"La matanza indiscriminada de los civiles, asesinato de mujeres, niños y personas inocentes con armas químicas es una obscenidad moral", aseguraba el secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, al anunciar que su país no podía dejar impune el supuesto ataque tóxico que su Gobierno atribuye a las fuerzas de Bashar al Assad.
Sin embargo, hace algunas décadas Washington tenía otro punto de vista sobre este tipo de armamentos. El uso del llamado agente naranja por los norteamericanos durante la guerra de Vietnam marcó para siempre a esta nación asiática. Entre 1962 y 1971 el Ejército estadounidense roció unos 70 millones de litros de esta sustancia sobre el país. La Cruz Roja de Vietnam calcula que hasta un millón de personas han quedado discapacitadas o tienen problemas de salud por el uso de estos agentes.
Durante la guerra en Irak, EE.UU. hizo uso de fósforo blanco, como reporta 'The Guardian', además del extremadamente tóxico uranio empobrecido, cuya contaminación se expande por miles de años y provoca numerosas malformaciones. El auge del cáncer y la mortalidad infantil son algunas de las consecuencias que viven hoy en día miles de familias iraquíes tras la campaña norteamericana que se inició en 2003.
"No es un hecho excepcional. Cuando vas a la clínica para hacerte un chequeo ves a muchísimos niños con diferentes problemas en el sistema nervioso, con varios tumores en la cabeza, con cáncer", relata Leila Jabor, madre de cuatro pequeños que han nacido con malformaciones congénitas.
Tomando en cuenta estos hechos, parece una paradoja que Estados Unidos siga siendo uno de los partidarios más activos de atacar a Siria por el supuesto uso de armas químicas.
Pese a perder el apoyo de una parte de sus aliados, parece que Obama aún no ha rechazado por completo la idea de usar la fuerza. Además de suponer una amenaza de prolongar el conflicto, varios analistas militares indican que los bombardeos a depósitos de armamento químico en Siria también podrían provocar una contaminación que tendría consecuencias desastrosas.