscalía", comenta Rodríguez.
La activista venezolana Candi Moncada, que ejerce su labor como acompañante a mujeres en situaciones de violencia, admite que "esta ola de valor" es un síntoma de una debilidad por parte de la institucionalidad y, al mismo tiempo, muestra de la fortaleza de una red de apoyos que ha empezado a tejerse desde hace varios años.
"Esto que está pasando —comenta Moncada— es muestra de que solo entre nosotras es posible crear o hacer alguna transformación. Las instituciones han existido desde siempre y nunca han sido eficientes porque siguen estando atravesadas por prácticas machistas, patriarcales y revictimizadoras. A pesar de eso, hay una creciente formación de tejido entre las mujeres que acompañan, que ofrecen cobijo, valor, fuerza y solidaridad a otras mujeres, ese respaldo le da confianza a otras para que empiecen a hablar, para que se den cuenta que no son las únicas".
Cultura, crisis y polarización
En Venezuela, el movimiento feminista ha tenido dificultades para avanzar en su agenda con la misma rapidez que en países como Argentina, Chile o México. Las razones de ese paso lento son variadas y complejas, pero la crisis económica que padece la nación desde hace varios años es un freno determinante.
"Es muy difícil que crezca un movimiento fuerte cuando todas estamos resolviendo la cotidianidad, cuando tenemos que dar de comer a nuestra familia. Hay unos derechos que siempre están por encima de otros, y eso sin duda es una gran dificultad para el movimiento y para las mujeres", explica la activista feminista Daniella Inojosa.
Además, hay elementos culturales muy arraigados que juegan en contra de los avances de la agenda de los feminismos. Uno de ellos, comenta Inojosa, es que la sociedad venezolana es "conservadora y muy permeada por el pensamiento religioso, católico y evangélico". En ese contexto, comenta la activista, la mujer ha asumido un papel en el que siempre tiene que demostrar lo "arrecha" (corajuda) que es.
"Por ejemplo, somos nosotras las que tenemos que sostener a solas el hogar, padecer el abandono parental, ser responsables exclusiva de la crianza y tener siempre muchísimo trabajo. Eso nos pone en una situación de alta minusvalía", sostiene Inojosa.
Sobre eso, insiste: "Sí, es muy lindo que se nos considere muy 'arrechas', que se diga que somos valientes, que echamos pa' lante, pero eso significa que nos cargan el doble y el triple de responsabilidades, algo que implica más tiempo, más estrés y muchísima soledad. Eso es muy grave".
Tanto Inojosa como Rodríguez coinciden en que otro factor que incide como freno para el avance del movimiento feminista tiene que ver con la polarización. En un país donde la política se respira y se debate con intensidad, la dicotomía entre el chavismo y la oposición pone una brecha difícil de vencer entre las organizaciones sociales que defienden los derechos de las mujeres, aunque en el último año el impacto de la pandemia ha contribuido a acercar posiciones comunes.
Una lucha silenciosa
Pero el trabajo no comenzó hace semanas, lleva años. Rodríguez destaca a figuras emblemáticas del movimiento feminista como Argelia Laya, que abrió brechas para las mujeres que han conquistado espacios dentro de la llamada Revolución Bolivariana en las últimas dos décadas.
Sin embargo, la política nacional sigue estando permeada por las estructuras que se mueven para evitar el avance de las agendas del feminismo. En los últimos años, por ejemplo, los pactos de gobernabilidad entre sectores de la izquierda y del conservadurismo, al menos dentro del Parlamento, también pujan para postergar debates como el aborto, el matrimonio igualitario y los derechos sexuales y reproductivos.
A pesar de ello, el movimiento feminista no se detiene. Rodríguez destaca la labor que han hecho en el último año para fijar un protocolo único de atención de funcionarios policiales ante la violencia de género, que surgió en una mesa de trabajo con el Ministerio de Interior y Justicia instalada tras una protesta; y el establecimiento de mecanismos en las comunidades para facilitarle a las mujeres el proceso de denuncia, a través de la figura de las defensoras comunales.
"Ese logro se conoce poco y es necesario que se sepa, que se entienda que es el producto de acciones que ha llevado adelante el movimiento, y que han tenido a su vez un proceso de diálogo, ha habido una receptividad de una institución. Lo que pasa es que la violencia sexual es un asunto estructural y sistémico que apenas tiene en las últimas dos décadas haciéndose visible y entendiendo el manto de invisibilidad, de ocultamiento y de silenciamiento que lo amparaba y que lo normalizaba".
Rodríguez reconoce que esos mecanismos aún son "perfectibles" y que habría que invertir más en formación, pero insiste en que esa labor es obligación del Estado, no solo para evitar que las redes sociales se conviertan en el juzgado ante la ausencia de la institucionalidad, sino para establecer la protección adecuada para cualquier mujer que padezca violencias. En resumidas cuentas: que cuando acuda a pedir ayuda, se sienta escuchada y creída, no revictimizada.
"Actualmente hay un quiebre de la institucionalidad y el movimiento ha sido fundamental para exigir la búsqueda de una justicia feminista, que no solo castigue a los agresores sino, fundamentalmente, repare a las sobrevivientes de violencia sexual y abone a la transformación del orden simbólico patriarcal".
¿Y ahora qué?
Aunque con menos intensidad que a finales de abril, las denuncias de presuntos abusos sexuales siguen apareciendo. La diferencia es que ahora, algunas de las figuras que usaron sus redes para visibilizar a sus agresores, han acudido a la Fiscalía.
Recientemente, la actriz Grecia Augusta Rodríguez anunció que había interpuesto la denuncia contra su presunto agresor ante el Ministerio Público. En un mensaje colgado en su cuenta de Instagram, la joven instó a las mujeres a acudir a las instituciones para formalizar el proceso y agradeció a las redes del movimiento feminista por haberla acompañado desde que decidió hacer público su caso.
Es que las redes sociales han sido la arena más disputada por el movimiento feminista venezolano en los últimos años: "¿Por qué? Porque no son espacios pagos, porque a nosotras nos cuesta mucho acceder a los medios tradicionales y no estamos en la mira de las grandes empresas de comunicación, así que aprovechamos las redes. Ha sido nuestro espacio natural de denuncia y de acción pública, aunque no es el único", argumenta Inojosa.
Si bien la movilización en las calles no ha sido tan masiva como en Argentina o Chile, ellas también siguen allí. "Hemos empezado a tener una gran influencia sobre el quehacer cotidiano de la sociedad y sobre la acción pública y política, y eso ha creado un ambiente de seguridad para las chicas que están en situación de violencia".
Para Indhira Rodríguez, lo que se ha logrado con un trabajo imparable y que no aparece en los periódicos porque "no es decible", es que "corra el rumor de que hay mujeres que acompañan a otras mujeres, que llenan el vacío de la institucionalidad". Esa promesa de contención, asegura la socióloga, les ha dado el valor para denunciar, para atreverse a hablar de temas que se esconden bajo la mesa, "para poder nombrar y ejercer el acto de sanación de la palabra".
Todavía falta mucho pero las activistas estiman que el hecho de que se tomen en serio las denuncias, que la Fiscalía actúe para llevarlas a la vía institucional y que se empiecen a dar transformaciones incluso en el debate público, es señal de que el movimiento feminista se abre paso, a codazos, consciente de las dificultades de su lucha en un país con una crisis que exige una mirada propia y un discurso sin calco.
Nazareth Balbás
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