El triunfo de José Antonio Kast en la primera vuelta de las presidenciales chilenas ha sorprendido al mundo, especialmente después del estallido social de 2019. Analizar su emergencia, como actor ubicado "a la derecha de la derecha", implica entenderlo como una reacción política de las élites económicas contra el auge de la izquierda y la inefectividad de las fórmulas de la derecha liberal para detenerlo.
Esto no es solo un tema chileno, habría que relacionarlo con experiencias tanto de la región como del mundo. En Italia y España, la extrema derecha sigue su desarrollo en ascenso. En Argentina, la reciente aparición de Javier Milei en las elecciones legislativas, un "ultraliberal" que tiene como objetivo acabar con las "castas políticas", aunque sea una minoría muy acotada, nos da claves importantes de esta emergencia.
En la medida que entran en crisis, los Gobiernos progresistas son incapaces de entender los nuevos clivajes y se debilitan electoralmente. Nuevas derechas, más o menos populistas, se van robando sectores –a veces populares otras emergentes, juveniles o conservadores– que se sienten defraudados por la izquierda pero no quieren volver al cauce institucional-liberal en el que los cambios sociales lucen muy lentos, por no decir imposibles. La sociedad está inconforme y quiere cambio, si no lo consigue por la izquierda, lo busca por la derecha.
Por su parte, la izquierda latinoamericana luce impotente para comprender las clases en ascenso, los nuevos códigos y las redes simbólicas en crecimiento que han dado un rostro propio a la condición virtual que arropa la política: la libertad y la rebelión se vuelven de derecha.
Así, el conservadurismo con altísimos niveles de clasismo y racismo, por su violencia simbólica y real, por el crudo ideologicismo que trae, se convierte en un peligro para la propia sociedad, y una muestra de ello es el caso de Bolsonaro.
¿Cómo surge esta nueva derecha?
Los primeros quince años del siglo fueron de auge para los movimientos progresistas y de izquierdas en América Latina, ya no en forma de protestas y movilizaciones, como había sucedido en los noventas, sino por medio de la toma del poder político.
El populismo permitía entenderlas como movimientos que procedían de lo popular, y no tanto de las izquierdas intelectuales o institucionalizadas.
En la medida que se hacían fuertes y demostraban poder para ganar elecciones y mantener estables regímenes políticos democráticos, se iba incubando una ideología de derecha que no podía ascender debido a que no había condiciones para enfrentar a los populismos desde las armas tradicionales que habían dominado las élites: la institucionalidad liberal.
Por ello, los populismos supusieron una crítica radical a las instituciones liberales y basaron su discurso contra las élites, donde incluyen tanto a los poderes políticos de izquierda como de derecha.
En este marco, las derechas tradicionales se iban hundiendo en la medida en que los populismos tomaban el control político. Así, para defender sus privilegios típicos de la región, provenientes del mundo colonial, las élites económicas tuvieron que quitarse la corbata, deshacerse un poco del corsé liberal, ponerse un traje de campaña e ir a pelear con la izquierda en su propio terreno: en los sectores populares y contra la institucionalidad liberal que no era leída por estos como la estructura burguesa, sino como el imperio del Estado "benefactor y corrupto".
Es aquí donde surge Bolsonaro, un militar, políticamente incorrecto, que logró un discurso tan efectivo que colocó a los progresistas brasileños en el mismo saco de las élites políticas. Pero no fue el único.
La derecha ahora se presenta bajo un envoltorio de rebeldía. Ya no es senil ni gana por sus apellidos y la compra de partidos y medios, sino que es interpeladora, profundamente moralista pero a la vez incorrecta en su sinceridad sobre las cosas que quiere destruir.
Ya en el gran laboratorio de comienzos de siglo, en Venezuela, una derecha joven y radical, en torno a los partidos Primero Justicia y Voluntad Popular, había movilizado a las clases medias contra el gobierno del expresidente Hugo Chávez en la medida que desplazaba a la élite política adecocopeyana.
