El Ejército de Liberación Nacional (ELN), una organización guerrillera colombiana fundada en 1964, ha convocado un paro armado nacional de 72 horas que tiene como fecha de inicio este 23 de febrero. La acción se ubica en una línea de tiempo en la que hay inminentes elecciones parlamentarias y presidenciales en poco tiempo.
Las convulsiones sociales de los últimos dos años, la derrota electoral del uribismo en las regionales de 2019 y el paso en falso que significó el retiro de la reforma tributaria, en mayo de 2021, son síntomas que evidencian un cambio de panorama político que tratará de concretarse durante las próximas semanas.
Pero ¿por qué establecer un paro armado ante este escenario de cambio democrático?
Colombia en la actualidad
El panorama colombiano desde hace largos meses está dando muestras de un inminente cambio político y una cascada de acontecimientos está por ocurrir.
Según todas las encuestas, el candidato izquierdista Gustavo Petro se perfila como ganador, tanto en la primera vuelta, que se celebrará el 29 de mayo, como en el balotaje, que de ser necesario se hará el 19 de junio.
Además, el 13 de marzo se realizarán las parlamentarias para escoger 108 curules en el Senado y 188 en la Cámara de Representantes.
Si el triunfo de Petro tiene elevadas probabilidades de concretarse, más probable resulta que el uribismo, ese movimiento populista de derecha que ha hegemonizado la política colombiana de los últimos veinte años, sufra un revés que debilite sus soportes y lo convierta en minoría franca.
No obstante, hay que aclarar que no se vislumbra una pronta extinción del uribismo, que tiene un fuerte arraigo popular en un país con impronta conservadora. Por el contrario, este movimiento puede reemerger, especialmente si el recuerdo de la violencia aparece para reinstalar contradicciones propias de un conflicto armado que generen la crispación necesaria para recordar el porqué se convirtió en un movimiento exitoso.
Comenzando el siglo, el uribismo ascendió justamente debido a su discurso contra la lucha guerrillera, pero hoy ese no parece ser un problema central que defina políticamente a los colombianos.
Volver al imaginario bélico, después de tantos años de conflicto armado y derramamiento de sangre, puede mantener vivo al uribismo, mientras que la fórmula electoral progresista está obligada a salirse de la "zona de culpa" a la que tratan de arrastrarla.
Así, se ha venido fraguando un cambio en la tendencia de voto, especialmente en contra del poder político establecido, en el que el uribismo está en el centro de los señalamientos. Ya el principal problema político de los colombianos ha dejado de ser la violencia de determinados grupos guerrilleros, mientras emerge una irrupción popular contra el gobierno uribista que se manifiesta de muchas formas y en distintos estratos.
Lo imprevisible de la situación se basa en que históricamente estas coyunturas de cambio han sido especialmente traumáticas en Colombia. La situación social, las protestas, las masacres a líderes sociales y el auge de nuevos –y no tan nuevos– aparatos criminales hacen pensar que los magnos eventos políticos por venir emergerán en un terreno altamente inflamable.
¿Qué gana el ELN con el paro?
Independientemente de las motivaciones y la lectura que pueda tener la coyuntura electoral para grupos de izquierdas y marxistas de la insurgencia, como el ELN, el llamado a paro armado tiene como objetivo trasladar de nuevo el imaginario político colombiano a un escenario de confrontación ideológica y militar de las décadas pasadas, en las que el uribismo creció y arrasó electoralmente mientras declaraba un país "unido" en contra de la insurgencia armada.
Hoy el ELN es uno de los principales obstáculos que tiene Petro, un exguerrillero, para superar la frustración de las presidenciales de 2017, cuando después de la firma de la paz, el uribismo duro, por medio del actual presidente, Iván Duque, ganó los comicios apelando nuevamente al discurso de la seguridad democrática, entendido como de "mano dura" a la guerrilla.
Bajo este escenario de ataque desde varios flancos, Petro, para poder asegurar su triunfo electoral, aún tiene que ir por los indecisos y por una parte importante del 45 % de votantes que se abstuvieron en las presidenciales de 2017, entre los cuales hay sectores conservadores, moderados y apáticos con la política colombiana.
Volver al imaginario bélico, después de tantos años de conflicto armado y derramamiento de sangre, puede mantener vivo al uribismo, mientras que la fórmula electoral progresista está obligada a salirse de la "zona de culpa" a la que tratan de arrastrarla tanto este como las acciones del ELN.
Por ello, el ministro de defensa, Diego Molano, inmediatamente responde al ELN y denuncia que sus "cabecillas" se esconden en Venezuela. Es decir, la declaratoria de paro le sirve por partida doble al oficialismo. Por un lado, regresa al escenario de la guerra infinita contra la insurgencia de donde siempre ha salido victorioso. Y, a la vez, como toda derecha en el continente en campañas electorales, vincula a Venezuela en la diatriba.
Hay que recordar que el ELN nunca fue la guerrilla más grande ni poderosa. No tiene los medios mínimos necesarios para ensayar la toma del poder político o, al menos, para controlar ingentes territorios, armas y ejército como sí tenía las FARC, con quien el anterior gobierno del expresidente Juan Manuel Santos llegó a acuerdos de paz. Sin embargo, estos nunca se pudieron concretar con el ELN, a pesar de los intentos y del viaje de su comandante 'Gabino' a La Habana para construir intentos de pacificación.
La convocatoria del ELN es públicamente antiuribista, pero sin el uribismo como contendor central, pierde la justificación política de una guerrilla armada. Es el escenario bélico lo que les permite su existencia político-militar.
Si bien no tienen mucho poder y capacidad militar, sí pueden generar alarma, recordar los años de la más cruda violencia política y trasvasar el malestar social de nuevo hacia el "voto antiterrorista", que no puede ser representado ni por los liberales –y su discurso suave– ni por la izquierda –acusada también de subversiva–. Es allí donde el uribismo vuelve por sus fueros.
Mientras la izquierda electoral colombiana va a en proceso de moderación para reencontrarse con la Colombia profunda y mayoritaria, el ELN se radicaliza políticamente en la coyuntura para obstaculizar el triunfo de la izquierda electoral que recalcaría el fracaso de la vía violenta.
La convocatoria del ELN es públicamente antiuribista, pero su acción no lleva una racionalidad política en términos de toma de poder, sino una razón de supervivencia. Sin el uribismo como contendor central, pierde la justificación política de una guerrilla armada. Es el escenario bélico lo que les permite su existencia político-militar.
Antes que termine este semestre, Colombia tendrá un nuevo presidente y un nuevo Congreso, es decir, un nuevo rostro. Muy probablemente el uribismo pierda su significativo peso y termine de cerrarse el ciclo de la violencia política en el país. Aunque tratándose de Colombia, cualquier cosa podría pasar.
Ociel Alí López es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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