Desde la llegada al poder, a través del voto popular, del expresidente socialista chileno Salvador Allende (1970–1973), el Gobierno de EE.UU. asumió un papel fundamental en el proceso que culminó con un violento golpe de Estado contra el mandatario, encabezado por el exdictador Augusto Pinochet (1973-1990) y del cual se cumple medio siglo.
Incluso antes de que Allende asumiera, el 4 de noviembre de 1970, Washington intentó evitar a toda costa un gobierno de izquierda en una región signada por dictaduras conservadoras que, en plena Guerra Fría, persiguieron de forma sangrienta las ideas progresistas o revolucionarias, con el apoyo más o menos explícito del gobierno norteamericano.
La Casa Blanca lo ha negado a través de la historia, pero en los últimos años, la revelación de documentos desclasificados de aquella época dejaron en evidencia que el intervencionismo norteamericano y su Doctrina de Seguridad Nacional, encabezada entonces por el expresidente Richard Nixon, fue clave para poner fin a los 1.000 días de gobierno de Allende.
El médico cirujano y exministro de Salubridad se suicidó el 11 de septiembre de 1973, luego de resistir cinco horas dentro de una Casa de la Moneda que estaba siendo bombardeada por las fuerzas militares que tomaron el poder.
Apoyar un golpe desde las sombras
Nixon ya había encomendado a la CIA crear las condiciones para evitar que Allende fuera nombrado por el Congreso como presidente tras el resultado de la elección del 4 de septiembre de 1970. O, si lo hacía, instigar, de forma encubierta y sin despertar sospechas en el ámbito internacional, un golpe militar para derrocarlo. "No le preocupan los riesgos que involucre", anotaba a mano el director de la CIA, Richard Helms, tras una reunión en la que recibió órdenes del mandatario.
Fue en ese marco que, el 22 de octubre de ese mismo año, caía asesinado el general René Schneider, comandante en jefe del Ejército, por negarse a encabezar un golpe de Estado. De acuerdo a los documentos publicados y analizados por la institución no gubernamental Archivo de Seguridad Nacional (NSA, por su siglas en inglés), la CIA y los niveles más altos de la Casa Blanca de Nixon habían respaldado el ataque a Schneider —con presión, armas y dinero— porque no colaboraba con su intención de evitar la embestidura de Allende.
Pero, aunque ajustada, la victoria en las urnas de la coalición de izquierda Unidad Popular era indiscutida y en las calles se vivió con algarabía. Sin tiempo para mucho, la operación de inteligencia, al menos en su fase uno, se frustró.
Por eso, el plan de Nixon para deponer al gobierno socialista chileno fue pergeñado apenas conocido el resultado electoral. Consistió en una permanente agresión hostil pero solapada, centrada principalmente en acciones económicas que, poco a poco, horadaron la capacidad de gobernar de Allende hasta desestabilizarlo.
En la elaboración y ejecución de ese propósito, emerge una figura fundamental en la lucha de EE.UU. contra el 'avance del comunismo': la de Henry Kissinger.
Fue el propio Kissinger quien intercedió para postergar por 24 horas una reunión oficial del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) pautada para el 5 de noviembre de 1970, un día después de la asunción de Allende. Así lo explica el secretario de Nombramientos Dwight Chapin en uno de los memorandos: "Él (Kissinger) siente que esto es muy importante porque el tema es Chile y Henry dice que es imperativo que el presidente estudie el tema antes de realizar la reunión. Según Henry, Chile podría terminar siendo el peor fracaso de nuestra administración, 'nuestra Cuba' en 1972".
Kissinger quería reunirse durante una hora con Nixon con la idea de dimensionar junto a él el "problema" antes de la cita con el NSC, cuenta Chapin.
El peligro de la influencia socialista en la región
En un reporte que Kissinger presenta al día 5 para que sea evaluado por el presidente, el controvertido funcionario califica a Allende como "un marxista duro y dedicado", profundamente "anti estadounidense" que intentará "establecer un estado socialista y marxista en Chile" y que buscará eliminar la influencia de EE.UU. "en Chile y el continente" para establecer relaciones estrechas con la Unión Soviética, Cuba y "otros países socialistas".
Por eso, le advierte a Nixon: "Su decisión sobre qué hacer puede ser la decisión más histórica y difícil en asuntos exteriores que tendrá que tomar este año, porque lo que pase en Chile en los próximos seis a doce meses tendrá ramificaciones que irán más allá de las relaciones entre EE.UU. y Chile".
