En las primeras décadas del siglo XX, en las selvas del sur de México los campesinos encontraron en abundancia el barbasco, un tubérculo que cambió la historia global de las hormonas esteroides sintéticas y que marcó el inicio de la fabricación de la píldora anticonceptiva oral.
Entre los campesinos mexicanos que recogían esta dioscorea siempre existieron mitos sobre el uso que podría tener. Algunos aseguraban que era utilizado para la fabricación del jabón Fab. Pero para los trabajadores del campo era muy pronto para saber que esta planta cambiaría el curso de la medicina moderna.
Inicios
A principios del siglo XX, se buscaban extraer sustancias de vegetales o animales para reproducir las hormonas que, hasta ese momento, se hallaban solo fuera del cuerpo humano.
Las compañías farmacéuticas comenzaron a trabajar en el colesterol de la médula espinal del ganado para sintetizar las hormonas sexuales. Para 1929, los científicos aislaron las hormonas sexuales femeninas a partir de la orina de mujeres embarazadas, y para 1931, extrajeron las hormonas masculinas con la orina de los hombres, según explica la historiadora de Harvard, la mexicana Gabriela Soto Laveaga, en su libro 'Laboratorios en la selva: Campesinos mexicanos, proyectos nacionales y la creación de la píldora anticonceptiva'.
Producción de hormonas
Poco después, las hormonas comenzaron a ser utilizadas para los trastornos premenstruales, mientras que para finales de 1920, se anunciaron como remedio para la menopausia, infertilidad y problemas en los órganos genitales. En los primeros años de la década de 1930, los médicos afirmaban que la insuficiencia de progesterona (la hormona sexual que segrega el ovario femenino) podría tener como desenlace los "abortos habituales".
Con esto en mente, el químico estadounidense Russell Marker intentó "replicar las hormonas animales a partir de materiales vegetales", porque deducía que los esteroles que estaban presentes en las liliales (como el lirio o el espárrago) o dioscoreas (yuca, maguey o barbasco) "eran la solución a la escasez en la producción de hormonas", según explica Soto Laveaga en su libro.
Así, el científico puso todos sus esfuerzos en trabajar en el compuesto orgánico conocido como sapogenina, presente en la raíz de la zarzaparrilla. A partir de la separación de la cadena lateral de la sapogenina —en un proceso que después sería conocido como "degradación de Marker"—, el químico llegó a obtener progesterona.
Con este logro, otras hormonas podrían obtenerse a partir del proceso químico de la mencionada raíz. Pero Marker continuó su investigación en EE.UU. y en México con la intención de encontrar otras plantas que tuviesen mayores cantidades de sapogenina. En particular, el químico estadounidense buscaba extraer diosgenina y ahí es cuando se enteró de un gran tubérculo (dioscorea) que crecía en el sur de México.
A su regreso a EE.UU., Marker llevó su ejemplar del tubérculo toreta, cortó la raíz y aisló la diosgenina. Así, el químico logró "sintetizar más progesterona de la que se había sintetizado antes". Después, se acercó a varios laboratorios en busca de financiamiento y finalmente fue aceptado en una nueva compañía mexicana, Syntex, que estaría dedicada a la industrialización y producción de progesterona teniendo como principal materia prima el barbasco.
Primera píldora antinconceptiva
Tras la salida de Marker, el joven científico mexicano Luis Ernesto Miramontes comenzó a hacer investigación en Syntex.
La historiadora Soto Laveaga apunta que Miramontes era "muy bueno para encontrar soluciones". "Es decir, le podían dar una sustancia y le decían: '¿qué es lo qué se encuentra aquí o cómo podemos derivar equis de esta sustancia?'", explica la académica de Harvard en entrevista con RT.
Con esta particularidad, a Miramontes se le encargó una complicada misión: encontrar la manera de parar los abortos naturales que sufrían muchas mujeres. A sus 26 años, Miramontes logró sintetizar la noretindrona, que terminó por convertirse en el ingrediente activo (antiovulatorio) de la primer píldora anticonceptiva oral.
De acuerdo con Soto Laveaga, el descubrimiento de Miramontes impulsó "a la compañía Syntex realmente a un nivel estratosférico en cuestión de ganancias, de lucro, de conocimiento". Además, convirtió a México durante varias décadas en un importante "centro de conocimiento de hormonas esteroides".
"Venían de todo el mundo a hacer Congresos, simposios, para aprender, porque aquí es donde estaba el barbasco. Si tienes la materia, el recurso, puedes hacer un sinfín de experimentos, y es por eso que Syntex lograba hacer tantos", explica la académica a este medio.
Hacia finales de la década de 1950, México producía casi 90 % de las hormonas esteroides del mundo y monopolizó esta producción hasta 1960.
Buena parte del éxito de México radicaba en el conocimiento práctico de cerca de 100.000 campesinos mexicanos que recolectaban el barbasco. Por su parte, las compañías farmacéuticas transnacionales también se aprovecharon de la económica mano de obra del país latinoamericano.
Control de la industria
El Gobierno mexicano intentó "controlar la industria del barbasco", explica Soto Laveaga. Por ello, anunció la creación de la Comisión de Estudios sobre la Ecología de las Dioscoreas, un organismo que sería financiado por las compañías transnacionales.
"Hubo una generación de biólogos, botánicos y químicos que se entrenaron utilizando el dinero que se salía del barbasco. Pagaban las compañías farmacéuticas una cuota al Gobierno mexicano y de este dinero había investigación", cuenta Soto Laveaga.
En el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976) se anunció la creación de Proquivemex, que tendría como principal encargo fabricar hormonas esteroides nacionales y producir medicamentos de patente con la misión de otorgar independencia farmacéutica a México.
Pero cuando Echeverría intentó proteger el barbasco y la producción masiva de hormonas esteroides, ya era muy tarde.
"Las grandes industrias farmacéuticas europeas y de EE.UU. ya han encontrado otros sintéticos, no dependen del barbasco, pero lo siguen usando porque es muy barata la mano de obra mexicana", apunta la historiadora de Harvard.
Aunque las miradas usualmente se centran en algunos científicos o laboratorios, Soto Laveaga reflexiona que, sin los campesinos mexicanos, posiblemente no hubiese existido el auge por el barbasco y el posterior desarrollo de una industria de hormonas esteroides.
"Sin campesinos, no hubiera habido este auge. (Creo) 100 % que sin los campesinos, la píldora antinconceptiva, la cortisona, se hubieran descubierto, pero hubiera sido mucho después", concluye la historiadora.
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