Gabriel Boric y José Antonio Kast son los candidatos sorpresa.
Hace solo seis meses, ninguno de los dos aparecía como favorito para las presidenciales en Chile. Pero, contra todos los pronósticos, sus inesperadas y exitosas campañas lograron posicionarlos como los principales aspirantes a suceder a Sebastián Piñera, el mandatario que terminará su Gobierno en marzo próximo sumido en una crisis de popularidad.
Boric y Kast se enfrentarán el próximo 19 de diciembre en la segunda vuelta de unos comicios rodeados de incertidumbre, pero también de una polarización inédita desde que el país recuperó la democracia en 1990, ya que a partir de ese momento se alternaron en el poder fuerzas de centroizquierda y centroderecha.
Ahora, en cambio, Boric representa a una izquierda que muchos temen se radicalice si llega a La Moneda; y Kast, a una ultraderecha que defiende sin rubores a la dictadura de Augusto Pinochet y que tiene en el brasileño Jair Bolsonaro su modelo a seguir.
A sabiendas de que sus postulaciones generan dudas en los sectores de la sociedad que definirán la elección, los dos candidatos moderaron sus discursos y plataformas después de la primera vuelta del pasado 21 de noviembre.
Boric, quien encabeza las encuestas, dejó de hablar de "luchas sociales" y retomó preocupaciones básicas de la derecha, comenzó a hablar más de seguridad y a condenar la violencia de las protestas, en particular las realizadas en la siempre álgida Araucanía.
Kast, acosado por las críticas feministas, dio marcha atrás con sus propuestas de eliminar el Ministerio de la Mujer y el derecho al aborto que en Chile está permitido por tres causales. También eliminó su propuesta de romper relaciones con Cuba y Venezuela, abandonar el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas y crear una Coordinación Internacional Anti Radicales de Izquierda para perseguir a opositores en América Latina.
Dudas
Kast ganó la primera vuelta con el 27,9 % de los votos frente al 25,8 % alcanzado por Boric, y aunque en las semanas posteriores el izquierdista comenzó a liderar la mayoría de las encuestas, todavía no se puede garantizar ningún resultado.
Uno de los principales retos del nuevo presidente será la gobernabilidad, ya que ambos lideran a partidos nuevos que lograron una mínima representación en el Congreso.
Quien gane gobernará un país que se encuentra en medio de una profunda transformación, con 155 convencionales que están redactando una nueva Constitución que es resultado del estallido social de 2001 que puso en jaque a Piñera y que, en caso de ser aprobada en un plebiscito, será promulgada el próximo año por el nuevo presidente.
Uno de los principales retos del nuevo presidente será la gobernabilidad, ya que ambos lideran a partidos nuevos que lograron una mínima representación en el Congreso en las pasadas elecciones generales de noviembre.
El Partido Republicano de Kast apenas si tiene un senador y 15 diputados, mientras que la coalición que postuló a Boric obtuvo 37 diputados y cuatro senadores. Cualquiera de los dos estará presionado por mayorías parlamentarias críticas u opositoras, o alianzas frágiles.
La complejidad social de Chile es permanente. En mayo, la mayoría de la población votó por figuras progresistas y de izquierda para integrar la Convención Constituyente pero, sólo seis meses después, otra mayoría hizo ganar a un político de ultraderecha la primera vuelta. En el medio, fracasó el intento de legalizar el aborto sin restricciones, pero se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Una nueva generación
La candidatura de Boric es resultado directo de las históricas protestas de 2019 que terminaron con el espejismo que había hecho creer que Chile era un exitoso modelo neoliberal.
A sus 35 años (edad mínima para postularse a presidente), este estudiante de abogacía es un diputado que representa a la nueva generación de líderes que intenta desplazar a la añeja y desprestigiada clase política chilena que, en tres décadas de democracia, solo reforzó la desigualdad.
Boric comenzó a tener visibilidad pública en 2011, cuando ganó la presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Dos años más tarde se convirtió en diputado electo y comenzó a trabajar en la conformación de un Frente Amplio de izquierda que terminó de concretarse en 2017, cuando volvió a postularse y a ganar una segunda diputación.
Desde el Congreso, el joven legislador apoyó las manifestaciones que comenzaron hace dos años para repudiar el aumento del transporte público, pero que rápidamente mutaron a una rebeldía generalizada hacia el sistema político, económico y social chileno, que hasta entonces era considerado un oasis para la derecha latinoamericana.
En ese momento, Boric fue uno de los principales impulsores del fin de la Constitución que todavía rige en el país y que es herencia del régimen de Pinochet.
