Robert Frisk, uno de los corresponsales más galardonados de la historia, explica en un artículo cómo un amigo que sirve al Ejército sirio le confesó que "las tropas del Gobierno estaban preocupadas cuando vieron en la televisión las primeras imágenes de las víctimas del gas, porque temían tener que combatir en medio de esos gases nocivos".
"Recuerda los tremendos bombardeos de artillería pero no vio ninguna evidencia de que se estuviera usando gas", escribe Frisk, refiriéndose a su fuente, un periodista sirio que la noche de la tragedia estaba infiltrado entre las fuerzas especiales del país árabe.
Según el mismo testigo, el problema es el gran número de armas y artillería rusa que llegan a Siria desde Libia a través del contrabando. "Los libios no pueden procesar todo el petróleo que tienen, pero sí pueden exportar todo el equipamiento con el que contaba Gaddafi", señala.
En su artículo, Frisk considera que son muchas las cuestiones que quedan abiertas: ¿por qué en los dos años anteriores no se usó gas sarín en ninguna ofensiva? ¿Por qué se usó en esta ocasión y por qué en Damasco? Y, por supuesto, ¿quién encargó el ataque con armas químicas del pasado agosto?
La ONU hizo público esta semana un informe en el que confirmaba el uso de armas químicas en ese ataque en la capital siria, aunque en él no identifica a los autores del crimen que, según Estados Unidos, dejó más de 1.400 muertos.