Si hay un dulce tradicional e identitario de los argentinos, ese es el alfajor. En el país que se autoproclama inventor de esta golosina, al menos en su variante redonda e industrializada, se consumen más de 1.000 millones al año y hay más de 100 marcas en el mercado. La receta es simple y exitosa: dos galletas dulces unidas por un relleno –el de dulce de leche o manjar es uno de los favoritos–, y sobre esto un baño de chocolate o azúcar glas, aunque hay infinidad de variantes.
Uno de los fabricantes más populares en Argentina es Havanna, una empresa creada en 1947 en la ciudad balnearia de Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Con presencia en todo el país y el exterior, la compañía tiene actualmente 200 sucursales, elabora 100 millones de alfajores al año y exporta otros 10 millones, a Europa, EE.UU. y otros países de América Latina. En los años 80, los Havanna se hicieron tan populares que parecía inaceptable regresar de unas vacaciones en las playas marplatenses sin unas cajas para regalar a amigos y familiares, a modo de souvenir: "Se va hoy, se va mañana, no olvide llevar alfajores Havanna", decía el slogan.
Dos semanas atrás, la compañía selló un acuerdo con Bioceres, una firma argentina de biotecnología agropecuaria, para producir sus productos con trigo HB4, es decir, trigo modificado genéticamente o transgénico. Esta variedad, cuyo uso fue aprobado primera y únicamente en Argentina, en octubre del año pasado, es más tolerante a las sequías y resistente al glufosinato de amonio, un poderoso herbicida con características similares al glifosato.
La noticia suscitó una fuerte campaña de grupos ambientalistas y agroecologistas, que tuvo gran alcance y repercusión en las redes sociales. Bajo el hashtag #ChauHavanna, organizaciones y activistas independientes denunciaron los riesgos que implica la introducción de la semilla IND-ØØ412-7 y sus productos y derivados, no solo en la dieta de los argentinos, sino también en el medio ambiente.
Los impulsores de la campaña llamaron a los consumidores a dejar de comprar los famosos alfajores "hasta que cambien de idea", y advirtieron que no quieren trigo transgénico ni en ese ni en ningún otro alimento de la mesa de los argentinos.
Fuente de divisas
Si bien el trigo transgénico ya fue aprobado por el Ministerio de Agricultura Pesca y Ganadería mediante la resolución 41/2020, con aval del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), su cultivo masivo ha quedado supeditado a que Brasil lo autorice también. La razón es simple: más del 35 % de las exportaciones del trigo producido en Argentina, líder mundial en este rubro, son destinadas al gigante sudamericano.
Las negociaciones entre ambos Gobiernos están avanzadas, aunque la definición se dará en una reunión clave a realizarse en junio próximo, en el Comité Técnico Nacional de Bioseguridad de Brasil (CNT-Bio). No obstante, la Asociación Brasileña de la Industria del Trigo (Abitrigo) ya expresó su oposición al ingreso de este polémico cereal atravesado por la biotecnología. Entre los argumentos, manifestaron que su introducción implicará "importantes costos de control al proceso de importación, lo que tendrá consecuencias en los precios al consumidor", y señalaron que además no hay demanda en el mercado local.
En Argentina se produce la soja y el maíz transgénicos desde mediados de los años 90, con exportaciones récord en los últimos años. Estos commodities, que son fuentes principales de divisas para el país y cotizan en el mercado de granos internacional, son destinados casi exclusivamente para consumo animal. En el caso del trigo, de ponerse en práctica iría directamente a los alimentos para consumo humano cotidiano, como pastas, galletas y panificados.
Se calcula que cada argentino está consumiendo en promedio 90 kilos de trigo, en todas sus formas, anualmente. Es uno de los países que más trigo ingiere en América Latina y el Caribe, y buena parte de la identidad rural de las Pampas está representada por este cereal, tanto como el ganado bovino.
Las semillas HB4 de trigo –y también de soja– resistentes a la sequía, fueron desarrolladas por un equipo de investigadores encabezados por la bióloga argentina Raquel Chan, en una alianza público privada entre el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y la firma Bioceres. La doctora Chan fue contactada por este medio, pero no respondió. En una entrevista con el sitio de noticias de Agrofy, una empresa que vende maquinaria agrícola y seguros para productores, sostuvo sobre su trabajo: "A nivel científico es una maravilla, es sólido y los resultados fueron espectaculares en el campo".
