Unas imágenes virales que mostraban a una multitud haciendo cola bajo la lluvia para comprar un vaso de chicha (bebida refrescante a base de leche), que cuesta hasta 3 dólares, dispararon de nuevo el debate sobre el estado actual de la economía venezolana.
Aunque el video del conocido 'influencer' Ances Díaz se mantuvo como tendencia en Twitter solo por unos días, la controversia ha seguido y sirve para explicar las realidades de la vida cotidiana del venezolano.
Economistas opositores, como Asdrúbal Oliveros, rechazaron el debate sin ofrecer explicaciones convincentes de cómo en un país donde el sueldo mínimo es de un dólar –como se repite de manera insistente–, puede haber gente que gaste hasta 3 dólares en una bebida para una tarde cualquiera.
"La verdad que tenemos que estar bien jodidos (me perdonan el francés) como país o sociedad, cuando una cola para comprar una chicha en Sabana Grande es una proxy de recuperación de una economía", escribió en su cuenta de Twitter.
¿Solo los ricos toman chicha?
El video de la polémica, que dura menos de un minuto, solo muestra a la gente esperando para comprar chicha en el populoso bulevar de Sabana Grande, sin amilanarse ni siquiera por la lluvia. Tampoco por el precio de la bebida.
Esto llevó a tuiteros del oficialismo a celebrar. "Largas colas para comprar chicha 'popular': el precio varía entre 1 dólar y 3 dólares. Parece desmontar teorías, según la cual (sic) la mayoría gana 'sueldo mínimo'. ¿Signos positivos de recuperación económica?", escribió un periodista.
Más allá del revuelo, las preguntas son evidentes: ¿cómo explicar el fenómeno de la chicha? ¿puede la gente gastar en Venezuela tres sueldos mínimos en una bebida?
Verdades a medias
Es cierto que el Estado paga salarios que varían entre un dólar o un poco más, dependiendo de la devaluación. Sin embargo, no es menos real que ya casi nadie vive del sueldo como servidor público porque eso significaría llevar a la inanición a familias enteras en una economía casi totalmente dolarizada.
En la empresa privada, por el contrario, los salarios superan ampliamente lo que paga el Estado. Una cadena de supermercados, un banco, una clínica privada o una panadería puede ofrecer sueldos de entre 50 y 120 dólares mensuales a sus empleados de menor rango (que sigue siendo muy poco), pero que en un solo mes podría significar entre tres, cuatro o seis años de sueldo mínimo estatal.
Los que se dedican a su propio negocio –ya sean formales o informales– y los que ejercen oficios de mecánica, electricidad o limpieza, pueden cobrar en una semana el sueldo que el Estado les otorgaría en 10 o 20 años de trabajo ininterrumpido.
Los últimos años, especialmente a partir del incremento de las remesas, la liberalización de la economía, el desmontaje de los controles y la dolarización, ha habido una recuperación económica que ha equilibrado los ingresos familiares.
Parece una exageración, pero la situación ofrece una lectura doble: por un lado, la crisis que atraviesa el Estado por la distorsión económica y, por otro, la recuperación de las actividades que no están mediadas por el aparato estatal.
Ante esto, muchos economistas opositores, especialmente los más radicales de derecha, han preferido mantener la idea de un país azotado por la debacle y el hambre con el fin de justificar una intervención extranjera que resuelva 'la crisis humanitaria'. Esa intención les impide tratar de explicar el fenómeno.
Economía postpetrolera: entre la mejoría y el desmantelamiento
Antes de la crisis, el Estado venezolano era considerado el mejor contratante porque ofrecía las remuneraciones más apetitosas del continente. En 2012, el salario mínimo era de 250 dólares. Sin embargo, tres años más tarde, el sueldo mínimo bajó, casi de golpe, a 5 dólares. Aún no llegaban las sanciones.
Pero los últimos años, especialmente a partir del incremento de las remesas, la liberalización de la economía, el desmontaje de los controles y la dolarización, ha habido una recuperación económica que ha equilibrado los ingresos familiares. Actualmente, muchos oficios en Venezuela tienen ingresos similares a otros lugares de América Latina. Por eso la emigración ya no se presenta de manera galopante como en el período de 2015 a 2019.
