El personaje de un sicario que distraídamente hace malabares con tres cabezas humanas, al contrario de lo que podría esperarse, hace carcajear al público en una sala de teatro.
Esta escena, que se vale de un humor incómodo para hablar de la violencia en México, forma parte de la obra teatral 'El corrido del rey Lear', ovacionada en su presentación en Venezuela.
Esta pieza –llevada a las tablas por las compañías mexicanas Puño de Tierra y Próspero Teatro, bajo la dirección del dramaturgo y actor Fernando Bonilla– abrió el Festival de Teatro Progresista, que culminó en Venezuela la semana pasada.
El director mexicano, entrevistado por RT, dijo que es la primera vez que esta obra, estrenada en 2022, sale de su país. Confiesa que lo sorprendió la receptividad y expresividad del público venezolano. "Es muy cálido y nos sentimos muy apapachados".
Y es que el tema de la violencia no es exclusivo de México, pues los países de la región han sentido su peso por distintas causas, lo que hace que el espectador latinoamericano pueda estar en contexto, a pesar de que esboce una amarga sonrisa cuando se abordan esos temas.
¿De qué se trata la obra?
A través de 'El corrido del rey Lear' el público se adentra de una manera humorística en la tragedia de la violencia del narco, a través de una historia del dramaturgo inglés William Shakespeare.
La pieza, que es considerada por su creador como una tragicomedia 'rancheksperiana', comienza con el personaje del primer actor Héctor Balzaretti (Juan Carlos Colombo) que trata de recordar infructuosamente las líneas de su texto del 'Rey Lear', papel en el que debuta tras una prolongada trayectoria en el cine y el teatro.
Además de los baches en su memoria, Balzaretti muestra la peor actitud con sus compañeros y con el director de la obra, que pacientemente aguanta sus caprichos, a pesar del descontento del resto de los actores y la cercanía del estreno.
En este clima de conflicto, que incluso salpica la relación del primer actor con su hija, la historia da un giro cuando Balzaretti es secuestrado por un par de matones que lo llevan a un rancho. Allí debe decidir si acepta una extraña propuesta bajo amenaza de muerte.
De esta forma, el espectador se adentra en la cotidianidad de un grupo de sicarios que trabajan para el crimen organizado. A partir de este punto, los malos del cuento empiezan a mostrar esos matices de humanidad, que no reflejan los noticieros ni las reseñas policiales, y que arrancan las risas más sonoras en el público.
Entre balaceras, relatos de las condiciones de vida de los integrantes de las bandas criminales, cuestionamientos al 'establishment' y aprendizajes sobre las diferencias del otro, transcurre esta parte de la obra que aborda con un humor punzante el reto que implica para un grupo de matones montar una pieza teatral, protagonizada por Balzaretti, a petición del jefe y capo.
El humor y los temas incómodos
Sobre cómo crear una obra de ficción que ofrezca una visión de la espiral de violencia en México, Bonilla dice que siempre lo ha seducido "la idea de hacer humor a partir de situaciones complejas".
"Es una herramienta muy eficaz para hablar de temas que nos incomodan", agrega.
Las emociones en 'El corrido del rey Lear' se cruzan. Tras un tiroteo, uno de los sicarios es baleado y agoniza tratando de recordar los papeles célebres de Balzaretti. Los espectadores estallan en carcajadas mientras observan los estertores de ese personaje que seguramente participó en más de una disolución de sus víctimas en ácido.
Sicarios haciendo Shakespeare
El actor de la película 'Perdidos en la noche' asevera que el humor "sirve para generar cierto tipo de empatía", "para romper barreras" y para dar "una patina de verosimilitud a las cosas".
Explica que las situaciones que construyó "para detonar la comedia partían mucho de ver personajes fuera de su lugar cómodo". Como ejemplo de esto se refiere a Balzaretti, un "actor citadino, de una clase acomodada" que de pronto "se ve secuestrado en un rancho, en un lugar fuera de su entorno".
En las antípodas están sus captores, "hombres entrenados para matar, para desaparecer gente", que arrancan risotadas de los asistentes "tratando de hacer Shakespeare".
"El humor, además de hacernos reír, rompe barreras, humaniza a los personajes y hace que se genere empatía en el público y que pueda ponerse en los zapatos del otro".
No solo buenos y malos
"Hago decididamente teatro político, la mayoría de mis temáticas tienen un enfoque social, pero estoy muy lejos del panfleto o de hacer un teatro que dé respuestas", explica el hijo del reconocido actor y político mexicano Héctor Bonilla.
El interés del director se centra en los temas que lo ponen en dificultades para sentar posición frente a "dilemas cotidianos".
Sobre los matones de su pieza teatral reflexiona que, incluso quienes asesinan y torturan, son seres humanos que no se pueden responsabilizar exclusivamente de la violencia porque es "sistémica y obedece a macroestructuras multifactoriales".
"Es una obra que abona a una perspectiva opuesta a la idea de los buenos y los malos, y a que la guerra contra las drogas desde esa óptica, puede algún día tener éxito".
Una relación compleja con EE.UU.
"México tiene muchísimos problemas particulares: una frontera enorme, muy conflictiva, con el principal centro de consumo de drogas del mundo y con el principal productor de armas".
Para el también actor no se puede concebir el narcotráfico sin la relación compleja que tiene su país con EE.UU.
"Es una obra que se puede entender muy bien en toda América Latina, porque tenemos una historia en común y problemas muy similares: es una región riquísima y multicultural, pero caracterizada por el saqueo del norte global durante siglos y por una desigualdad muy marcada que nos toca revertir", afirma.
En el clímax de esta historia, mientras los personajes blanden armas y se acercan a un inevitable destino marcado por la violencia, suena un corrido mexicano.
Si te ha gustado, ¡compártelo con tus amigos!