Los habitantes de la ciudad de Volnovaja, liberada por las milicias de la República Popular de Donetsk, recuerdan con horror los últimos días de la presencia militar ucraniana en el lugar.
La urbe atraviesa una grave crisis ante la falta de ayuda humanitaria que aún no ha llegado. La gente sigue viviendo entre los escombros, sin gas ni luz, muchos incluso aún no tienen la oportunidad para enterrar a sus familiares fallecidos.
Aunque las milicias locales tomaron el control sobre el territorio de Volnovaja, todavía existe peligro. En el camino desde Donetsk a la ciudad se pueden ver pequeñas banderas rojas que indican la ubicación de minas o de proyectiles que cayeron sin detonar.
Las huellas de destrucción son cada vez peores. El Ejército ucraniano se escondía entre las casas y los edificios residenciales, desde donde disparaban, mientras los vecinos recibían los ataques de respuesta.
Una familia, cuya casa estaba junto a una posición del Ejército de Kiev, recuerda el momento de una explosión que provocó la caída de una pared. "Los fragmentos impactaron a mis padres, ellos solo gemían, no retomaban la conciencia. La vecina murió al instante, no daba señales de vida", relata un habitante y recuerda haber quedado debajo de más de 3.000 kilogramos de bloques.
Gran parte de su casa quedó destruida y ni siquiera han conseguido ayuda para retirar los cuerpos de las víctimas que permanecen entre los escombros cubiertos con mantas.
Convivir con el Ejército ucraniano parecía una pesadilla. Mientras los residentes de la ciudad apenas tenían comida, los soldados se burlaban de ellos.
"Mordía una manzana y la lanzaba a nuestro jardín, mordía un salchichón y el resto lo tiraba al suelo", cuenta un ciudadano.
Sin embargo, todo cambió con el avance de la operación militar. Dejaban las armas en el suelo y detonaban los vehículos blindados al no poder llevarlos consigo. No salvaban a nadie, ni siquiera dejaban comida.
"Cuando llegaron las milicias de Donetsk, los ucranianos salieron corriendo como ratas de un barco", comentan.
"¡Aquí vive gente!, ¡niños!", se lee en puertas de los edificios, para dar a entender a los saqueadores que todavía hay residentes y que nadie se ha ido.
La ciudad está pidiendo ayuda a gritos, pero en estas condiciones no se sabe cuándo y desde dónde llegará.