El sábado pasado, Salem Wahdat, un asesor de Seguridad del Gobierno y extraductor afgano, fue a trabajar al palacio presidencial en Kabul y al entrar se encontró todo vacío. Se dirigió a una agencia de viajes y compró un billete por el triple del valor. Por la noche se subió al último avión comercial rumbo a Estambul.
El domingo, los talibanes tomaban el control de Kabul, pocas horas después de que el presidente Ashraf Ghani abandonase el país. Y entonces el mundo observó cómo varios combatientes se mostraban victoriosos dentro del palacio presidencial. "Nuestro país ha sido liberado", afirmaba un talibán al canal Al Jazeera.
Salem entró en Turquía con su pasaporte diplomático. Desde allí ha visto las espantosas imágenes de los afganos desesperados en el aeropuerto intentando huir.
"Las personas cayendo del cielo desde un avión. ¿Qué demuestra? Los talibanes no son bien recibidos. La gente tiene miedo", lamenta en una entrevista vía telefónica.
Viajó solo. Su mujer y sus cuatros hijos salieron hace dos meses del país y espera reunirse con ellos tan pronto como sea posible. Sin embargo, su madre, sus dos hermanas y un sobrino siguen en Kabul.
"No han podido venir. Ayer [domingo] alguien les dijo que los talibanes están yendo casa por casa buscando a oficiales del Gobierno, a traductores que han trabajado para gobiernos extranjeros y a quienes han ayudado a EE.UU. Mi familia se ha tenido que ir de casa", explica.
Los distintos trabajos que Salem desempeñó lo convertían en blanco de los talibanes. En 2004, fue traductor para la misión española, después trabajó ayudando a los periodistas que viajaban al país y también fue consejero de seguridad para una empresa de transporte estadounidense.
"El mundo ha cerrado los ojos. Han abandonado a nuestro país, a nuestro pueblo. Y esto es algo que no imaginaba. Ahora no hay Ejército, no hay Policía, no hay derechos para las mujeres, no hay derechos humanos. Da igual lo que digan los talibanes".
Dentro del Gobierno, estuvo en delegaciones diplomáticas afganas: en España, como primer secretario, y en Canadá, como cónsul. En Kabul, en épocas diferentes, trabajó como empleado en el Ministerio de Exteriores y en la actualidad como consejero de seguridad en el palacio presidencial.
"El mundo ha cerrado los ojos"
"El mundo ha cerrado los ojos. Han abandonado a nuestro país, a nuestro pueblo. Y esto es algo que no imaginaba. Ahora no hay Ejército, no hay Policía, no hay derechos para las mujeres, no hay derechos humanos. Da igual lo que digan los talibanes", dice.
Salem vivió la presión del anterior régimen talibán, desde 1996 hasta 2001, cuando fueron expulsados por fuerzas opositoras afganas y las tropas de EE.UU., y ahora es testigo de cómo los avances de la sociedad en estos últimos 20 años, especialmente en lo que concierne a las mujeres, se encuentran amenazados con la llegada del grupo armado fundamentalista.
"Hemos perdido lo que habíamos ganado. Sabemos que no son buenos, que son unos salvajes, unos radicales. No puedo explicar lo que han hecho con mi país, con mi pueblo. Los que vamos a pagar somos nosotros. Las niñas, las mujeres y los niños también. Será como una cárcel", asegura.
Salem critica las distintas negociaciones con los responsables talibanes en Doha, capital de Catar, entre ellas el acuerdo firmado por la administración de Donald Trump con los radicales para retirar a las tropas estadounidenses. "Para EE.UU., la vida de los afganos no es importante. Si lo fuese, habrían esperado y apoyado al Gobierno para no caer. No tenían que sentarse con los terroristas en Doha y hablar sobre la paz con gente que no sabe lo que significa", añade.
El funcionario ve el futuro de su país tan o más sombrío que su pasado. "Nací con las tropas soviéticas en Afganistán, cuando tenía 18 años llegaron los talibanes, con 22 atacaron los americanos y ahora con 39, otra vez, los talibanes. Toda la vida en un infierno", subraya.
"No sé qué va a pasar, pero por lo menos estoy vivo. Los afganos no queremos nada más. Solo vivir", concluye.