RT ayuda a una residente de Mariúpol a ver a su hija, que vive en Colombia, con quien había pedido el contacto
Los ciudadanos de las localidades liberadas por las fuerzas rusas todavía sufren las consecuencias devastadoras de la presencia del Ejército de Ucrania. Su día a día radica en poder sobrevivir entre los escombros, sin acceso permanente al agua, comida y electricidad.
Una de las cosas más difíciles para algunas de estas personas es no poder contactar con sus familiares para decirles que siguen vivas. En Mariúpol (República Popular de Donetsk), además de la falta de servicios básicos, tampoco hay señal telefónica, lo que dificulta el reencuentro entre seres queridos.
Es el caso de Irina, quien a principios de abril envió un mensaje a través de las cámaras de un equipo de RT para que su hija, que vive en Colombia, supiera que está viva. Los reporteros de esta casa consiguieron contactar con la hija, y ahora ella le respondió grabando un videomensaje para su madre.
La destrucción en Mariúpol
Mientras tanto, Irina, como los demás residentes de Mariúpol, intenta sobrevivir en medio de la destrucción. La mujer relata que tiene que arreglárselas para extraer agua de un pozo y conseguir leña, al tiempo que agradece la ayuda humanitaria, que le facilita en parte las cosas. Además, ella y sus vecinos han tenido que improvisar una cocina comunitaria en el descanso de la escalera del edificio donde viven.
Las fachadas de muchos edificios sufrieron daños debido a los feroces combates, mientras que otros quedaron destruidos. Durante cinco semanas, numerosas personas se refugiaron en sótanos mientras en la superficie se libraban las batallas.
"Nosotros no estuvimos en el sótano, permanecimos en nuestro apartamento. Con los cristales de las ventanas rotos, pero en nuestra vivienda, porque mi padre no puede caminar. Durante todos los bombardeos permanecimos a su lado, porque no podía abandonarlo", cuenta Irina, quien anhela que les proporcionen ventanas nuevas o vidrios de reemplazo que les ayuden a protegerse del frío.
"Mi padre lleva ya un mes y medio durmiendo en un abrigo y debajo de tres mantas. Tiene 90 años y no merece este tipo de vejez", lamenta.