El año pasado el expresidente de Liberia, Charles Taylor, fue condenado a 60 años de prisión por haber cometido crímenes de guerra, no en su propio país, sino en la vecina Sierra Leona, donde la guerra civil ha causado estragos entre 1991 y 2002. El presidente de Liberia no fue acusado de cometer personalmente los asesinatos en masa en Sierra Leona, o incluso de haber ordenado que estos delitos se cometan. En cambio, la Fiscalía argumentó que había "instigado" a otros a cometer los delitos con el fin de beneficiarse de la venta de lo que se conoció como 'diamantes de sangre'. El tribunal razonó que Taylor tenía que saber acerca de los horrendos crímenes que se cometían por sus amigos entre los rebeldes en el vecino país, y era, por lo tanto, igual culpable que ellos.
“Si ese es el nuevo estándar para el derecho penal internacional, entonces Barack Obama y los otros dos presidentes de Estados Unidos deberían ser trasladados a sus celdas de la cárcel al lado de Charles Taylor. Estos tres presidentes de Estados Unidos a lo largo de 17 años han realizado, con pleno conocimiento de las consecuencias, los crímenes más horribles imaginables en la República Democrática del Congo”, insiste el periodista, experto en la política de los países de África.
Los crímenes de Charles Taylor en Sierra Leona palidecen en comparación con los de EE.UU. en Congo, donde Clinton, Bush y Obama instigaron, animaron y colaboraron a favor del peor genocidio desde la Segunda Guerra Mundial
Glen Ford denuncia que si el motivo de Charles Taylor era el beneficio personal del comercio de diamantes de sangre, aunque los investigadores internacionales nunca han encontrado su presunto tesoro escondido, “EE.UU. perseguía un premio mucho mayor: los depósitos más grandes del mundo de minerales estratégicos que son necesarios para el mantenimiento de las industrias modernas y las máquinas de guerra”.
“El tesoro de Charles Taylor puede ser ficticio, pero el flujo de coltán congoleño y otros minerales estratégicos a través de Ruanda y Uganda, intermediarios militares a los países ricos de Occidente, es innegable”, afirma, señalando que “los crímenes de Charles Taylor en Sierra Leona, si él es culpable, palidecen en comparación con los de los presidentes de EE.UU. en Congo, donde Clinton, Bush y Obama instigaron, animaron y colaboraron a favor del peor genocidio desde la Segunda Guerra Mundial”.
“Al igual que la delincuencia común, trataron de ocultar la evidencia, con sus informes ante las Naciones Unidas y evitando la discusión de las quejas de Congo ante el organismo mundial”, denuncia Ford.