Su figura empezó a crecer en marzo de este año, al principio de manera desapercibida. Convergencia Social y Revolución Democrática, nuevos partidos que aglutinaron a diferentes fuerzas de izquierda, lo postularon como su candidato presidencial. En los meses siguientes reforzó el tejido de alianzas políticas y en julio terminó participando en las elecciones primarias de Apruebo Dignidad, una amplia coalición de izquierda.
El favorito de la contienda era Daniel Jadue, un político de mayor experiencia, dirigente del Partido Comunista y alcalde de Recoleta (Santiago), pero el día de las internas Boric refutó los vaticinios de todas las encuestas y se alzó con el triunfo. Arrasó con el 60 % de los votos.
Así, sin que nadie lo anticipara, se convirtió en uno de los protagonistas del proceso electoral. Los sondeos lo perfilaron entonces como el ganador de la primera vuelta, pero otra vez la realidad contradijo a los estudios de opinión y el 21 de noviembre Boric terminó desplazado al segundo lugar después de Kast, lo que sumió a los movimientos de izquierda en un clima de azoro y preocupación.
Ya con miras a la segunda vuelta, Boric obtuvo el respaldo del expresidente Ricardo Lagos y de la expresidenta Michelle Bachelet.
También buscó y obtuvo el respaldo de Marco Enríquez-Ominami y Yasna Provoste, quienes habían encabezado otras dos candidaturas de la izquierda y centroizquierda en noviembre.
La derecha rebelde
Kast es un abogado de 55 años que, al igual que Boric, en esta elección desafió a la clase política tradicional chilena, pero desde el otro extremo ideológico.
Hace cuatro años, este diputado se postuló por primera vez a la presidencia con un programa que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones: proponía liberar a los represores condenados por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el pinochetismo, eliminar el ministerio de la Mujer y el derecho al aborto por tres causales (violación, peligro de vida de la mujer e inviabilidad del feto), reforzar la educación religiosa, impedir la educación sexual integral, frenar la inmigración y fortalecer la represión policial contra la protesta social.
Firme defensor de la dictadura, Kast siempre militó en la conservadora Unión Demócrata Independiente, con la que rompió en 2017 para crear el Partido Republicano con el que se postuló como candidato presidencial. Quedó en cuarto lugar al obtener el 8 % de los votos y se convirtió en una de las voces críticas contra Piñera.
En julio de este año, mientras los dos grandes bloques de izquierda y derecha realizaban las elecciones primarias de sus abanderados presidenciales, Kast anunció que se postularía de forma independiente.
Hasta ese momento, parecía un candidato marginal, ya que se preveía que la derecha se abroquelaría alrededor de la figura de Sebastián Sichel, el candidato de la coalición conservadora Chile Vamos que había ganado la interna y que contaba con el apoyo del Gobierno de Piñera.
Desde el inicio de la campaña, Sichel comenzó a acumular descalabros mientras que Kast ganaba adeptos con un discurso radicalizado basado, sobre todo, en la promesa de orden en un país que ya arrastra dos años de intermitentes protestas sociales ensombrecidas por actos vandálicos y violencia institucional.
Las crecientes simpatías hacia Kast se confirmaron con su inesperado triunfo en la primera vuelta, pero a partir de ese momento el panorama se le empezó a complicar con múltiples controversias, debido en gran parte a su defensa y confesa admiración hacia Pinochet y a otros líderes actuales de la ultraderecha, principalmente el brasileño Jair Bolsonaro.
Con las encuestas mostrando una caída en las preferencias electorales, Kast no tuvo más remedio que tratar de moderar su discurso. El caso más extremo fue cuando pidió perdón por haber propuesto eliminar el derecho al aborto y el Ministerio de la Mujer.
Pero por más que intenta suavizar su imagen, sus convicciones reaparecen. En uno de los últimos debates con Boric, Kast provocó una polémica al ratificar su propuesta de arrestar a personas en lugares que no sean cárceles. Cuando el conductor le aclaró que ello era similar a lo que hacía la temible Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) durante la dictadura de Pinochet, se limitó a ratificar una idea que a priori es violatoria de la Constitución y de los derechos humanos.
Otra controversia que impactó en esta segunda etapa de la campaña fue la aparición de documentos que confirman que su padre, Michael Kast, nacido en Alemania, estaba afiliado al partido Nazi, lo que el candidato había negado.
El próximo domingo, unos 15 millones de electores, en una población de 19 millones, están llamado a ejercer su derecho al voto –voluntario desde 2012– para decidir el futuro del país.
Si te ha parecido interesante, compártelo con tus amigos