El deshielo del permafrost en el Ártico podría liberar mercurio tóxico, que ha permanecido en el interior del suelo durante miles de años, al sistema hídrico de la Tierra, contaminando el medio ambiente. Así se desprende de un nuevo estudio publicado en la revista IOP Science.
Investigadores de la Universidad del Sur de California (USC) estudiaron los sedimentos del río Yukón, en Alaska, y descubrieron que la erosión del permafrost hace que entren en sus aguas sedimentos que contienen mercurio, que luego se desplazan a latitudes más altas.
La circulación natural de la atmósfera del planeta tiende a trasladar los contaminantes a latitudes altas, lo que provoca la acumulación de mercurio en el Ártico. El metal tóxico se libera cuando el suelo se descongela, lo que es cada vez más frecuente debido al cambio climático, ya que la región se calienta cuatro veces más rápido que la media del planeta.
"Podría haber una bomba gigante de mercurio en el Ártico a punto de explotar", afirma Josh West, coautor del estudio y profesor de Ciencias de la Tierra y Estudios Ambientales en la USC. El permafrost ha acumulado tanto mercurio que podría eclipsar la cantidad existente en los océanos, los suelos, la atmósfera y la biosfera juntos", afirmó.
¿Cuál es el peligro?
Las plantas del Ártico absorben mercurio, que se acumula en el suelo y pasa a formar parte del permafrost. Este metal tóxico supone una grave amenaza para el medio ambiente y la salud de al menos cinco millones de personas que viven en la región, más de tres millones de las cuales se encuentran en zonas donde se prevé que el permafrost desaparezca a mediados de siglo.
Aunque el mercurio liberado al medio ambiente por el deshielo del permafrost no supone hoy una amenaza tóxica aguda, la exposición aumenta con el tiempo a medida que el metal se acumula en la cadena alimentaria, especialmente a través del pescado y la caza que consume la población.
Además, el río que erosiona los sedimentos lo vuelve a depositar en los bancos de arena y las playas de las orillas, en otros lugares. Los científicos afirman que los efectos a largo plazo podrían ser devastadores, especialmente para las comunidades árticas que dependen de la caza y la pesca.