Según Lavrov, existe la idea de crear un espacio humanitario común entre Lisboa (la capital de Portugal) y Vladivostok, la ciudad portuaria más importante del Extremo Oriente ruso. José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, apoya esta iniciativa, “pero el problema es que en la práctica todo resulta diferente”. Como ejemplos más destacados que contradicen las tendencias paneuropeas declaradas citó el rechazo de la OTAN de crear un mecanismo común con Rusia de respuesta a las amenazas cibernéticas y los intentos de convertir Ucrania en "un objeto de guerra geopolítica".
Como otro ejemplo de los ecos de la Guerra Fría, Lavrov ha recordado las recientes maniobras militares de la OTAN, Steadfast Jazz 2013, realizadas cerca de las fronteras rusas, en Polonia y en las repúblicas bálticas. Una vez finalizadas las maniobras, la Alianza comunicó que su objetivo había sido la preparación para dar respuesta a una posible amenaza desde Oriente. "Los hábitos antiguos mueren con mucha dificultad y durante mucho tiempo, pero los políticos europeos deben edificar un curso que tenga en consideración los intereses de todos los Estados miembros del espacio postsoviético, Rusia y Ucrania incluidos", insistió Lavrov.
Occidente empieza a entender que apoya a terroristas
"Hoy en día más y más países aceptan la democracia como el método de organizar la sociedad. Rusia está segura de que cada Estado debe estar libre a la hora de elegir un modelo democrático soberano, teniendo en cuenta sus condiciones específicas", puntualizó Lavrov.""Los intentos de un grupo de países de imponer sus propios valores polémicos, que tampoco cuentan con una larga historia, y posicionarlos como valores universales, generan conflictos. Este tipo de 'democratización' se convierte en la causa de la desestabilización de una sociedad. Uno de los ejemplos es Siria. Lo que vemos ahora es que el terrorismo internacional de todos los rincones del mundo se dirigió a Siria, para crear allí y en todo Oriente Medio un califato con una orden extremista. Se trata de la violación de los derechos de todas las minorías, e incluso de amenaza a su vida. De los dos millones de cristianos que vivían en Siria antes de la guerra huyó, como mínimo, la mitad. Ahora los socios occidentales empiezan a darse cuenta de ello", insistió el canciller ruso.