La pelea entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner que sigue "la maldición" de la ruptura entre los presidentes y vicepresidentes de Argentina

En las últimas décadas, la relación entre ambos cargos políticos ha estado marcada por tensiones.

"El presidente se comunicó, sin tener respuesta, con la vicepresidenta". Con esta frase, la portavoz del Gobierno argentino, Gabriela Cerruti, confirmó lo que era un secreto a voces: que el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ya ni siquiera se hablan.

Las diferencias entre ambos fueron evidentes tiempo después de comenzar esta administración, pero volvieron a estallar este mes a partir de la renegociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que dividió por completo al Frente de Todos, la alianza peronista que gobierna el país desde diciembre de 2019.

El kirchnerismo, que es el principal sector de la coalición, rechazó por completo los términos del acuerdo que firmó el presidente y que negoció el ministro de Economía, Martín Guzmán.

Por eso, la discusión en el Congreso fue accidentada y contradictoria, ya que parte de las bancadas oficialistas en la Cámara de Diputados y en el Senado votaron en contra del proyecto presentado por un Gobierno que sí consiguió el apoyo de la mayoría de la oposición.

El 10 de marzo, el acuerdo se discutió y aprobó en el Congreso en medio de protestas en la calle, que culminaron con manifestantes apedreando puertas y ventanas del Palacio Legislativo. Una de las oficinas más afectadas fue la de Fernández de Kirchner, ya que su cargo de vice implica presidir el Senado.

La expresidenta interpretó el hecho como una agresión personal, orquestada específicamente en su contra. Incluso publicó un video editado de manera profesional. Sus seguidores más fieles, incluidos políticos y militantes de a pie, se quejaron públicamente por la falta de reacción, solidaridad y condena del presidente.

Por eso fue que la vocera tuvo que confirmar en conferencia de prensa la versión que ya habían dado fuentes del Gobierno a todos los medios: que el presidente le había escrito un mensaje a la vicepresidenta al que ella ni siquiera respondió. Los puentes entre ambos están rotos.

Disputa de poder

Los rumores de la inconformidad del kirchnerismo con la gestión presidencial y de las divisiones en la alianza peronista fueron permanentes desde el principio. Los trascendidos con las críticas internas abundaban. Y los terminó de validar la propia vicepresidenta a fines de octubre de 2020, casi un año después de la asunción de Fernández.

"Más allá de funcionarios o funcionarias que no funcionan y más allá de aciertos o desaciertos...", dijo en una carta que impuso el género epistolar en la política argentina y en la que cuestionó abiertamente el desempeño de parte del gabinete.

La tensión en el Frente de Todos siguió latente, pero detonó por completo el año pasado, luego de las elecciones internas de candidaturas legislativas que se realizaron en septiembre y en las que el peronismo sufrió los peores resultados electorales de su historia. La derrota se repitió en las elecciones intermedias de octubre.

En ese momento, Fernández de Kirchner exigió cambios en el gabinete a los que el presidente se negó. En respuesta, los funcionarios kirchneristas pusieron sus puestos "a disposición". La crisis política fue total, con reclamos, críticas, denuncias e intercambio de acusaciones en la alianza peronista. La incertidumbre se profundizó de tal manera que se dudaba del rumbo inmediato del Gobierno.

Con el país en vilo, se difundieron audios de la diputada cristinista Fernanda Vallejos, quien no escatimaba insultos al presidente: "El enfermo de Alberto Fernández es un okupa, quiere conservar a su núcleo de inútiles, no tiene votos, no tiene legitimidad, no lo quiere nadie", "no hay conducción política, el jefe de Gabinete es un payaso", "este Gobierno ya fue, fracasó", "la dueña de los votos es Cristina", "no hay ningún tipo de previsión ni planificación", "el tipo [Fernández] esta atornillado y tiene atornillados a todos los inútiles que tiene en el gabinete", "los resultados [del manejo de la pandemia] también son pésimos".

Las descalificaciones representaban el pensamiento kirchnerista hacia un presidente que asumió con una debilidad fundacional, ya que fue la propia Fernández de Kirchner quien lo ungió en 2019 como candidato de manera sorpresiva, cuando se especulaba que sería ella quien encabezaría su tercera postulación presidencial.

Entones se pensó que era una "jugada maestra". Hoy, los kirchneristas ya no están tan seguros.

La crisis se resolvió temporalmente con cambios en el gabinete, pero recrudeció ahora con el acuerdo con el FMI que se tradujo en la renuncia de Máximo Kirchner como presidente de la bancada oficialista en la Cámara de Diputados.

La distancia se ahondó. Así lo reflejaron diputados y senadores kirchneristas en documentos en las que adviertieron que las políticas impulsadas por el presidente no coinciden con el modelo de justicia social que debería defender siempre el peronismo.

Sin reconciliación

La pelea entre el presidente y la vicepresidenta es tan evidente que cada vez la reconocen más los propios funcionarios, y ya no en trascendidos anónimos en los medios.