Según reza el comunicado de Bioceres, "el nuevo acuerdo dará a los clientes de Havanna en Brasil y Argentina la opción de elegir productos alimenticios con una huella de carbono significativamente reducida y otras externalidades ambientales positivas que ayuden a combatir el cambio climático y preservar los ecosistemas nativos".
¿Alfajores envenenados?
Alicia Massarini es colega de Chan y también se desempeña en el Conicet, pero su opinión sobre los transgénicos es diametralmente opuesta. Señala que el glufosinato de amonio es 15 veces más tóxico que el glifosato. Y asume este convenio como "tramposo", con el objetivo de endulzar la imagen de un producto que considera muy peligroso para la salud y el medio ambiente.
"El acuerdo, que por supuesto no es público ni transparente, tiene el propósito de generar un impacto en la opinión pública acerca de las bondades de este trigo que se pretende instalar como ambientalmente amigable. Justamente el producto en cuestión tiene muchas connotaciones emocionales, históricas para muchas personas de este país", apunta la investigadora, quien en octubre último firmó una carta junto a otros 1.400 científicos en contra de la resolución de Agricultura.
Sin embargo, al menos en las redes sociales, la estrategia de marketing parece haber conseguido un efecto contrario, y esto tiene que ver, a criterio de Massarini, con "una concientización creciente en la población" sobre el hecho de que "estamos consumiendo alimentos que están contaminados con diversos venenos", y que esto no solo es inaceptable sino que requiere de un cambio urgente y radical del modelo productivo.
"El saber que el producto va a estar atravesado por este tipo de tecnologías, que mucha gente comprende que son riesgosas, es algo que despierta una reacción que celebramos y aplaudimos. Es un termómetro que indica que la gente no quiere que en sus alimentos haya más veneno aún del que ya hay", sostiene Massarini.
Para la especialista, los argumentos en los que se apoyan los desarrolladores del trigo HB4 son engañosos: "Ellos publicitan estas tecnologías como ambientalmente amigables porque requieren menos combustible, menos mano de obra y menos riego, en la medida que es un tipo de trigo resistente a la sequía. Entonces, todo este gasto energético 'reducido', lo que haría es disminuir la cantidad de dióxido de carbono que se libera al ambiente, lo cual está relacionado con el cambio climático", explica la especialista.
Y advierte: "Es una argumento falaz. Cuando estamos hablando de salud y de ambiente no podemos dejar de pensar en muchos otros factores, como el envenenamiento del agua, del aire, del suelo, la destrucción de la biodiversidad, que es lo que nos lleva a esta crisis ambiental tan grave, y la reducción también de los alimentos que podemos consumir".
Según Massarini no hace falta especular hacia el futuro sobre lo que podría ocurrir con el avance de estas semillas. Alcanza con evaluar lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en los territorios latinoamericanos: "Hay abundante evidencia científica y testimonios de pueblos fumigados que dan cuenta de todos los daños que han sufrido en los 25 años de este modelo, pero no se les ha prestado atención", sostiene.
"Con el extractivismo no hay grieta"
Como casi todo en Argentina, la campaña 'Chau Havanna' se vio atravesada por la grieta política que separa a kirchneristas de antikirchneristas, siendo algunos de estos últimos quienes adjudicaron la cruzada en las redes a sus rivales ideológicos. Lo cierto es que fue el actual gobierno el que habilitó la semilla de trigo transgénico, y el exsecretario de Agricultura Felipe Solá, actual canciller, quien autorizó durante el Gobierno de Carlos Menem, en 1996, la producción y comercialización de la soja modificada mediante técnicas de ingeniería genética.
"En relación a los extractivismos, entendemos que no hay diferencias político partidarias", dice Rafael Colombo, miembro de la Asociación Argentina de Abogados y Abogadas Ambientalistas (AAdeAA), una de las organizaciones que impulsó la campaña #ChauHavanna.
Colombo remarca la importancia de difundir información producida por una ciencia "que no esté atravesada por conflictos de intereses, para comenzar a debatir a qué modelo agroalimentario estamos apostando".
"Debemos promover un modelo más amigable con el ambiente, que sea respetuoso con la salud de las personas, basado en los principios de la soberanía alimentaria entendida como el derecho a decidir qué queremos comer, cómo queremos producir, y al mismo tiempo abrir el debate sobre una justa distribución de la tierra", apuntó.
Emmanuel Gentile
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