En la segunda vuelta presidencial que se efectuará este domingo en Perú se presentan dos figuras diametralmente opuestas: el país profundo y humilde, representado por Pedro Castillo, y el de Keiko Fujimori, hija predilecta del 'status quo'.
El fujimorismo es un movimiento populista de derecha que tiene en la cárcel a su máximo líder, Alberto Fujimori, y a su actual candidata, Keiko, con una acusación de la Fiscalía a 30 años de prisión por presuntos delitos de corrupción. La hija del exmandatario se presenta por tercera vez a la carrera presidencial, después de haber fungido como primera dama durante el régimen de su padre.
Por su parte, Pedro Castillo es un maestro de escuela y dirigente magisterial, que se ha lanzado a estas presidenciales sin ser parte del establecimiento ni del liderazgo tradicional del Perú. Todo su respaldo lo soportan sectores humildes y organizaciones populares. Sorprendió a todas las encuestas ganando la primera vuelta.
No es la primera vez que se enfrentan los sectores populares, especialmente rurales, contra el fujimorismo. Es decir, el voto que permitió a Pedro Castillo –un candidato de izquierda popular– ganar la primera vuelta e ir adelante en las encuestas no es nuevo. Ya en 2011, Perú votó masivamente por Ollanta Humala, quien para entonces era un candidato popular, un militar de rango medio que había llevado a cabo un levantamiento militar contra Alberto Fujimori y había fundado el Partido Nacionalista Peruano.
El gobierno de Humala terminó hundido entre medidas muy tibias y la corrupción. Y el pueblo pobre siguió en medio de la miseria y la política neoliberal.
Ese pueblo humilde hoy se vuelve a entusiasmar con la candidatura de Pedro Castillo y, si se moviliza, articulado con el voto anti fujimorista, podría ganarle a Keiko Fujimori, que tiene un pasado estruendoso, plagado de abuso de poder, corrupción y lo que en Perú se llama 'terruqueo', es decir, el arte de criminalizar cualquier disidencia acusándola de terrorista o de militante de Sendero Luminoso.
En 2016, Keiko logró en primera vuelta el 39 % de los votos, mientras que en 2021, el porcentaje de apoyos fue de apenas 13 %. El fujimorismo puede estar agotando su fuerza electoral, esperemos ver cuánto le aporta la derecha liberal, que no es muy exitosa electoralmente hablando.
Fujimori sí ha logrado en esta ocasión unir a toda la derecha para confrontar al maestro, a quien catalogan de socialista, izquierdista y chavista, pidiendo un voto en "contra el comunismo". Sectores de 'altísima alcurnia', como los que representa el escritor Mario Vargas Llosa, han apoyado a la Fujimori a pesar del prontuario de ésta y de haberla rechazado anteriormente. Un reciente ataque terrorista, que se le endilga a Sendero Luminoso y en el que hubo 18 muertos en el Vraem, ayudó tremendamente a que el final de campaña buscara generar más miedo y recordar los años dorados del fujimorismo, cuando atacaba al poderoso grupo maoísta Sendero Luminoso, lo que le permitía ganar votos.
Lo simbólico: la clave de Castillo
Pedro Castillo, por su parte, irrumpió con el uso de la simbología popular del Perú profundo: El sombrero, el hombre rondero, el maestro de escuela, un lápiz como logo. Justamente lo que es considerado atávico o atrasado para las élites y las clases en ascenso. No parece un hombre que utilice estos símbolos, sino uno que convive con ellos. Su procedencia de Cajamarca le ofrece autenticidad.
En el último debate electoral quedó muy claro la procedencia humilde de Castillo. No es un gran orador, ni tampoco un político que sepa aprovechar cada error del contrincante, sin embargo, es un hombre que se ve sincero. Su humildad nadie ha podido contrastarla, ni siquiera Fujimori, una política de garra acostumbrada a perseguir y humillar al contrincante, pero que esta vez tuvo que utilizar a terceros, como a Vladimir Cerrón, el fundador del partido Perú Libre que postula a Castillo, para atacarle.
