El 16 de junio de 1983, los apasionados del boxeo reunidos en el Madison Square Garden de Nueva York fueron testigos de uno de los episodios más trágicos y vergonzosos de la historia moderna de ese deporte: la pelea entre Luis Resto y Billy Collins Jr.
Collins, un estadounidense de 21 años respaldado por su talento y su invicto de 14 peleas, se perfilaba como el gran favorito y esperaba que una nueva victoria lo pusiera más cerca de aspirar a un título. Entre tanto, Resto, un puertorriqueño de 28 años acostumbrado a trabajar como 'sparring', buscaba catapultar de nuevo su carrera, ya sepultada bajo innumerables derrotas, y demostrar que no era un boxeador del montón.
La contienda sirvió como abrebocas a la estelar entre Davey Moore y Roberto Durán por el cinturón del peso superwélter y resultó más sorpresiva de lo cualquiera hubiese esperado. Resto demostró una tremenda capacidad de pegada en los 10 asaltos y, aunque los dos púgiles parecían estar intercambiando golpes por igual, el rostro de Collins terminó severamente deformado y lastimando y sus ojos cerrados por la hinchazón. Recibió un daño difícil de acreditar, sobre todo porque su rival no era un boxeador reconocido por su pegada.
El boricua, casi intacto y aparentemente más fuerte de lo que su contendor creía, ganó por decisión unánime de los jueces y contra todo pronóstico. Esa noche el Madison Square Garden estaba completamente lleno y nadie podía creer que un púgil con un récord mediocre hubiera logrado abatir a un 'chico de oro' que todos imaginaban no tendría problemas en quedarse con la victoria. Sin embargo, el festejo, la felicidad y la sensación de gloria de Luis Resto durarían tan solo unos minutos.
Aquí la pelea completa:
El escándalo
Aún estando sobre el cuadrilátero, el padre de Billy, un exboxeador que hacía las veces de entrenador de su hijo, se acercó al ganador para felicitarlo y al estrechar su mano entendió —sin querer y por casualidad— que algo andaba mal con esos guantes. Negándose a soltar al contrincante, pidió al comisario de la pelea examinarlos. "Han quitado todo el relleno de los malditos guantes. Han quitado todo el acolchado", gritó.
Resto no parecía sorprendido por las acusaciones ni intentaba entender de qué hablaba Collins padre. El púgil dirigió la vista hacia su esquina, donde estaba su manejador, Carlos 'Panama' Lewis, con una mirada asustadiza y miedosa que parecía revelar que había recurrido a una artimaña. De todos modos, él y su entrenador reaccionaron en ese momento repitiendo una y otra vez a la autoridad que esos guantes los habían recibido de los organizadores.
Lewis y su pupilo querían salir de la arena sin ser vistos, pero el réferi de la velada, Tony Perez, los condujo al vestuario y fue el primero en examinar los guantes. Luego de tocarlos, estaba completamente seguro de que les habían sustraído el relleno, una decisión criminal teniendo en cuenta que en un deporte violento y de contacto como el boxeo un golpe en esas condiciones no solo es ventajoso para el que lo propina, sino que puede resultar letal para el que lo recibe.
El resultado del combate fue anulado, tras lo cual se inició una investigación penal. Dos semanas después, la Comisión Atlética del Estado de Nueva York decidió suspender a Resto indefinidamente, mientras que Panama Lewis perdió su licencia de por vida. La carrera de Luis había acabado, pero apenas comenzaban las consecuencias de lo ocurrido sobre el 'ring' para él y muchos otros.
Muerte, crimen y más castigo
La suerte de Billy fue mucho más trágica y su vida no volvió a ser la misma desde ese 16 de junio. La paliza que recibió al ser golpeado prácticamente a mano limpia durante casi media hora, más allá de los impresionantes moretones en los ojos, le provocó un desgarro de iris que lo obligó a abandonar su prometedora carrera para no quedar del todo ciego. Su condición le impidió trabajar y lo condujo a una depresión y un desasosiego que lo alejaron de su esposa y su hija recién nacida y lo arrojaron a la bebida. Nueve meses después, el 7 de marzo de 1984, Collins se estrelló en su coche y falleció a los 22 años.
Billy Collins padre luchó incesantemente por varios años en una serie de litigios infructuosos a la espera de lograr millonarias compensaciones por el trágico destino de su hijo. Demandó a todo el mundo: al Madison Square Garden, a los organizadores, al fabricante de los guantes y finalmente a la Comisión Atlética de Nueva York, exigiendo dinero y un castigo por la negligencia de los inspectores. Al final no consiguió más que gastos y deudas.
Dos años después del combate, Resto insistía en su inocencia y guardaba la esperanza de regresar algún día a los encordados, algo que no sucedería pronto. En septiembre de 1986, inició un juicio en medio del cual se supo que el truco sucio con los guantes no solo tenía que beneficiar al púgil puertorriqueño, sino también a miembros del mundo del crimen que habían apostado una fortuna que no perderían. Al parecer, antes del esperado encuentro, Panama Lewis se reunió con un importante traficante de drogas y le garantizó que modificaría los guantes de su protegido para que no perdiera la sustancial suma de dinero que había puesto en juego.
