Se levantan de madrugada para cumplir con una tarea que pocos se atreven a asumir: conseguir los cilindros de gas doméstico que de forma recurrente necesita su comunidad. A las 6:30 de la mañana ya esperan a sus vecinos. Es miércoles y amanece con frío, están a la intemperie, el sol no termina de salir y la ciudad se despierta.
La faena, sin embargo, comienza con una semana de planificación, cuando ellas emprenden la labor administrativa requerida por la empresa gubernamental Pdvsa Gas Comunal para obtener las recargas de las bombonas. Su trabajo como líderes vecinales, además de vocación, es una forma de organización amparada por la Constitución.
Después que fijan el día del operativo, avisan a sus vecinos por distintas vías —casa por casa, mensaje de texto y un grupo de Whatsapp— el lugar donde recogerán las bombonas. Esta vez será al frente del Centro de Educación Inicial "Matea Bolívar" de la parroquia San Agustín de Caracas, la capital venezolana.
Aunque es "semana radical" —una medida restrictiva que aplica el gobierno cada 7 días para intentar reducir las actividades y los contagios por covid-19— la urbe empieza a mostrar su realidad: decenas de transeúntes que salen a buscar el sustento familiar, colmando las calles de carros, autobuses, motos, muchos de ellos aglutinados en colas para surtir gasolina subsidiada en una estación que está a más de tres cuadras.
Los vecinos empiezan a llegar con bombonas en mano. Algunos las llevan en carruchas, otros sobre los hombros, hay mujeres que las cargan como niños o las montan en bolsos con ruedas. Cada quién resuelve a su manera en un país que sufre una crisis económica desde hace varios años, agravada por el impacto de un bloqueo impuesto por EE.UU., y que, a diario, complica la cotidianidad hasta en las cosas más simples: suministro de agua potable, electricidad y gas doméstico.
¿Cómo se organiza una jornada?
Las dificultades que afronta la población venezolana han obligado al Gobierno a coordinar más de cerca con las comunidades para poder atender las necesidades de los sectores más vulnerables. Es allí donde el papel de las lideresas se vuelve fundamental, ellas son la bisagra de un andamiaje que requiere voluntad y organización.
En este operativo en particular, ellas establecen las reglas para la jornada: cuando el vecino entrega su bombona, previamente pintada con un color, nombre del dueño y su residencia, una de las encargadas pregunta —con cuaderno y bolígrafo en mano— el peso y tipo de cilindro: "¿Boca ancha, boca pequeña o de rosca?".
Todos se retiran confiados y siguen con su cotidianidad: trabajo, diligencias, las clases en casa de sus hijos, etcétera. Del otro lado, quedan estas mujeres a cargo de una responsabilidad asumida 'ad honórem'.
Ellas integran una organización comunitaria llamada UBCH (Unidad de Batalla Bolívar–Chávez) "Matea Bolívar", que agrupa a 8 comunidades divididas en tres Consejos Comunales: Batalla de San Mateo, Fraternidad y El Dorado. La experiencia es narrada por Marta Sánchez, quien tiene varios años como líder de la comunidad.
Martha, que ofrece asesorías pedagógicas a niños, es responsable del servicio de gas doméstico de la UBCH, labor que comparte con Anhelin González, vocera comunal; Edith Requena, jefa de comunidad; y Marina Zambrano, jefa de calle. Cada tres semanas, ellas y sus familias saben que por uno o dos días estarán ocupadas fuera de casa, dejarán de compartir con sus hijos y en la noche llegarán agotadas.
La labor comienza cuando piden a los interesados que hagan el pago del servicio, que en el caso de los cilindros de 10 kilos —los más solicitados— es de unos 50 centavos de dólar. Los vecinos tienen tres días para cancelar, luego transfieren el dinero, en un monto único, a Pdvsa Gas Comunal, con un formato que detalla la cantidad de bombonas y su capacidad: 10, 18 y 43 kilos. En promedio, se solicitan de 80 a 100 cilindros.
Vocación de servicio
Martha comenta que tiene gas directo en su casa, un privilegio en una zona donde 6 de las 8 comunidades requieren cilindros para cocinar. Ella dice que pudiera estar tranquila junto a su pareja e hijos, pero su voluntad de ayudar la obliga a moverse.
