Argentina es un país sudamericano con fuertes raíces indígenas, aunque ello no se vea reflejado en los puestos de poder. En la Cámara de Diputados, más allá de diferencias ideológicas, los 257 legisladores tienen el mismo patrón común: son todos blancos. Además, hoy muchos sectores de la sociedad perciben que los políticos no interpretan los problemas cotidianos que afronta el ciudadano de a pie, como si vivieran en una realidad distinta. Tal vez por eso, la posible llegada al Congreso de un coya, que además es recolector de residuos, esté causando sensación. "Sería inédito", comenta Alejandro Vilca, el candidato originario que está haciendo resurgir a la izquierda desde la siempre olvidada provincia de Jujuy, al extremo norte de la nación.
Durante las recientes elecciones primarias, su frente logró un sorprendente 23 % de los votos en su territorio. En caso de repetir el resultado en los comicios de noviembre, obtendría un lugar en el recinto para proponer y debatir leyes federales. "Para la casta, es algo disruptivo que un trabajador haga política, va en contra de las tradiciones de esta zona", le dice a RT. Y agrega: "Van a hacer todo para evitar que llegue un morocho".
"Una infancia bastante pobre"
Este postulante de 45 años nació en Sal Salvador, la capital provincial. En aquella jurisdicción norteña, más cercana a Bolivia que a Buenos Aires, "el 80 o 90 % es de origen indígena", comenta. Allí creció junto a sus cuatro hermanos y su mamá, tras sufrir el abandono del padre: "Mi viejo, lo único que me dejó, fue el apellido", dice. Y de ella, que trabajaba limpiando casas de familias más ricas, recuerda "esa perseverancia de querer salir a flote, pese a la injusticia que vivió". La contracara de los caserones donde contrataban a doña Luisa, era su propio hogar: "Fue una infancia bastante pobre. No teníamos ni zapatillas, nos prestábamos uno o dos pares entre los hermanos para ir a la escuela", recuerda el político.
Así, Alejandro pasaba los días viendo a su mamá agotada: "¿Por qué mi vieja vive cansada de tanto trabajar y no la veo tanto?", se preguntaba de pequeño. Y para ayudarla, salía a vender bollos, una comida típica del lugar. Es que, la desigualdad lo tocaba en primera persona, y ya le comenzaba a molestar: "Eso te choca la realidad. No solo en la cabeza, también en el estómago", expresa.
En la época de la escuela secundaria, el joven Vilca fue enviado a un colegio técnico junto a hijos de mineros, para aprender oficios, como fundición y herrería: "Todavía lo conservo, hago mis 'changuitas' –trabajos ocasionales– cuando no alcanza la plata", cuenta. Ahí, se le encendió la chispa por los reclamos obreros. En aquel tiempo, Argentina atravesaba la oleada neoliberal del peronismo en los 90 y en Jujuy también estallaban las protestas: "Me impactó ver a trabajadores en las calles. Nos escapábamos de la escuela para ir a las movilizaciones. Muchos tenían a sus padres ahí. Entendí que el pueblo puede poner y sacar gobiernos. Puede hacer cambiar políticas económicas".
Igualmente, las ideas socialistas, marxistas y trotskistas, llegaron en la facultad de Arquitectura. Luisa Salas, la humilde mucama jujeña, cumplía el sueño de ver a su hijo en la Universidad Nacional de San Juan, aunque el anhelo no duró mucho: a Vilca se le complicó sostener un trabajo y la vida académica, y abandonó la carrera en tercer año. Acto seguido, decidió volver a San Salvador de Jujuy, con un perfil mucho más politizado.
Surge un dirigente obrero
Ya de regreso en la ciudad, en 1998, tenía dos metas: fundar el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) en el norte argentino y trabajar, de lo que sea. Por esos días, tenía un hijo que alimentar. Entonces, fue albañil, electricista, heladero, estuvo en una fábrica de plásticos y hasta vendió seguros. Este buscavidas había conseguido un mejor empleo cuando se puso a dibujar para un arquitecto, pero con el desplome de la construcción tras la crisis del 2001, el jefe lo echó, aunque le consiguió un trabajo de pasante en la Municipalidad.
Sin embargo, la odisea de tener un empleo estable parecía inalcanzable durante aquellos años tumultuosos, mientras crecía la desocupación en el país. "El Estado municipal empezó a despedir a los precarizados. Y para que no nos despidieran, con los compañeros les pusimos claves a todas las computadoras, para ganar tiempo y organizarnos", repasa entre risas. Los jerarcas estatales se vieron obligados a llamar a ingenieros informáticos para desbloquear los equipos.
Mientras tanto, Vilca estaba desarrollando su personalidad combativa. Entre 2006 y 2007 colaboró para lanzar la Coordinadora Provincial para Trabajadores en Negro, y lograron el pase a planta permanente de los contratados irregularmente en el municipio. Alejandro dice que mientras crecía su figura, desde la patronal lo miraban de reojo. Por eso interpreta que su cambio de puesto para ser recolector de residuos en Alto Comedero, uno de los barrios más humildes de la provincia, fue una especie de castigo.
