En la realidad afgana parece no cambiar nada, pese a los esfuerzos de la coalición y al exorbitante financiamiento de su dilatada campaña bélica. Sin embargo, hoy en día la comunidad internacional ve con preocupación el muy posible agravamiento de la crisis en este país asiático tras la retirada de la mayor parte del contingente militar estadounidense en el 2014.
Kabul es consciente de estos riesgos, pero no quiere seguir colaborando con Washington tal y como se ha hecho hasta ahora. El propio presidente Hamid Karzai dejó claro que Estados Unidos actúa "como un poder colonial", citando textualmente el ultimátum que le planteó Washington: "No les vamos a pagar los sueldos, los sumergiremos en una guerra civil".
A pesar de las amenazas, Karzai no tiene intención de firmar el acuerdo de seguridad con Washington hasta que se cumplan dos condiciones: el cese de los ataques con 'drones' y los saqueos de los hogares afganos, y un mayor respaldo del diálogo pacífico con los talibanes.
Teniendo en cuenta esta presión, no es de extrañar que Kabul trate de encontrar un aliado que no imponga tantas restricciones a la hora de echar una mano. El acuerdo sobre la firma de un tratado de colaboración a largo plazo entre Afganistán y el nuevo Gobierno de Irán hace vislumbrar la aparición en la región de una asociación geopolítica de peso. Y es que Teherán ha declarado en numerosas ocasiones que está en contra de cualquier presencia militar extranjera en la zona.
"Hamid Karzai ha buscado en el vecino Irán una alternativa para mostrarle a EE.UU. que no podrá seguir manipulando a Afganistán, como ha venido haciendo hasta ahora", sostiene el analista en Oriente Medio y el mundo islámico Wilfredo Amr Ruiz. "Ya nadie se cree que en la agenda figura dejar Afganistán libre de terrorismo, o buscar más derechos para la mujer. Es una agenda que va mucho más allá de la presencia militar cerca del sector de influencia de Rusia o de Irán. A nadie en la región le conviene la presencia militar estadounidense porque solo ha traído guerra, destrucción, asesinato y un despilfarro multimillonario del dinero del Tesoro estadounidense", añade el experto.
El costo de esta campaña militar, una de las más largas en la historia norteamericana, de hecho, es impresionante: sobrepasa los 500.000 millones de dólares. Y tan solo una parte relativamente pequeña ha sido destinada a la llamada "reconstrucción del país". Así, según la Oficina General de Auditoría de Estados Unidos, desde el inicio de la operación bélica se han destinado más de 20.000 millones de dólares a la gestión y el desarrollo del país asiático. Entre tanto, la asistencia humanitaria a la población supuso un gasto de tan solo unos 2.000 millones. Cerca de 57.000 millones fueron asignados al ámbito de la seguridad, es decir, a los entrenamientos del Ejército y la Policía afganos.
Considerando la larga cuenta de inversiones norteamericanas en Afganistán y las miles de víctimas de esta campaña, el nivel casi nulo de seguridad en esta nación a día de hoy hace cuestionar los fines reales de esta supuesta "contribución a la paz".