Un número significativo de estadounidenses con trastornos por consumo de opioides, incluidos aquellos afectados por la adicción al fentanilo, han incrementado la búsqueda de viajes a México para someterse a tratamientos con ibogaína, un alcaloide psicoactivo derivado de la planta Tabernanthe iboga.
El número de pacientes anuales que viaja a México para acceder a este tratamiento experimental se estima en torno a unos 3.000, según revela el diario Milenio, que publicó un extenso reportaje sobre el tema.
La razón principal de los viajes es que la ibogaína está prohibida en EE.UU. De hecho, figura como una sustancia controlada de la Lista I, al igual que la heroína y otras drogas, por su "alto potencial de abuso", según la Administración para el Control de Drogas.
Controversia
El fentanilo no ha salido de la agenda pública, sobre todo después de que el presidente de EE.UU., Donald Trump, lo declarara como un "arma de destrucción masiva", ya que ha sido asociado a decenas de miles de muertes anuales en ese país por sobredosis vinculadas a opioides sintéticos.
Frente a la urgencia de superar su adicción, los pacientes que cuentan con recursos económicos viajan a México, donde el uso de la ibogaína no está expresamente prohibido, lo que ha impulsado la proliferación de clínicas privadas de desintoxicación en estados como Quintana Roo, Baja California, Morelos y Jalisco.
Los interesados en acceder a este tratamiento pueden desembolsar hasta 14.000 dólares, generalmente fuera del sistema público de salud y en un marco regulatorio laxo.
¿Qué es?
La ibogaína tiene usos rituales tradicionales en varios países de África central. En la década de 1960, el estadounidense Howard Lotsof afirmó haber descubierto que el consumo de la sustancia le ayudó a abandonar la heroína, tras lo cual comenzó a promover su uso terapéutico.
Con el paso de los años y ante el prohibicionismo vigente en EE.UU., estos tratamientos empezaron a ofrecerse en México, adonde se importa el alcaloide, extraído en laboratorios especializados, para su administración en clínicas privadas.
Según investigaciones periodísticas, la ibogaína puede atenuar los síntomas de la abstinencia de los opiáceos y reducir el deseo de consumo durante un periodo posterior a su administración, aunque estos efectos no están plenamente demostrados en ensayos clínicos concluyentes.
Algunas investigaciones exploratorias sugieren que la sustancia podría estar asociada a cambios en la neuroplasticidad y a procesos introspectivos intensos, que algunos pacientes interpretan como una reconfiguración de conductas autodestructivas y traumas subyacentes.
El riesgo es que puede provocar alteraciones graves del ritmo cardíaco, incluidas arritmias potencialmente mortales en personas de alto riesgo, una de las principales razones por las que su uso no ha sido autorizado en EE.UU.
Uno de los estudios observacionales más citados sobre la ibogaína se realizó en 2014, en Brasil, donde un grupo de investigadores analizó los datos de 75 personas que tenían consumo problemático de alcohol, cannabis, cocaína y crack y que se trataron con la planta.
El resultado fue que ninguna de las 75 personas tuvo reacciones adversas y el 61 % logró sostener la abstinencia por periodos que se alargaban, si usaban ibogaína más de una vez. Sin embargo, se trataba de una muestra muy pequeña, sin grupos de control, por lo que las conclusiones eran preliminares y no podían certificar la seguridad y la eficacia de la sustancia.