Después de una larga sequía de la derecha en la región, llegó a mediados de la segunda década una ola conservadora, iniciada por el ahora expresidente Mauricio Macri, que fue apoderándose de sectores populares y del cansancio que irrumpía en el peronismo.
Mientras tanto, populistas de derecha como Uribe se fueron radicalizando aún más en contra de la derecha del expresidente Santos, a quien consideró "entreguista".
En Bolivia, en 2019, la derecha de Camacho también se quitó la corbata y se lanzó a las calles a llevar a cabo una lucha simbólica basada en el disturbio y el linchamiento al adversario y llegó casi sin problemas al Palacio de Gobierno.
Estas derechas suelen tener su momento de gloria y una rápida caída. Y podríamos pensar que son pasajeras: Macri perdió rápidamente, Camacho también en las presidenciales, Bolsonaro se debilita, Kast muy probablemente pierda.
Sin embargo, los problemas que tiene la dirigencia regional progresista para gobernar y llevar cambios, así sean mínimos, son más gruesos que los que puede resolver. Y se van acumulando para luego presentarse en las urnas. Se da la posibilidad de que tarde o temprano reaparezcan la derecha de una forma u otra.
La derecha, que era sinónimo de parquedad y estabilidad, ahora se presenta bajo un envoltorio de rebeldía. Es una derecha que ya no es senil ni gana por sus apellidos y la compra de partidos y medios, sino que es una derecha interpeladora, profundamente moralista pero a la vez incorrecta en su sinceridad sobre las cosas que quiere destruir, incluyendo la migración, la izquierda, el Estado, etc.
Para ello ha recuperado el discurso tradicional anticomunista. Cuando ni las fórmulas más radicales del populismo de izquierda lo recuperan, la nueva derecha recrea su fantasma y lo pone ella misma a recorrer el mundo.
¿Moverse al centro? El dilema de la izquierda
Ante esta irrupción, las izquierdas no han respondido sacándose la corbata, sino que más bien se han contentado con apoltronarse en el centro político que les permite la gobernabilidad mínima.
Es allí donde las nuevas experiencias progresistas no pueden fallar: en entender las situaciones emergentes sin olvidar la necesidad de transformación profunda que sigue pidiendo la gente. Cuando eso no ocurre, vuelve a emerger el fenómeno del derechismo, cada vez de forma más agresiva.
En 2018, Bolsonaro se quedó con las grandes mayorías que eran leales al expresidente Lula da Silva y hoy hay una lucha en ese sector para competir en las presidenciales del año que viene. No hablamos que la refriega se dé en las clases medias o en ascenso, como se pensaba durante la ola progresista. En Brasil la pelea por el voto está en las clases populares que fueron entusiasmadas por el discurso incorrecto del exmilitar, quien logró vincular a Lula, ese viejo líder popular, como parte esencial de las cúpulas. Hoy Lula debe asociarse con el 'establishment' brasileño, sus antiguos enemigos, para poder derrotar a Bolsonaro, lo que puede hacer que su discurso termine siendo más edulcorado y menos interpelativo que en sus años de gloria política.
Algo similar podría estar ocurriendo en Chile y la recta final de la campaña presidencial. La izquierda, por medio de su candidato Gabriel Boric, lógicamente se desplaza hacia el centro para ganar espacio en la confrontación a la extrema derecha, y ese movimiento lo hace atemperar la radicalidad que vivió Chile en el 2019. El éxito electoral lo consigue con los votos y sectores del centro que lo van convirtiendo en un político tradicional, correcto, que va perdiendo plataforma para la interpelación.
Es allí donde las nuevas experiencias progresistas no pueden fallar: en entender las nuevas situaciones emergentes sin olvidar la necesidad de transformación profunda que sigue pidiendo la gente, porque cuando eso no ocurre, vuelve a emerger el fenómeno del derechismo, cada vez de forma más agresiva.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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