Quema de libros, el vandalismo de los nazis hace 80 años

Hace 80 años el régimen nazi lanzó una campaña de censura de la literatura "indeseable y perjudicial", quemando miles de libros por todo el país. Destacadas obras de la época se convirtieron en pasto de las llamas del fascismo.
Allí donde se queman libros, se acaba quemando a la gente. Así lo dijo una vez el poeta alemán Heinrich Heine, que en el siglo XIX no hubiera podido imaginar que décadas después llegaría el régimen totalitario nazi que desencadenaría una campaña brutal de la quema de libros indeseables para sus ideas.

En mayo de 1933, solo unos meses después de la llegada al poder de Adolf Hitler, en la antigua plaza Opernplatz en Berlín sus seguidores nazis quemaron 20.000 libros, un acto de 'limpieza' de la lectura a través de un método bárbaro que presagió la posterior época de muerte y desolación. Acciones públicas de quema de libros se llevaron a cabo en muchas otras ciudades, como Bonn, Fráncfort del Meno o Múnich.

Grupos de estudiantes nazis quemaron libros de carácter marxista y pacifista, principalmente de autores judíos. Obras de Albert Einstein, Karl Marx, libros de Heinrich y Thomas Mann, Stefan Zweig, Erich Kastner o Sigmund Freud se convirtieron en víctimas de la persecución de ideología fascista.

Durante los años del régimen nazi en la lista de libros prohibidos figuraron hasta 5.500 ejemplares. Algunos autores fueron prohibidos totalmente y otros parcialmente. Bajo la presión de la propaganda política cayeron escritores, poetas y científicos. La literatura alemana fue aplastada.
 

Estos bárbaros acontecimientos de la década de los treinta del siglo pasado los recuerda hoy en la misma plaza berlinesa, que se llama Bebelplatz, una inusual instalación llamada Versunkene Bibliothek (Biblioteca sumergida). En el lugar de la quema de libros está instalada una placa de vidrio debajo de la que se encuentra una habitación con estanterías vacías, que transmite la idea de la pérdida.

La luz que se extiende desde esta habitación vacía, cuyo autor es el arquitecto israelí Micha Ullmann, atrae a los transeúntes y no les deja olvidar el tiempo en el que se intentó perpetrar una decapitación intelectual.