El asambleísta resume de esta forma la particular "idea" de convivencia pacífica de la que suelen presumir los isleños con los argentinos, en un territorio que el país latinoamericano reclama como propio en los organismos internacionales, con el respaldo regional. Pero, sorprendetemente, su definición no se aplica sólo a los británicos nacidos en el continente
"Yo llegué acá con 21 años y con muchas ganas de trabajar y sacar a mi familia adelante; y el hecho de ser argentino nunca me impidió nada. O sea, siempre tuve trabajo. Mientras uno respete, será respetado, ¿no es cierto?", dice el vecino Sebastián Socodo, cuidador del cementerio de soldados argentinos en Malvinas, que percibe un salario del Estado Argentino.
Todos son británicos o Falkland Islanders, en efecto más Falkland Islanders que británicos
Aunque prefiere no decir si votó o no en el reciente referendo sobre la soberanía, Sebastian deja clara su visión del asunto, distinta a la que se esperaría de cualquier argentino en el continente. "Tenemos una nena que nació en Buenos Aires y el varón que es nacido acá en las islas. Y las cosas quizá son simples porque viven acá. O sea, es su hogar y es inglés. La cultura es inglesa, o sea que no hay mucho que discutir", dijo.
Su opinión es la misma que la del resto de sus compatriotas residentes. La condición para la amabilidad isleña es clara: nadie demostrará hostilidad a menos que se pretenda abrir el debate sobre la soberanía del territorio. Tampoco se puede mostrar en público cualquier símbolo nacional argentino, algo que según las autoridades es una provocación a la sociedad. Entonces, ¿podría cualquier argentino vivir y expresarse libremente en Malvinas? ¿O sólo pueden hacerlo aquellos que no pretendan siquiera dialogar sobre una reclamación de su patria en contra de los intereses británicos?
"Tenemos un montón de argentinos en nuestra comunidad. Casados con gente local. El abuelo de mi marido era anglo-argentino, pero él era un traidor. Trabajó con las tropas argentinas para ayudarlos a venir a las islas, y se fue en 1982", dice el residente Andrea Clausem. Como un "traidor" es considerado también el único británico de las islas que solicitó la doble ciudadanía argentina para vivir en Buenos Aires con sus hijos. Porque, después de todo, parece que la nacionalidad y la patria no dependen tanto de un pasaporte como de las ideas defendidas. Tomarlo o dejarlo: en eso consiste la elección y cada cual es el propio juez de sus actos.
Está claro que más allá de su origen aquí no hay ya ningún residente permanente que se considere argentino. Este mar que une la tierra en pocos kilómetros de distancia es el mismo que separa a dos sociedades con intereses claramente contrapuestos. Es de esperar que, al menos durante algunos años, estas aguas sigan dividiendo mucho más de lo que unen.