La crisis energética se deja sentir en gran parte del mundo y pone a la minería del bitcóin frente a un desafío ético.
La criptomoneda más popular emplea cada vez más electricidad, siendo su gasto superior al de varios países. En este sentido, hasta septiembre de 2021 ya se había superado al consumo de energía de todo 2020, que fue de unos 67 teravatios por hora. Según las previsiones, si esta tendencia continúa, este año finalizará por encima de los 90 teravatios por hora.
Por otra parte, el impacto ambiental de la red bitcóin es muy fuerte. Con la transición verde como telón de fondo, se buscan alternativas más sostenibles, como ocurre en EE.UU., donde algunas empresas de minería apuestan por la energía nuclear. Se quedan con el excedente producido por los reactores y, de esa forma, las plantas con problemas financieros pueden mejorar su situación.
Asimismo, algunos mineros se unieron con empresarios petroleros para beneficiarse del gas natural que era quemado al aire libre. De esta manera, lo utilizan para generar electricidad y seguir creando nuevos bloques de la moneda virtual.
Por otra parte, El Salvador, el primer país del mundo en reconocer al bitcóin como moneda de curso legal, ha comenzado a utilizar energía geotérmica de volcán en el proceso de minado. Si bien estas técnicas son innovadoras, solo representan una ínfima porción de una industria, que no para de expandirse.
El gran golpe lo sufre el sector eléctrico y, consecuentemente, los sectores más postergados. En el caso de la nación centroamericana, un estudio advierte que no se dan las condiciones para el desarrollo de la minería, que podría traer consigo escasez y un aumento en el precio de la energía.
Ante este panorama, surge un interrogante: ¿podrán estas prácticas ayudar a las economías más vulnerables o, por el contrario, las terminarán hundiendo?