Aunque la nueva edición de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos mantiene un aire doctrinal, se asemeja más bien a una proclamación ideológica. Existe la tentación de interpretar el documento no como una hoja de ruta, sino como un ejercicio publicitario del entorno de Trump, destinado a perder valor tan pronto como él no esté.
No vale la pena considerar lo escrito como algo coyuntural y temporal por dos razones. En primer lugar, EE.UU. es un país, por definición, ideológico, surgido de un conjunto de lemas. Y cualquier rumbo político es un producto ideológico. En segundo lugar, por muy singular que sea el presidente, lo que sale bajo sus auspicios sirve como una guía para la acción no solo para sus partidarios.
Por ejemplo, la estrategia publicada en el primer año del primer mandato de Trump (en 2017), que confirmaba el inicio de una época de confrontación entre grandes potencias, sentó las bases actualizadas del comportamiento en política exterior. La Administración de Biden en 2021 devolvió una retórica más liberal, pero la continuidad se preservó. La interpretación de la seguridad nacional y la visión del mundo expuestas ahora también, con toda probabilidad, sobrevivirán a sus autores.
Se le propone a Europa que se ocupe de sus numerosos problemas y no parasite de EE.UU.
Todos prestaron atención a que la mayor hostilidad está dirigida hacia la Unión Europea, una creación del orden liberal que conduce a los pueblos europeos en una dirección equivocada. Y los países de Europa central, oriental y meridional fueron nombrados como pilares de la presencia estadounidense. Las partes occidental y septentrional del continente, donde se encuentran los Estados más influyentes que estuvieron en los orígenes de la integración, no están mencionadas.
En la estrategia se mencionan también otras partes del mundo, pero las relaciones con Europa tienen un carácter emblemático. El propio Estado estadounidense, formado en los siglos XVII–XVIII, se construyó como una antítesis del Viejo Continente tiránico y corrupto, del cual los colonos huían en busca de libertad religiosa, política y empresarial.
Y aunque de aquella "república de granjeros" solo queda un mito histórico, sigue siendo fundamental. Y desde el punto de vista de ese mito, aquello en lo que la república se convirtió a partir del siglo XX es casi una traición a todos los ideales. El ala más firme de los conservadores que apoyaron a Trump es partidaria de regresar a ellos. Aunque el propio 47.º presidente, por supuesto, entiende lo de "hacer a EE.UU. grande de nuevo" como una versión más suave, algo así como "los dorados años 50".
Una cosa es segura. Trump y sus partidarios no están en contra de "cancelar" el siglo XX político, el período en que EE.UU., empezando con la decisión de entrar en la Primera Guerra Mundial, avanzó por el camino del internacionalismo liberal. Concretamente, se trata del giro que entonces realizó el presidente Woodrow Wilson, fundador de ese mismo orden mundial liberal que prevaleció en el mundo a finales del siglo pasado.
El secretario de Guerra, Pete Hegseth, formuló el rechazo de este legado al intervenir en el Foro Ronald Reagan: abajo el utopismo idealista, viva el realismo firme y sobrio. Y explicó que Washington ve el mundo como un conjunto de esferas de influencia de las potencias más fuertes (es de suponer, con los derechos correspondientes), dos de las cuales son EE.UU. y China. Con respecto a las demás, está menos claro; tal vez la aclaración aparezca en la estrategia militar que está preparando el Pentágono.
Las oscilaciones del rumbo estadounidense están históricamente relacionadas con Europa. La 'Ciudad en la Colina', apartada de todos, se alzó como rechazo al Viejo Continente. El orden liberal, al contrario, simbolizaba el reconocimiento del vínculo atlántico indisoluble. Tras la Primera Guerra Mundial no se logró aplicar la idea debidamente, pero tras la Segunda, sí.
Los actuales estrategas estadounidenses ya no colocan a Rusia en el centro de un Mordor ficticio, como ocurría hasta hace poco
En la nueva estrategia se han entrelazado dos enfoques. Por un lado, se le propone a Europa que se ocupe de sus numerosos problemas por su propia cuenta y deje de parasitar de EE.UU. Por otro lado, el llamamiento a "alentar la resistencia" de los pueblos europeos frente a la perniciosa política de la Unión Europea no indica indiferencia. Más bien, EE.UU. se orienta hacia un "cambio de régimen" en Europa: del modelo liberal-globalista al nacional-conservador y, a través de esto, al fortalecimiento de su propia influencia.
Una Europa "sanada" está llamada a convertirse en un importante apoyo de la política de Washington, cuyas prioridades son el dominio incondicional en el hemisferio occidental (no en vano se menciona explícitamente la Doctrina Monroe) y un esquema comercial con China favorable para EE.UU.
Llama la atención que Rusia aparezca no como un interés independiente de EE.UU. o como una amenaza, sino como parte de la paleta europea. Washington considera como tarea suya contribuir al establecimiento de un equilibrio europeo con la participación de Rusia, sobre todo mediante un cambio en el enfoque de los europeos (pues actualmente no son capaces de ello).
Conscientemente o no, los autores de la estrategia, de hecho, expresan su deseo: Rusia debe integrarse en el "concierto europeo", el cual, una vez que adquiera armonía, se convertirá en un acompañante estadounidense. Y Moscú, por sí sola, no debe desempeñar un papel importante en la política mundial. Por paradójico que resulte, algo similar pensaban los ideólogos liberales después de la Guerra Fría, aunque en aquel entonces sonaban consignas opuestas.
Podemos alegrarnos de que los estrategas estadounidenses actuales no coloquen a Rusia en el centro de un Mordor ficticio, como ocurría hasta hace poco, y la traten con calma y pragmatismo. Sin embargo, el lugar que se nos asigna claramente no corresponde a los objetivos estratégicos del país a largo plazo. Incluso si se considera tal construcción posible en principio, lo cual genera serias dudas. Por eso estudiamos atentamente y actuamos a nuestra manera.
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