Fujimori ha prometido una amplia gama de beneficios sociales a las mayorías vulnerables. Pero siempre atacando al hombre humilde que es Castillo. Acusándolo, interpelándolo, criminalizándolo y, aunque lo haya negado durante el debate, terruquéandolo.
Sin embargo, Castillo ha sabido responder e incluso adelantarse a las acusaciones prefabricadas, típicas del fujimorismo y los emporios mediáticos aliados. Antes que se le acusara de querer 'venezolanizar' a Perú, Castillo arremetió contra el presidente Nicolás Maduro. Antes que se le acusara de senderista, Castillo sacó su pasado rondero (las rondas son organizaciones de base que lucharon contra las guerrillas en el propio territorio); ahora, cuando la candidata le acusa de machista, él le recuerda las esterilizaciones forzadas que llevó a cabo el gobierno cuando era primera dama.
Los medios de comunicación se han tomado la campaña como suya. Han sufrido una derechización radical, lo que ya es mucho decir en Perú. Han reaccionado con vehemencia contra Castillo también criminalizándolo, terruqueándolo. No han podido encontrar algún punto débil en el propio candidato, entonces han tratado de vincularlo, sin prueba alguna, con el ataque terrorista que dejó 18 muertos la semana pasada.
Castillo no parece ser un político que sabe utilizar los símbolos populares, sino un líder que viene desde el mismo tejido cultural que produce lo simbólico. Allí radica su fuerza electoral en un país eminentemente rural. No se trata de un vendedor de izquierdismo. De hecho, perteneció al partido de derecha de Alejandro Toledo, hoy preso en EE.UU.
Para la izquierda académica y las clases medias, Castillo no es un líder potable, pero el antifujimorismo le permite tener un apoyo automático en muchos sectores. Es un líder popular, rural, que tiene otra concepción de la corrección política, más cercano al moralismo rural que al cosmopolitismo de izquierda. Va a tratar de repetir la saga de Pedro Pablo Kuczynski, que subió de 21% en primera vuelta a 50% en el balotaje, para ganar las presidenciales de 2016, básicamente con el voto antifujimorista.
¿Qué podría pasar?
El principal riesgo que se corre es que con unas proyecciones tan cerradas, la noche de la votación no se declare un ganador y que, una vez declarado, la otra parte no acepte los resultados. Incluso por lo que ya han dicho durante las campañas.
Si Fujimori es la derrotada y no acepta, tratará de movilizar a las masas derechistas de Lima, pero sobre todo basará su discurso hacia las instituciones y especialmente hacia las Fuerzas Armadas y policiales, para que desconozcan al ganador.
En cambio, si Pedro Castillo no reconoce el triunfo de su oponente, considera que le fue arrebatado por métodos fraudulentos y decide convocar a movilizaciones, allí tendrá que probar su poder de convocatoria para desplazar la campaña electoral hacia un marco de protestas generales.
Las experiencias de sus vecinos andinos, como Colombia y también el Ecuador de 2019, hacen pensar que un conflicto en Perú puede generar una profunda división social y llevar a una situación de radicalización de posturas y de ingobernabilidad. La efectividad política de las últimas protestas de Lima, en 2020, son un aspecto a considerar.
Otro escenario probable es que cualquiera que gane tenga que enfrentarse al Congreso en poco tiempo. Especialmente si gana Fujimori, quien tendría una mayoría parlamentaria en contra y, además, enfrenta un juicio, por lo que podría ser un argumento para declarar la vacancia presidencial.
Es clave el papel de las Fuerzas Armadas, que desde los ochenta han sido instrumentos de poder por parte del fujimorismo para llevar a cabo acciones tan disruptivas como el autogolpe de 1992.
En pocas horas se activará la veda electoral y, en pocos días, sabremos quién será el o la próxima presidente de Perú.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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