"No te daban ropa ni guantes. Las calles eran de tierra, y eso es muy peligroso cuando llueve", grafica. Así, bastaron solo dos semanas para que los basureros organizaran un paro de actividades en forma de protesta: "Conseguimos ropa, camiones adecuados y condiciones de seguridad. Empezamos a hacernos muy fuertes y reconocidos en el rubro", cuenta el entrevistado. Desde ese momento, Alejandro siempre fue escogido como delegado gremial por sus compañeros, pero la popularidad también le sumó enemigos en el sindicato, que optó por su expulsión.
A la par de estas luchas laborales, el partido que había lanzado cuando regresó a la ciudad crecía lentamente. Y con el correr de los años, se acercaron estudiantes universitarios, campesinos de la zafra –cosecha de caña de azúcar–, trabajadores en general y desocupados. En algunos conflictos puntuales y huelgas, como en el Ingenio La Esperanza, que fue "tomado por el control obrero", el PTS jujeño sumó varios adeptos. Y Vilca, artífice de este ascenso, empezó a postularse para ser diputado provincial. Todavía recuerda los días de campaña, mientras juntaba bolsas de residuos: "Entrábamos a las cuatro de la mañana, íbamos a una zona determinada en un equipo de tres o cuatro compañeros. Llevábamos volantes [folletos], y a medida que levantábamos la basura, dejábamos algún volantito".
Tras varios intentos, hizo una gran elección en 2017, y desde entonces es legislador de Jujuy. La izquierda, que había obtenido el 17 % de los votos, pudo ubicar a cuatro diputados y varios concejales en distintas ciudades. Hoy, por ocupar un escaño en la Legislatura local, el referente norteño está de licencia en la recolección de residuos. Igualmente, Vilca afirma que gana lo mismo que un trabajador promedio, porque el resto de su salario lo dona al partido, siguiendo la tradición roja. Por otro lado, pese a tener un cargo de alta relevancia, sigue viviendo en Alto Comedero, ese barrio pobre de San Salvador de Jujuy, "que es como una olla, muy parecido a lo que sería El Alto en La Paz [Bolivia]", compara.
De cara a las legislativas
La cuenta regresiva para las elecciones de medio término ya empezó. Vilca, integrante del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), puede convertirse en uno de los tres nuevos diputados que representarán a los jujeños en la Ciudad de Buenos Aires desde diciembre. Ese mismo mes, también deberá abandonar su escaño en la Legislatura. Es decir, si no gana en la votación nacional del 14 de noviembre, tendría que regresar a su puesto en la recolección de basura. Igualmente, dice que ello no le quita el sueño.
Entre tanto, en el FIT hay optimismo. Alejandro afirma que las elecciones primarias ya fueron "históricas para la izquierda", mientras el Ejecutivo afronta una dura crisis política que motivó cambios de apellidos en el Gabinete. "No han sabido controlar la situación económica, con la caída del poder adquisitivo. Eso impactó con la expectativa de mucha gente que esperaba que el Gobierno de Alberto Fernández devuelva todo aquello que quitó Macri. Llenar la heladera, comer asado, aumentar salarios, pero eso no sucedió", agrega. Por eso, opina Vilca, "el Gobierno salió muy golpeado, y en algunas provincias tuvo su repercusión". Asimismo, pese a que la derecha acaparó una parte de la fuga de votos peronistas, "en el interior más profundo de Argentina la izquierda viene capitalizando esta crisis", remarca.
Por otro lado, más allá de la actualidad económica y el flagelo de la pandemia, la desértica y montañosa provincia de Jujuy padece antiguas desigualdades estructurales, una innegable brecha racial que todavía se ve a simple vista: "Se nota mucho más en el interior. Por ejemplo, si vas a Tilcara [una localidad muy turística], el blanco es dueño de algo, y la empleada doméstica o los albañiles, son morochos [con rasgos indígenas]. Es muy claro". Frente a ello, el entrevistado cree que si llega al Congreso podría ser vocero de los excluidos: "Esto demostraría que se puede enfrentar a los poderosos. Daría ánimo a pelear por los derechos al salario, al trabajo y la vivienda, algo que en esta zona está muy postergado".
En cuanto a las propuestas, plantea un salario mínimo igual al costo de la canasta básica familiar (unos 670 dólares, en la cotización oficial), el doble de lo anunciado por el Gobierno. También que funcionarios, legisladores y jueces ganen lo mismo que los maestros, y un plan de obras públicas, financiado con un impuesto progresivo a las grandes fortunas, para generar nuevos puestos de trabajo. Asimismo, su mayor objetivo personal es un proyecto de ley para regular a los trabajadores "golondrina", como se conoce a los campesinos utilizados solo por temporada en diversos cultivos, que van recorriendo todo el país según la demanda, siendo uno de los rubros más desprotegidos del mercado laboral.
Sobre el futuro del FIT, que en los últimos años solo se identificaba con un reducido número de estudiantes y personas de clase media en las grandes urbes, en el norte argentino ya se convirtió en un auténtico movimiento de trabajadores, con serias chances electorales. ¿Será Vilca el líder que la izquierda estaba necesitando?
Leandro Lutzky
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