Entre las contradictorias realidades que vive la sociedad venezolana, la desigualdad es un elemento que aparece hasta en las cosas más ínfimas. Mientras unos tratan de conseguir un mercado de alimentos, otros se dan el gusto de salir a comer a un restaurante; cuando alguien se ve obligado a buscar en la calle lo necesario para subsistir, otros piden un 'delivery' para un combo de helados y galletas.
Hay quienes pueden surtir gasolina pagando con dólares o euros en estaciones exclusivas para ello, cuando otros hacen colas por horas para repostar con combustible subsidiado en bolívares. También hay quien paga 20 dólares o más en una barbería comercial, que incluye una bebida alcohólica, café o té, limpieza facial, lavado y gel para el cabello, aire acondicionado y asesoría personalizada; mientras otros recurren a un sitio informal donde el corte de cabello solo cuesta 2 dólares.
Venezuela pasó de ser el país con la mejor distribución de ingresos de América Latina, a convertirse en uno de los más desiguales debido a la crisis económica que arrastra desde hace varios años, y que se profundiza por las medidas coercitivas unilaterales de EE.UU. y el impacto de la pandemia del covid-19.
La desigualdad impacta, aunque el Gobierno venezolano ha dedicado más de 70% del presupuesto a la "inversión social" —en los últimos años— y aplica distintos programas de atención para ayudar a la población a paliar la crisis, profundizada por el sabotaje a la economía y un proceso hiperinflacionario de años, que se ha recrudecido con el bloqueo unilateral de EE.UU., que ataca su principal fuente de ingresos: la industria petrolera.
Estas condiciones, que también se notan en la falta de mantenimiento de servicios, infraestructuras, parque automotor, transporte, entre otros, han provocado que la mayoría de los venezolanos tengan que enfrentar la realidad bajo circunstancias desfavorables: trabajos mal remunerados, explotación laboral, cobro del salario a destiempo, pérdida de beneficios contractuales y falta seguridad laboral.
Tal desgaste recae —principalmente— en la clase trabajadora, que ha visto la merma del poder adquisitivo y detrimento del salario, que 10 años atrás era cercano a los 600 dólares mensuales, y que ahora equivale a un corte de cabello en una barbería informal.
El tarantín de Jorge
A los venezolanos les gusta verse bien y aunque la situación golpea, siempre hay opciones. Así han aparecido las barberías informales o callejeras, en cualquier rincón aprovechable. Jorge Rojas es uno de los que montó su 'tarantín', como él mismo lo llama.
Su puesto está en San Agustín del Norte, en plena avenida Lecuna, una de las zonas más concurridas de Caracas, porque está rodeada de sitios vitales para la actividad económica: organismos públicos, comercios y empresas privadas.
A Jorge le sobrevino la pandemia en Caracas y se tuvo que quedar. No esperó que la circunstancia se le complicara y, con lo poco que tenía ahorrado, rentó una habitación para su familia y salió a buscar 'chamba'. Pero con los comercios cerrados por la cuarentena, no pudo acceder a un trabajo formal. Siguió en la calle por el sustento: lavó vidrios, recogió basura y cargó escombros a cambio de dinero. Hasta que un día, cuando caminaba junto a su esposa, observaron "un rincón perfecto".
"En este puntico fue donde llegué a armar este tarantín con mi mujer y empecé a trabajar. Eso fue hace 8 meses y desde ese día estoy trabajando para llevar el pan a mis hijos, humildemente". Jorge dice que lo que gana le sirve para subsistir.
Para abrir el puesto recurrió a la solidaridad comunitaria, la electricidad se la presta el vecino de al lado, otros lo ayudan con el agua, que llega a la zona solo dos días a la semana, y cuando le toca abrir o cerrar el puesto, una vecina le guarda sus 'coroticos'.
"Barbería W. Ruiz"
Wilmer Ruiz es otro de los barberos que asumió la calle y ya tiene rato en ella. La barbería le ha resuelto la vida desde los 14 años. Asegura que aún en los momentos más críticos, el oficio le ha servido para mantenerse y sobrellevar la situación.
Empezó en la parte alta del barrio San Agustín del Sur, lugar donde vivía hasta recibir un apartamento de la gubernamental Misión Vivienda, frente al emblemático complejo de edificios de Parque Central.