"La vocación de servir a la comunidad es algo innato o una misión de Dios, nos gusta hacerlo aunque es bastante difícil. A veces uno se cansa porque somos un grupo muy pequeño pero no decaemos, siempre estamos en pie de lucha y buscando quien se enamore de esto y nos ayude", dice Martha.
Hace un par de años, lo rutinario era que el camión de gas llegara a la comunidad —al menos una vez a la semana— y quien necesitara un cilindro lleno, llevaba el vacío y pagaba en efectivo por el canje. Era común que las bombonas rotaran y nadie las personalizaba.
El servicio de gas doméstico ha sido golpeado al punto de escasear. En regiones lejanas a Caracas, las personas recurren a la leña y las hornillas eléctricas —si ese servicio no falla— para poder cocinar.
La escasez ha originado diversas distorsiones, como la venta de bombonas por vías irregulares,entre 20 y 40 dólares por unidad. Estas desviaciones llegaron incluso a lo más alto de Pdvsa Gas Comunal, al descubrirse un escándalo de corrupción que involucró a su entonces presidente, Jacob Grey, como jefe de una red que traficaba en dólares los cilindros de la empresa Estatal.
Lo que pocos ven
Estar en la calle sin ningún tipo de resguardo es lo más difícil que enfrentan estas mujeres cuando programan una jornada. Todas quedan "a la buena de Dios", expuestas a las condiciones climáticas y otras relacionadas a la espera: lluvia, calor, frío, sol, ansiedad, hambre y sed.
"Recibimos y nos quedamos aquí, no tenemos un resguardo para las bombonas ni para sentarnos a esperar al camión. Tratamos de ir a un negocio o casa que esté cerca porque no podemos perder de vista las bombonas.Si se extravía una, no tenemos cómo pagarlas".
Siempre están en incertidumbre por desconocer la hora de llegada del transporte que se lleva los cilindros a la Planta de Llenado Luisa Cáceres de Arismendi, al oeste de Caracas. Lo mismo ocurre para el retorno. "Hay veces que los camiones no llegan porque se quedan accidentados o se dañan y no tienen repuestos. Entonces, hay que llamar a la comunidad para que retiren sus bombonas y ese es otro proceso, porque hay personas que están fuera del sector y les cuesta mucho regresar".
La necesidad de un espacio para resguardar las bombonas es vital, así estarían más tranquilas, comerían a tiempo, irían al baño y hasta podrían reposar. "Un lugar que, cuando el camión no llegue, podamos dejar los cilindros sin preocuparnos, porque nos ha tocado esperar a los vecinos hasta la noche con las bombonas en la calle".
También piden mejorar la comunicación con la empresa, de manera que cuando ocurra alguna eventualidad, les avisen de inmediato y no las dejen expectantes.
"Pasamos largas horas esperando al camión sin tener buena comunicación. La gente se desespera porque nos ven aquí y preguntan: '¿por qué no han venido por las bombonas?, ¿qué pasó?'. También tenemos que lidiar con la tecnología, los teléfonos se descargan o no tenemos saldo, es un proceso difícil".
¿Cómo fue la última jornada?
La más reciente jornada requirió de más de 36 horas de trabajo. Comenzaron el miércoles, antes de las 6:00 de la mañana, y terminaron el jueves pasadas las 4:30 de la tarde. El primer día esperaron al camión por más de 10 horas. La semana anterior perdieron un día y suspendieron la actividad porque el transporte nunca llegó.
Esta vez, Martha tuvo que ser insistente y llamar a los involucrados para no suspender. El camión buscó las bombonas cerca de las 5:00 de la tarde y prometieron regresar al día siguiente, pero sin hora fija. El gas llegó el jueves al final de la tarde, avisaron a los vecinos y dedicaron al menos una hora más para eso.
No habían terminado cuando les notificaron que esa misma noche llegarían las bolsas de alimentos subsidiados que distribuye el Gobierno a través de los "CLAP", un programa dirigido a millones de familias vulnerables.
El grupo de mujeres, cansadas y reunidas en una de sus casas, siguió con su la labor voluntaria hasta entrada la madrugada del viernes, cuando finalmente entregaron el último combo de alimentos. Para ellas, el trabajo no termina ahí, pues lo que hacen marcha al ritmo de las necesidades más humanas.
Orlando Rangel Y.
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