En medio del caos de la guerra, la calma reina entre un grupo de hombres de distinta religión reunidos en torno a un juego de mesa, porque, señalan, la guerra afecta a todos por igual, sin importar la religión que la gente profese.
Ante la pregunta de si Siria está siendo blanco también de una guerra religiosa, los hombres responden, mientras continúan jugando, que "todos somos sirios -sirios sunitas, sirios chiitas, sirios cristianos y durante la guerra [el sentimiento de unión] se reafirma más porque defendemos a Siria, no a nuestra religión particular".
Durante la guerra [el sentimiento de unión] se reafirma más porque defendemos a Siria, no a nuestra religión particular
Sin embargo, el conflicto pone a prueba esta unión. Ejemplo de ello es el hecho de que en Maalula, una localidad situada al noroeste de Damasco, vivían mayormente cristianos arameos, todos los cuales han perdido sus hogares. La guerra llegó a su pueblo y a sus iglesias. En ellas se refugian ahora los terroristas islámicos que los atacaron, que aseguran que lo hacen por simple estrategia militar.
Para Gregorio III, patriarca de Antioquía y todo el oeste de Alejandría y Jerusalén, lo que está pasando en Maalula señala una línea roja que no se debe cruzar. "No se puede atacar a todo un pueblo por su religión", asevera.
Para el sunita Firas Naaimeh, "están intentando crear la imagen de una Siria en la que todos están en conflicto, pero la gente tiene suficiente consciencia de que la convivencia religiosa en el país existe desde hace mucho tiempo".
Reunidos junto a su juego de mesa, este grupo de amigos afirma que la guerra les ha enseñado a unirse aún más. Sin embargo, seguirán separándose cada día para asistir a las ceremonias de su religión particular.