Una legitimidad incómoda
Pero el principal problema para EE.UU. tenía que ver con el origen democrático del nuevo gobierno de Chile.
"Allende fue elegido legalmente, el primer gobierno marxista en llegar al poder mediante elecciones libres. Tiene legitimidad a los ojos de los chilenos y de la mayor parte del mundo; no hay nada que podamos hacer para negarle esa legitimidad o afirmar que no la tiene", indica el documento de aquella reunión del 6 de septiembre.
Desde el Ministerio de Defensa, la CIA y algunos sectores del Departamento de Estado recomendaban adoptar una posición agresiva para evitar la consolidación de un gobierno que no escondía su intención de instaurar un socialismo por la vía democrática y pacífica, luego llamada 'vía chilena al socialismo'. La preocupación de la Casa Blanca era que saliera a la luz del mundo que había asumido un rol activo y decidido para intentar sacar a un presidente extranjero que no era de su agrado.
Había que pensar entonces en una estrategia casi imperceptible: "Seremos muy amables y muy correctos, pero haciendo cosas que serán un verdadero mensaje para Allende y otros", indicaba el presidente norteamericano Richard Nixon a sus colaboradores en aquella reunión del día 6 de septiembre de 1970.
Lastimar y derrocar
Ante la disyuntiva, el entonces consejero de Seguridad Nacional bregaba por una estrategia mucho más dura que la que ordenaba Nixon, al igual que el secretario de Defensa, Melvin Laird, quien recomendaba sin reparos "hacer todo lo posible para lastimar y derrocar" a Allende.
En sus casi tres años, el Gobierno de Unidad Popular realizó un proceso de transformación que incluyó la nacionalización de recursos estratégicos como el cobre, la expropiación de industrias para ponerlas en manos del control obrero, la reforma agraria, políticas distribitivas y de mejoras en salud y educación, entre otros cambios radicales en Chile.
Los primeros dos años fueron una suerte de primavera socialista que buena parte del pueblo chileno aún recuerda con nostalgia, pero en muchos casos las decisiones, sobre todo en la nacionalización de la industria minera, afectaron intereses estadounidenses.
Poco a poco, el país fue cayendo en una espiral de crisis económica, agravada por el déficit fiscal, la no renovación de créditos bancarios y un exceso de la emisión monetaria. Sin la posibilidad de recibir ayuda financiera desde el exterior, y con la industria semiparalizada por las demoras en entregas de materiales importados, en diciembre de 1972, ante las Naciones Unidas, Allende denunciaba un "invisible bloqueo financiero y económico".
Mientras tanto, en una sociedad polarizada, Washington mantuvo contactos directos con los partidos de extrema derecha y los militares que preparaban el golpe contra Allende.
Con el magro resultado en las parlamentarias de marzo de 1973, el gobierno socialista recibió un golpe político que lo dejó endeble. Y el 29 de junio de ese mismo año fracasó un intento de golpe conocido como el 'Tanquetazo', una sublevación militar encabezada por el entonces teniente coronel Roberto Souper Onfray, con participación de otros oficiales de las Fuerzas Armadas y de Carabineros.
Archivos secretos que salieron a la luz en mayo pasado sostienen que Kissinger convenció a Nixon para que autorizara una intervención clandestina que permitiera "intensificar los problemas de Allende para que, como mínimo, fracase o se vea obligado a limitar sus objetivos y, como máximo, pueda crear las condiciones en las que el colapso o el derrocamiento puedan ser factibles".
El funcionario aseveró que EE.UU. había creado "las mejores condiciones posibles" para que ocurriera el derrocamiento. Y era cierto. Chile caería en poco tiempo en un ahogamiento económico, con bancos multilaterales bloqueados, sin acceso al crédito internacional y con la prensa en contra.
Se sospecha que Kissinger ha tenido influencia sobre todos estos aspectos, no solo en la nación andina sino también en otros países del cono Sur, también atravesados por cruentas dictaduras. Incluso la Justicia de Chile ha intentado, sin éxito, hacer declarar al exfuncionario, actualmente activo a sus 100 años de edad, en la causa que investiga la desaparición del periodista norteamericano Charles Horman, una de las 40.000 víctimas del aparato represivo desplegado por Pinochet.