Una nueva inspección de los guantes —la evidencia clave y decisoria en el proceso— confirmó que les faltaba casi la mitad del relleno. Testigos de esa noche apuntaban a Lewis como el responsable de la manipulación, aunque él siempre lo negó. Finalmente, el veredicto encontró culpables a Resto y a su 'manager' por conspiración de asalto y posesión criminal de un arma mortal; Lewis recibió un cargo más por manipulación de un evento deportivo. Ambos fueron condenados a dos años y medio de prisión.
Resto: ¿víctima o culpable?
Resto recobró su libertad en 1988 y regresó a los suburbios del Bronx, donde había crecido. Intentó sin suerte recuperar su licencia para boxear y vivió diez años en el viejo sótano de un gimnasio, alejado de sus hijos y su esposa, vagando por las calles y consumiendo drogas, según se cuenta en el documental de Eric Drath 'Assault in The Ring' (2008), que se sumerge en este controvertido caso
El puertorriqueño —que aceptó participar en la realización de la cinta— dijo que no sabía quién había alterado los guantes. "Si hubiera sabido, no habría peleado", insistía. Por más de 20 años negó tener alguna relación con la manipulación. Sin embargo, en medio de la investigación de Drath, terminó confesando a las cámaras que Panama Lewis los había tomado y —acompañado de otro entrenador de nombre Lee Black— se los había llevado hasta un baño. Cuando le preguntó a su entrenador qué hacía, este le dijo que no se preocupara, pero no precisó cuál era su intención. "Cuando sentí que había algo mal dentro de los guantes, solo me dijeron: 'continúan golpeando'", reveló el exboxeador.
Panama Lewis siempre despertó sospechas sobre su culpabilidad, sobre todo porque no era la primera vez que se encontraba en el centro de un escándalo. Meses antes, como miembro del equipo de Aaron Pryor en su pelea contra Alexis Arguello, las cámaras lo captaron suministrándole una bebida de una misteriosa botella. El púgil salió con mucha más energía en los últimos asaltos y ganó por nocaut. Nunca se pudo comprobar si el líquido tuvo algo que ver con ese resultado y mucho menos vincular a Panama, pero ya muchos dudaban de su honestidad.
Por otro lado, la trampa contra Collins no se limitó a los guantes. Luis admite en el documental que las vendas que cubrían sus manos habían sido endurecidas con una sustancia similar a la usada para la fabricación de férulas de yeso quirúrgico. Además, comentó que Panama Lewis mezclaba en las botellas de agua de sus peleadores unas píldoras —al parecer un medicamento contra el asma— para mejorar su capacidad pulmonar y obtener ventaja. El propio Luis reconoció haber bebido de ese brebaje en su combate contra Billy. Esta práctica no solo habla de un dopaje prohibido, sino que arroja nuevas luces sobre el extraño suceso en la victoria de Pryor de 1982.
Según Resto, había escuchado en el vestuario que había mucho dinero apostado y sus manejadores debían hacer algo con sus manos para que ganara porque su contendor (Collins) era mucho más fuerte y podía vencerlo por nocaut. "Cuando vi que él [Billy Collins] no se daba por vencido, continué golpeándolo en la cabeza y me olvidé de su cuerpo (…) Quería destrozarlo", declaró con tristeza y remordimiento.
Revancha con la vida
Luis se disculpó sinceramente con la familia de Billy Collins Jr. y visitó su tumba. Confesó que sabía del engaño a sus familiares y a sus hijos, a quien pocas veces veía y con quienes no tenía una relación muy estrecha, pero que habían creído todos esos años que alguien le había tendido una trampa a su padre. "No debí ponerme esos guantes ese día", reconoció.
Luego de liberarse de la culpa que lo corroía, durante el rodaje del documental Resto visitó a 'Panama' Lewis para que aceptara su responsabilidad, pero este nuevamente negó que hubiera actuado mal. Luis no pudo rebatirle porque, aunque antes del fatídico combate lo vio irse al baño, y no pudo demostrar que sacara el relleno de los guantes. En cuanto a las vendas endurecidas, el antiguo preparador dijo que el responsable había sido su ayudante, el ya fallecido Artie Curley, encargado de envolver las manos, quien también rechazó haber manipulado el agua ese día.
El polémico entrenador montó un gimnasio en Florida, donde se ganó la vida entrenando a campeones hasta que falleció el año pasado a los 74 años. Mantuvo su inocencia hasta el final, pero posiblemente el mundo del boxeo lo recuerde más por sus escándalos que por sus éxitos. Entre tanto, Luis Resto se dedicó a trabajar con jóvenes boxeadores en el Bronx y, después de años de intentar recuperar su licencia, el estado de Nueva York le permitió subirse a un cuadrilátero y trabajar como esquinero. Aunque el haber confesado sus pecados le trajo tranquilidad y le permite "andar con la cabeza en alto", sigue pensando en ese 16 de junio de 1983 y asegura que nunca lo olvidará.
Si te ha gustado, ¡compártelo con tus amigos!