El canciller Santiago Cafiero, por ejemplo, publicó el domingo una columna en el portal El cohete a la luna en la que asumió las divisiones que afectan a la coalición.

"Ignorar que el Frente de Todos hoy atraviesa un momento político crítico sería necio. Claro está, hubiese sido mucho mejor que nuestro espacio político votara unido. Sin embargo, estas diferencias en el seno de nuestra coalición bajo ningún aspecto deben transformarse en una ruptura del espacio político", convocó en medio del alejamiento

El quiebre de la coalición, advirtió, "también implicaría un divorcio muy grande" del peronismo con la realidad que vive el país. "Hoy es necesario que, con la misma inteligencia, inventiva y decisión política que tuvieron quienes nos conducen a la hora de constituir en 2019 este espacio político, toda nuestra dirigencia busque los mecanismos para retomar el diálogo y la iniciativa para superar esta crisis y reordenar el Frente de Todos", sostuvo Cafiero.

En el mismo sentido se pronunció este lunes el ministro de Defensa, Agustín Rossi, quien insistió en que "es importante que Alberto y Cristina restablezcan el diálogo". En esa línea, agregó: "La coalición tiene que mirar hacia adelante y hacia abajo porque el compromiso electoral que asumimos no fue cumplido todavía".

Por ahora no hay señales de que ese acercamiento vaya a producirse. Mientras las redes sociales se colman de tendencias como "divorcio" en referencia a la dupla política, Fernández de Kirchner se mantiene en silencio, el presidente intenta mostrar gestión y se acrecientan nuevos rumores de cambios de gabinete.

El tema es tan central, que hasta el expresidente Mauricio Macri aprovechó para pronunciarse, en un mensaje en el que no reconoció los efectos negativos que tuvo para el país el préstamo de más de 45.000 millones de dólares que él mismo le solicitó al FMI. 

"La votación [por el acuerdo con el FMI] también dejó al descubierto todas las fracturas que existen en la presidencia. De manera insólita el gobierno encontró a su peor enemigo dentro del propio oficialismo. Esta lucha interna exhibe delante de todos los argentinos lo que siempre supimos, la pareja presidencial solo está unida por la mutua necesidad de alcanzar y mantener el poder, no por un proyecto, ni ideas, ni visiones. No hay ni plan ni lealtad, y mucho menos responsabilidad para gobernar", denunció.

El expresidente se equivocó en el adjetivo de "insólito", porque si algo ha marcado la relación presidente-vicepresidente en las últimas décadas ha sido, precisamente, la ruptura.

Pleitos

Eduardo Duhalde asumió en 1989 como vicepresidente de Carlos Menem, pero dos años más tarde dejó el cargo para postularse como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Así, la vicepresidencia quedó acéfala y el distanciamiento político entre ambos líderes se intensificó.

Uno de los factores cruciales fue la intención de Menem de reelegirse en 1999, justo cuando Duhalde considerada que era su oportunidad. De hecho, el entonces presidente obstaculizó de todas las formas posibles la campaña de su expresidente, quien ese año terminó perdiendo las elecciones frente a Fernando de la Rúa.

Cuatro años más tarde llegó el momento de la venganza, ya que en 2003 Duhalde, quien era presidente interino después de la crisis política de diciembre de 2001, impulsó la candidatura presidencial de Néstor Kirchner, el dirigente que le terminó ganando a Menem.

Otra pelea fue la de De la Rúa y Carlos Álvarez, su vicepresidente que renunció al puesto solo 10 meses después de haber asumido, y que al mismo tiempo denunció hechos de corrupción del Gobierno del que formaba parte.

La salida de Álvarez selló la debacle de De la Rúa, que jamás pudo recuperarse. En diciembre de 2001, renunció de manera anticipada a la presidencia en medio de una de las crisis sociales, políticas y económicas más graves de la historia argentina.

Kirchner, por su parte, tuvo en Daniel Scioli a un vicepresidente del que se alejó desde el inicio del gobierno (2003). Las críticas públicas a determinadas políticas de Gobierno, su relación con medios y empresarios opositores le valieron a Scioli un "congelamiento" político, por lo que siguió en el cargo más como una mera figura decorativa.

Pero la política suele dar revancha. En 2015, con Kirchner ya fallecido, su viuda y sucesora, Cristina Fernández de Kirchner, se resignó a que Scioli fuera el candidato presidencial del oficialismo, aunque terminó perdiendo frente a Mauricio Macri.

Fernández de Kirchner tuvo sus propios y graves conflictos. A poco de asumir, enfrentó su primera crisis política al aumentar impuestos de exportación a productores agropecuarios. Su vicepresidente, Julio Cobos, terminó votando en contra del Gobierno en una sesión definitiva en el Senado.

"Mi voto es no positivo", dijo en una frase que lo convirtió en héroe temporal de la oposición. La relación jamás se recompuso y Cobos siguió ejerciendo un papel institucional mínimo, ya que ni siquiera lo invitaban a los actos oficiales.