Quienes continúan sufriendo la crisis de manera extrema son los beneficiarios de las políticas sociales en sectores como la educación, la salud y la alimentación. Muchos planes en estas áreas han sido abortados o se han debilitado. Las escuelas públicas y hospitales han venido sufriendo procesos de privatización por diferentes vías. En pocas palabras, el escenario es el de un Estado social debilitado a su mínima expresión.
Pero paradójicamente, los ingresos han venido fortaleciéndose con estas privatizaciones. Las maestras, por ejemplo, que son de las que menos cobran en el sector público, han elevado exponencialmente sus ingresos con clases privadas.
Trabajadores del sector salud, como enfermeras y médicos, combinan el trabajo en entes públicos con sesiones privadas, mientras que los obreros de las empresas que suministran servicios como el agua, la electricidad, el internet y telefonía cobran de manera independiente (legal o ilegalmente) por arreglos y reconexiones. Todo, siempre, en dólares. Y también en detrimento de quienes no pueden pagarlo.
Paradójicamente, las remesas y las microprivatizaciones permiten a los trabajadores de la salud y la educación mantenerse en escuelas y hospitales públicos, muchas veces por ética o mística, pero también porque esos espacios públicos se convierten en fuentes de empleo privado, que pueden multiplicar por cien el pago del Estado.
El ejemplo de la chicha permite ilustrar que la idea de la "hecatombe humanitaria" es totalmente falsa, porque evidencia que hay sectores populares y masivos que están mejorando su poder adquisitivo.
Volviendo a la relación del video de la chicha con la economía, otros tuiteros plantearon: "Que un ingeniero petrolero renuncie a Pdvsa [Petróleos de Venezuela] para vender hamburguesas de 1 dólar, que una maestra deje la labor docente para montar un puesto de chicha, [que] un chófer de un ministerio se tenga que rebuscar taxiando, no son signos de recuperación económica, son signos de profunda crisis".
En todo caso, sin negar la grave crisis, habría que reconocer que la economía ha venido respirando después de la asfixia que sufrió años anteriores. Esta situación, sin embargo, desata un debate sobre el éxito de ciertos modelos económicos y la necesidad de algunos controles, al tiempo que pone en la mesa el cuestionamiento sobre el rol del Estado y su relación con el aparato productivo y la sociedad.
Es también una pregunta sobre lo que realmente significa el neoliberalismo, no tanto como doctrina ideológica sino como práctica real. Pero también permite otras conclusiones.
La chicha y sus paradojas
En medio de una grave crisis que persiste desde 2013, agravada severamente por las sanciones desde 2017, el ejemplo de la chicha permite ilustrar que la idea de la "hecatombe humanitaria" es totalmente falsa, porque evidencia que hay sectores populares y masivos que están mejorando su poder adquisitivo. Una cuestión que también echa por tierra la supuesta necesidad de una intervención militar extranjera.
Con este nuevo escenario económico (y postpetrolero), el Gobierno comprueba que no hace falta un 'cambio de régimen' para que exista un cambio económico.
Y también se constata que el profundo malestar económico, como el vivido del 2013 al 2019, no es garantía de un cambio de gobierno.
El cuento de la chicha sirve para aclararnos que ya se está desarrollando una economía postpetrolera, en tanto los venezolanos cuentan con nuevas y diversas fuentes de ingresos como las remesas, la explotación de oro, la criptominería y otras nuevas actividades.
Además, la dolarización y el fin de los controles ha permitido revalorizar actividades como la siembra y la pesca, que se encontraban ahogadas y casi extintas. La eliminación de impuestos a la importación ha permitido la emergencia de una nueva clase importadora que produce burbujas de prosperidad y, al mismo tiempo, generan empleos bien remunerados.
Lo que en Venezuela parecía una verdadera utopía, ahora, a los golpes, ha terminado en una realidad incontestable: el fin del rentismo petrolero.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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