La llegada del presidente Gustavo Petro a la silla presidencial colombiana ha supuesto un cambio rápido de la posición sobre Venezuela y su gobierno.
La anterior gestión del expresidente Iván Duque fue la punta de lanza de la ofensiva de la derecha regional y mundial contra Venezuela, y culminó sin un ápice de reflexión sobre su errónea política, que no produjo el resultado esperado.
El triunfo del izquierdista Petro suponía cambios en torno al tema Venezuela, pero se esperaba que fueran mucho más lentos y parsimoniosos debido a su carácter moderado, en un país, además, donde la derecha tiene un enorme poder y ha sido la aliada incondicional de Washington para los asuntos latinoamericanos.
Sin embargo, en los pocos días que lleva su gobierno, cuya posesión ocurrió el 7 de agosto, se han dado pasos importantes y neurálgicos para la normalización de las relaciones entre ambos países.
La agenda binacional se ha activado y aunque ha sido pragmática, precisa ya un cambio radical en la posición política sobre Venezuela.
Parecía obvio que el cambio sobre la temática venezolana se iba a producir de manera inexorable y que el actual esquema no favorecía a los colombianos. Durante la campaña, los principales candidatos relajaron el tono del discurso político de lo que había sido durante varios años un anatema. Los que sobrevivieron al balotaje tenían como punto común la apertura de la frontera y el restablecimiento de relaciones.
Pero, insistimos, no se esperaba que fuera tan rápido el giro. Aún no había sido investido cuando Petro envió a su canciller, Álvaro Leyva, a reunirse con su homólogo venezolano, Carlos Farías, y con el gobernador del estado fronterizo de Táchira, Freddy Bernal.
Apenas, en la primera semana de su gestión, ambos gobiernos nombraron sendos embajadores. Los personajes dan idea de la potente relación que se viene: Armando Benedetti es un hombre clave en la articulación política que produjo el triunfo político a Petro, mientras que por Venezuela el representante en Bogotá será el excanciller Félix Plasencia.
Las relaciones diplomáticas están rotas desde 2019, año en el que Duque reconoció al "gobierno interino" de Juan Guaidó y prestó su territorio fronterizo para acciones que buscaban ingresar por la fuerza una supuesta "ayuda humanitaria" a Venezuela, que terminó siendo quemada por las mismas personas que intentaron hacerla entrar al país de forma forzada, según se confirmó después.
La ruptura de relaciones afectó de manera determinante el intercambio comercial, lo que implicó pérdidas económicas valiosas para empresas que durante muchos años habían establecido relaciones y, sobre todo, para el pueblo fronterizo de ambos países.
La agenda binacional se ha activado y aunque ha sido pragmática, precisa ya un cambio radical en la posición política sobre Venezuela.
Así que era de esperarse un cambio en esta situación, especialmente cuando el ganador de los comicios es un izquierdista que ha tenido históricas relaciones con el chavismo.
Sin embargo, están aún muy presentes las actitudes tímidas que han tenido los gobiernos progresistas de la región, como es el caso de Alberto Fernández en Argentina y de Gabriel Boric en Chile, quienes no terminan de desactivar el pliego conflictivo con Venezuela que instauraron sus antecesores de derecha. Por eso, el avance hacia la normalización es lento.
Pero Petro no se acopló a esa parsimonia. Y apenas llegó a la Casa de Nariño, movió piezas en torno a los nudos más críticos.
Con el nombramiento de los embajadores quedaba en la mira el principal tema, político y económico, que ha concentrado la atención sobre las relaciones binacionales: el caso Monómeros.
Petro quiere devolver Monómeros
Monómeros es una empresa agroquímica cuya mayoría accionaria pertenece a Venezuela y que comercia fertilizantes en Colombia, cuya fortaleza se sostiene en la importación barata de urea.
Durante su campaña, Petro denunció que dicha empresa, que había sido intervenida por el gobierno de Duque, se le había entregado a Guaidó y que la junta directiva nombrada por éste, la había quebrado.
A dos días de su investidura, Supersociedades, la superintendencia del Estado colombiano para vigilar las grandes empresas, dio un paso importante exonerando del grado de supervisión de control a Monómeros, lo que va eliminando obstáculos para su devolución al Estado venezolano.
Ya Petro ha dicho que esta ruta de devolución a sus legítimos dueños permitiría ayudar en la misión de bajar el precio de los fertilizantes para la agroindustria colombiana, debido a que la urea venezolana resulta mucho más económica que la que actualmente importan.
Esta postura, aunque pragmática, representa un giro no solo al tema venezolano, sino también en el plano geopolítico, puesto que es un desconocimiento efectivo de las líneas que emanan desde Washington, y especialmente de su departamento del Tesoro, que por medio de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC) ha tutelado a Monómeros, entregando licencias para operar en mercados internacionales a la junta directiva nombrada por Guaidó.
Por su parte, el Estado venezolano nombró a una nueva junta directiva de la empresa. Es decir, ambos gobiernos mueven fichas para restablecer las relaciones comerciales y políticas, más allá de los gestos diplomáticos.
El solo reconocimiento al presidente venezolano, Nicolás Maduro, además del proceso de devolución que se inicia de Monómeros, supone un deslinde evidente de la línea política de EE.UU. y una afrenta a sus sanciones impuestas, ya que el asunto podría acarrearle problemas con la OFAC a la compañía y a los agentes que comercien con ella.
Si comparamos la situación con 2019 y con la relevancia que tuvo el Grupo de Lima, podríamos entender que la de Petro es una jugada arriesgada, sobre todo por la rapidez de estas acciones y declaraciones, con las que se expone a generar dudas en todo occidente y América Latina sobre la radicalidad de su propuesta política y su posible alianza ideológica con el chavismo.
Con ella, recuerda a todos su pasado exguerrillero de izquierdas radical y se perfila, aunque sea con fines pragmáticos, como un potencial aliado geopolítico de Venezuela, lo que puede preocupar a Washington sobre los cambios que ocurren en Colombia, su histórica cabeza de playa.
Ociel Alí López es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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