Se mudó y empezó a trabajar de inmediato. "Dije, bueno, vamos a afeitar aquí, porque así me gano la vida, es el don que tengo y para mí es un arte. Comencé con primos, amigos, y bueno aquí estoy, más de 26 años afeitando. Ya con 40 años y cuatro hijos".
Wilmer logró hacer varios emprendimientos: vendía huevos, golosinas y hasta armó una línea de mototaxis. "Pero con la crisis todo se vino abajo. Yo seguí con la barbería porque es lo que me ha mantenido con mi mamá y mi familia".
Afeitaba en la acera de su edificio, pero unos vecinos se quejaron y lo sacaron del lugar. Ahora está en un kiosko que armó con material reciclable, en una esquina cercana a su casa. Ahí tiene un mejor espacio, dice, sobre todo porque evita estar a la intemperie.
"Aquí nos ayudamos todos, a veces les corto el pelo a los chamos y después me pagan. También afeito y ellos me hacen una chamba. No todo es la plata".
Ingresos, peinados y pandemia
Jorge y Wilmer ejercen bajo la informalidad. No hay ley que los ataje ni los proteja. En la esquina de Jorge, los clientes van y pagan en efectivo, bolívares o dólares. Sus ingresos oscilan entre los 6 dólares diarios (tres clientes) cuando es "un día muy malo", hasta 18 dólares (nueve clientes) "cuando el día está bueno".
Por estar a la intemperie, su trabajo es afectado por el clima. "Puse un techo que tiene una capa de plástico, la broma es que cuando llueve con brisa me toca recoger".
"Llego aquí a las 8:00 o 9:00 de la mañana. A veces llego más tarde porque si no hay agua en la casa y llega, hay que ponerse a recoger, o esperar al camión del gas cuando no hay para hacer el desayuno, porque no me puedo dar el lujo de comer en la calle". Trabaja todos los días hasta las 4:00 o 6:00 de la tarde. Cuando no lo hace es por alguna emergencia. Los domingos va medio turno, pero si está muy agotado, descansa.
Dice que el corte más pedido es 'el degradado' porque "es el más fresco". También le piden 'con hojilla', que incluye una raya lateral para remarcar el peinado. "Los señores mayores me piden clásicos pero yo hago cualquier corte, he hecho 'el Mcgrady', 'el Daddy Yankee'. Lo único que no hago son dibujitos".
Antes de afeitar se lava las manos y asea el lugar. "Aquí el que llega tiene que usar tapaboca y cuando comienzo a afeitar, le pido que se lo quite pero yo lo tengo puesto".
Él mismo le hace mantenimiento a sus máquinas, les pone aceite cada 3 cortes para evitar el desgaste del motor, desinfecta las hojillas con alcohol y "cuando toca", manda a afilar los peines por 5 dólares, porque a veces "se amellan por la grasa y sudor del cabello".
Wilmer coincide en que los cortes más llevados son los degradados y 'el clásico' en los mayores. "Los niños piden que les haga rayitas con la hojilla, eso es lo más actual. También me llegan los panas del barrio que quieren cortes más locos: 'chamo hazme una cresta mohicana, una punketa".
Comenta que siempre limpia el local con alcohol por higiene. "Mi mamá, que vive conmigo, siempre me regaña: 'Wilmer, ponte el tapaboca que la cosa está fea', y yo le digo que tranquila, que yo me cuido".
También aprovecha a trabajadores de las jornadas de limpieza. "Los chamos vienen y ponen hipoclorito". Las máquinas siempre se las lleva, las resguarda y esteriliza. "Esas son mis chequeras, les hago su mantenimiento diario y las mantengo finas".
Su jornada es de 8:00 de la mañana a 7:00 de la noche y puede hacer 25 cortes. Acepta casi todos los métodos de pago, menos el punto de venta. En Navidad y Año Nuevo ha llegado a atender 40 clientes en más de 12 horas.
"En un día flojo, hago 10 a 15 cortes. Con el covid-19, en las semanas flexibles, hay menos clientes porque la gente va a trabajar, pero en las radicales estoy full y llegan hasta funcionarios. Aquí vino un chamo del este (zona de clase media alta) y se hizo cliente. Me dijo que donde le cortaban pagaba 20 dólares y le daban un palito de whisky. Yo le dije: 'bueno, aquí lo que te puedo dar es una cerveza, pero la pagas tú".
Orlando Rangel Y.
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